La producción de esta nota fue realizada en el contexto del «Taller de Periodismo Cultural: Panorama y Perspectivas», organizado por el Observatorio de Políticas y Economía de la Cultura, de la Universidad de las Artes.
En Ecuador, las secciones de cultura en diarios y medios digitales se reducen, al punto de bordear la extinción, a pesar de las nuevas plataformas y recursos interactivos, capaces de alcanzar públicos más amplios. Las páginas de los suplementos culturales son cada vez más cortas y su número se reduce.
En las redacciones tradicionales, las coberturas de teatro, literatura, artes escénicas, música independiente y artes visuales ceden su lugar a otras secciones.
Secciones que, en general, gozan de un favor más amplio por parte de quienes manejan los medios en lo que respecta a los sustentos económicos, como en lo tocante a la calidad de los contenidos y la formación que se da a los periodistas más jóvenes. ¿Qué está pasando con el periodismo cultural en el país? ¿Las miradas estrechas lo están llevando a la decadencia?
Distintas perspectivas
“Bastante, en los últimos 20 años, diría yo.” Así lo cree el periodista cultural y escritor guayaquileño Eduardo Varas. “No me extraña tampoco. Pienso que esto responde a una situación socioeconómica que se refleja en los mandos superiores de las directivas de los medios de comunicación que asumen a la cultura como entretenimiento o como hobby”, señala.
Varas terminó hace poco su paso laboral por el medio de comunicación digital Primicias, del cual fue editor de la sección de cultura. Recuerda que, pese a contar con altos índices de lectoría, en medio de la crisis por causa de la Covid-19, su sección fue la primera en sufrir. Ello derivó en su despido. Además, las exigencias de los mandos altos eran muy grandes en comparación con el resto de las secciones.
“Yo tenía una lectoría de 35.000 visitas al mes. Es un montón. Para ellos (los dueños de Primicias) era poco. En un punto dijeron que había que triplicar esa cifra. Eso es porque no entienden la dinámica de esa sección dentro de un contexto como el ecuatoriano. Yo sabía que se trataba de desconocimiento”.
Por su parte, Anamaría Garzón, profesora universitaria, curadora de arte y antigua periodista cultural detecta un problema más profundo. Garzón cree que los profesionales del periodismo de los medios tradicionales tampoco están capacitados para vérselas con los periodistas culturales que trabajan a sus órdenes.
“Un editor tradicional, un dueño de un medio tradicional por lo general no sabe cómo lidiar con periodistas complejos, como son los de cultura”, afirma. “Ese vacío provoca grandes problemas, entre los que se encuentra la formación de los periodistas culturales jóvenes. No hay jefes en cultura que sean una escuela para periodistas más jóvenes”, añade.
Panoramas que no cambian
Más joven que sus colegas, el periodista quiteño Adrián Gusqui tiene otro punto de vista. Gusqui se ha desempeñado desde el principio de su carrera en medios digitales, que le han ofrecido otro tipo de libertades y la presencia de nuevos enfoques. No cree que el periodismo cultural atraviese una mala época, sino que, la situación siempre se ha asemejado a la que vemos hoy y no ha variado con el paso de los años.
Y ello ha ocurrido principalmente porque los temas que se cubren en cultura están confinados en parcelas propias de los fans de las distintas propuestas artísticas, y alejadas de los intereses del gran público.
“Ahora mismo, algunos temas de cultura, como el musical, se han encerrado en nichos, a pesar de que salen en grandes medios”, explica Gusqui. Agrega que, si bien la sección de música en periódicos como El Universo o El Expreso antes era demandada, hoy no lo es.
“Esas notas salen de los espacios alternativos de música. Eso sólo genera interés del público del artista en mención. Para afuera es un golpe de suerte, a ver si lo atrapa a alguien que compró el periódico en la calle”, indica.
Por otro lado, hay una cara del periodismo cultural que no debe ser ignorada: la política, la cual, compete a toda la sociedad. Así lo afirma la periodista cultural Jessica Zambrano, quien trabajó por años en diario El Telégrafo, como editora del suplemento Cartón Piedra —que por entonces llevaba ocho años siendo publicado—, y hoy se desempeña en el proyecto Boca 9. “Si hay periodismo que está vinculado con los actores políticos y culturales, puede hacerlo mejor”.
Eso no quiere decir que el periodismo cultural deba abordarse únicamente desde la política, sino que debería existir una síntesis entre ambos. De esta forma, es posible evitar dos cosas: limitarse a hacer periodismo con base en las agendas culturales y enfocar todo desde el prisma político.
Para Ana Rosa Valdez, curadora e historiadora del arte, la decadencia de las coberturas culturales en los grandes medios se debe, sobre todo, a la crisis de los medios públicos. “El Telégrafo, que se había convertido en un referente del periodismo cultural local, en este momento ha decaído terriblemente”, reflexiona la también fundadora y directora editorial del medio digital Paralaje XYZ, especializado en crítica y debates en torno al arte.
Y es que con el recorte de personal de El Telégrafo, también se cerraron espacios destinados al arte y la cultura, como la revista anexa Cartón Rock —impulsada por el periodista Luis Fernando Fonseca—, “un espacio que se volvió de lectura obligada para quienes estudiamos las prácticas artísticas”, según Valdez.
Sin embargo, dicha decadencia va atada al hecho de que el periodismo cultural ha tenido más apoyo desde los medios públicos que desde los privados.
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La experiencia
Uno de los elementos esenciales ligados al periodismo cultural en Ecuador es la experiencia de quienes lo ejercen. No se puede pensar el periodismo cultural sin pensar en los modos de producción de los textos, videos, audio o productos multimedia. Y es inevitable preguntarse qué sucede al interior de las redacciones, en las mesas editoriales.
O más tarde, cuando el periodista debe acometer su trabajo de campo y contactar a sus entrevistados, qué pasa por su mente, cómo resuelve los retos que se le presentan y cuáles son las competencias con las que cuenta para hacerlo. ¿Cómo es, en definitiva, para el periodista de nuestro país penetrar en las fronteras del mundo cultural?
Según Jessica Zambrano, hay de todo, desde las experiencias positivas, en las que la gente busca al periodista para pedirle una nota, hasta las negativas, en las que las autoridades o el público podrían tener una reacción desfavorable. «Sí ha habido muchas sanciones políticas en algunas notas”, dice, recordando un suceso que derivó en el despido de una funcionaria pública vinculada al MAAC de Guayaquil.
Para Adrián Gusqui, quien hace coberturas para la plataforma digital de música alternativa Indie Criollo – de la cual es fundador – desde una edad muy corta, nunca faltó quien dudase de su trabajo por ser muy joven.
“No me han tratado mal, aunque si me han ninguneado con sus actitudes, pero era un chamo y creo que uno va aprendiendo cómo comportarse bien y madurar, cuando conoce al circuito en el que está desarrollándose”, afirma.
Resalta, eso sí, que las carencias palmarias persisten al interior de los centros de formación donde los periodistas culturales reciben su instrucción básica. “A mí me ha faltado esa guía específica de ‘esto tienes que hacer en las coberturas, cuando vayas a un teatro tienes que hacer esto y tal’ Esa visión profesional me faltó en la academia”.
La academia no le proporcionó esa visión profesional, la misma que ha reforzado con sus jefas y jefes. “Pero sí es verdad que no he tenido muchas guías porque siento que pierdo mucho aprendizaje por no tener una enseñanza bien hecha y ya en el campo ha sido algo muy personal”, indica.
Práctica sin aprendizaje
Esta experiencia negativa es extensiva a las redacciones de los medios tradicionales. Anamaría Garzón se desempeñó por seis meses como periodista cultural en el diario El Comercio. Su recuerdo de aquellos días no es el mejor, pues la redacción donde hizo sus primeras letras en el oficio le ofreció todo menos una buena escuela.
“Nadie nos educaba interna y profesionalmente para hacer ese tipo de trabajos. Nadie te daba un brief (informativo) de cómo hacer esa nota. Escribíamos las típicas notas de la universidad, las que son malas. Luego, no tenías buenos procesos de edición. Entonces, no éramos un área tomada en serio. Y de los periodistas mayores, que estaban en la sección, notabas displicencia”, recuerda.
Ello cambió cuando, tiempo después, ingresó a revista Vanguardia, bajo la tutela de José Hernández. Desempeñando distintos roles, no abandonó la revista por seis años. Allí aprendió mucho sobre el oficio.
“Con José notabas que lo importante era tener una redacción con sensibilidades específicas, trabajarlas. Nos sacaba la madre. A veces era un trabajo bien violento y frustrante. A ratos sentías que no servías para nada. Pero luego, de repente, escribías y tenías una voz, un punto de vista”, señala Anamaría, para quien Hernández fue mucho más que un jefe.
Fue quien, en lugar de recurrir a la práctica de creación de contenido con base en los boletines de prensa, instaba a los jóvenes periodistas a desarrollar sus temas con juicio y a interesarse en verdad por sus entrevistados. “Esa escuela fue súper buena para mí. Ahí entendí que los periodistas no somos protagonistas de nada. Los protagonistas son otros, y uno es el mediador”, puntualiza.
Tiempo después, a Anamaría le tocaría figurar al otro lado de las coberturas. Luego de practicar el periodismo cultural por siete años, partió a Estados Unidos para realizar una maestría en historia del arte. A su retorno se dedicó a dar clases en la Universidad San Francisco de Quito y a la curaduría artística. Fue entonces que, más de una vez, evidenció la falta de competencia de alguno de los periodistas culturales con los que se topó.
“Ser sujeto de cobertura es una pesadilla. Sentía ese desprecio de parte de ciertos periodistas o esa no-capacidad intelectual para cubrir tus temas. Me acuerdo que un artista famosísimo que traje mandó de vuelta a un periodista (de un medio nacional). Le dijo ‘investiga antes de venir a entrevistarme’. Y era un artista muy famoso, y el periodista empezó a tratarlo pésimo, con preguntas tontas, que no haces a una persona de ese calibre”, cuenta.
No obstante, las preguntas más sencillas, cuando están armadas con respeto y con base en el conocimiento, pueden ser bastante útiles para tender puentes con el público. Es lo que piensa Jessica Zambrano.
“Los artistas siempre se quejan de lo mismo, y siempre dicen ‘ah, es que no hay periodista cultural que haga buenas preguntas’. Pero yo creo que el periodista cultural también debe establecer un nexo, hacer las preguntas que parezcan más ilusas del mundo, que parezca que partan desde el absoluto desconocimiento, para la gente que no entiende nada del arte y que necesita saber de todos estos procesos políticos que se gestan desde el arte”, afirma.
Nuevos formatos
Otro reto para quienes ejercen el periodismo cultural ha sido adaptarse a las narrativas digitales en constante evolución. Con las frenéticas dinámicas en redes sociales, lxs periodistas tienen que enfrentarse también a cómo hacer llegar la información de manera eficiente e interesante a las audiencias digitales.
Esto puede llegar a ser un gran reto profesional, ya que los formatos tienen que acoplarse a las nuevas lógicas y narrativas, alejándose de lo que aprendieron alguna vez en la academia.
Eduardo Varas considera que el periodista cultural debe tener acceso a otras herramientas, además del manejo adecuado de la información, para poder desenvolverse en el ecosistema digital.
“Un periodista cultural, en un soporte digital, debe saber usar las herramientas para editar: softwares de edición de audio y video, y saber cómo usarlas para generar la nota”.
Además, se opone a la inmediatez en la cobertura de cultura, usualmente asociada a la producción de noticias en formatos digitales. “Yo me enfrentaba a la experiencia de la lectura en línea, de que la gente no consume y hay que ser rápido. Puedo entender que sea un consejo, pero considero que en temas relacionados con cultura el consejo debe ser más profundo”.
Como contraejemplo a este argumento, Varas menciona las long reads (lecturas largas) de grandes medios como el New York Times, “que tienen un montón de recursos que hacen que te quedes una hora allí y no salgas hasta terminar”. Además existen los creadores de contenidos que han logrado encontrar formatos profundos y extensos con gran acogida para hablar de cultura.
“Lo veo en la gran cantidad de views que tienen temas relacionados con cultura en YouTube y que son de 10 minutos, de gente analizando una canción o un texto, y veo que tienen 115.000 views en cada video”, dice. El problema, explica, está en cómo “se lo vende” en redes, para lo cual, admite, debe primar el criterio periodístico del manejo de la información, “acompañado de buenos recursos de imagen, de videos, de audios”.
Adrián Gusqui coincide en este último punto. Para él, el reto más importante de los medios digitales es depender del click. “Eso hace que tengas que hacer formatos que (tal vez) no te gustan hacer, pero sabes que te darán trascendencia”.
Según Gusqui, su caso puede ser particular al mantener a Indie Criollo como su blog personal, donde cubre los temas que le gustan y de la manera que le gustan, gracias a que tiene un sustento económico por fuera de esta actividad. Eso sí, asegura que incursionar en estos nuevos formatos “es un reto que tengo que hacerlo porque si en algún momento me quedo sin sustento económico, me va a tocar ir por ahí”.
Adaptarse es clave
Al igual que Varas, Gusqui también encuentra referentes que se han adaptado a las narrativas digitales con gran acogida. Como ejemplo pone a Damián Kuc, un periodista que realiza investigaciones sobre Historias Innecesarias (así se llama su canal) y que ha encontrado la manera de producir contenido de investigación profundo.
Su producción ha hecho que History Channel lo contrate y sus videos en YouTube alcanzan, en promedio, las 400 mil visitas, algunos incluso llegan a más de tres millones. Todo esto con formatos extensos de más de ocho minutos y cargado de material audiovisual de archivo.
Quizás este último punto —acoplarse a los nuevos formatos digitales—, es algo que falta en el periodismo cultural local. También en eso coincide Jessica Zambrano. “Los periodistas de cultura se amarran y se casan con el texto escrito, con lo narrativo”, dice.
Y es que hay cierta tendencia en los periodistas culturales por inclinarse hacia la crónica. Esto tiene sentido, por el vínculo entre este formato con una de las expresiones culturales más amplias, accesibles y de mayor tradición: la literatura.
“Ahora Radio Ambulante, Vice y otros proyectos te demuestran que lo visual, el sonido, es otra forma de mover sensaciones”, menciona Zambrano.
Sin embargo, el formato escrito tradicional y sus variantes aplicadas a la web, es algo que se mantiene no solo por una decisión creativa o de estilo. Es algo que responde también a la capacidad económica y profesional de quienes gestionan estos espacios.
Eso se puede ver, por ejemplo, en Paralaje XYZ. Al ser un proyecto editorial autogestionado por dos curadorxs e investigadorxs del arte —Ana Rosa Valdez y Rodolfo Kronfle—, los formatos se limitan a la escritura.
“No tenemos conocimientos de diseño gráfico, comunicación, fotografía, video, tecnologías digitales o manejo de redes sociales”, explica Valdez. “Esto limita nuestra capacidad de producción editorial en ese sentido”, añade.
Mucho por hacer
Es notable que, para el sector que cubre cultura desde el periodismo falta mucho por hacer para que esta rama de la profesión se consolide y aporte al engranaje cultural del país.
La cabida en los grandes medios tradicionales es cada vez más pequeña y superficial, lo cual ha sido agravado por la crisis económica. Una crisis que el país venía atravesando en los últimos años y que fue acelerada por la pandemia de la Covid-19.
A la par, los espacios digitales que han surgido como respuesta a este status quo se ven sumamente limitados por los recursos que son necesarios para llevar a cabo una agenda editorial que gire en torno a la cultura.
Además de los recursos económicos, están aquellos intangibles, necesarios para enfrentar el ecosistema mediático del Internet y su vertiginoso cambio constante. La formación y la capacitación son necesarias para generar y difundir contenido que llegue a grandes audiencias virtuales.
A todo esto se suma el poco interés de la ciudadanía, como audiencia, por aportar al sector cultural. Basta recordar lo sucedido en marzo de 2020, cuando el entonces Ministro de Cultura, Juan Fernando Velasco, impulsó un plan de ayuda económica para el sector cultural, llamado “Desde mi Casa”.
Este buscaba, a través de un concurso público, destinar un apoyo económico —obtenido de auspicios— a distintos tipos de artistas que generen contenidos culturales desde el confinamiento, para ser retransmitidos por Ecuador TV. La convocatoria generó el rechazo masivo de la ciudadanía en redes sociales.
Entre los argumentos en contra del programa se decía que los recursos deberían ir dirigidos a Salud u otros sectores vulnerables. La labor cultural fue menospreciada y se desconoció la situación precaria del sector, la cual se intensificó con el confinamiento y las restricciones de aforo. Varios gestores y artistas atribuyeron el desprecio generado por el público a una mala comunicación por parte del ministro.
Sin embargo, cabe cuestionarse si fue únicamente una mala comunicación del programa lo que generó el rechazo, o si este se debió a una sociedad que no da cabida a la cultura como un sector importante y primordial.
De ser el segundo escenario el caso, cabe preguntarse cómo los medios de comunicación y lxs periodistas contribuimos —o no— a que la cultura tenga mayor acogida en sus audiencias.
¿Qué cabida recibe en los espacios editoriales, con qué profundidad se realiza el ejercicio periodístico en torno a este sector y qué formación reciben lxs periodistas desde la academia? Aún quedan largos debates y conversaciones para responder estas preguntas.