El último lanzamiento de Frailejones es un homenaje rockero a la balada romántica de los 70, que captura bien su aura pasional y grandilocuente.
El nombre de Salvatore Adamo quizás no suene a mucho para las nuevas generaciones. Sin embargo, este cantante italo-belga se codea con esas grandes voces de la balada como Rafael o José José, a las que seguramente conocemos porque brotaron alguna vez de los estéreos de nuestros abuelos.
Según Wikipedia, el éxito comercial de este cantante entre las décadas de los 60s y 70s fue tal, que sus canciones se escucharon y tradujeron en rincones tan remotos como Turquía o Japón. En una época sin internet, cruzar la brecha cultural “oriente-occidente” de esa forma no era poca cosa.
Sin embargo, no estaríamos hablando de él, si no fuera porque la banda de rock ecuatoriana Frailejones decidió hacerle un homenaje potente y visceral. Su último lanzamiento en casi un año es un cover de un clásico de Adamo: “La Noche”.
La banda compuesta por Roger Ycaza, Álex Alvear y Andrés Caicedo nos entrega esta canción como carta de presentación de una vieja-nueva integrante: la bajista Fiorella Minotta, que ya había colaborado con ellos en los arreglos de su disco debut. Ahora pasa a ser una bajista más del grupo, en su nueva formación como cuarteto.
Pero más allá de eso, el tema sirve como homenaje a una corriente musical que hoy podría considerarse como reliquia, pero que mantiene una influencia latente e irreductible en nuestro bagaje cultural. Con esta canción regresan la mirada hacia un rincón de nuestra herencia que parecería haber sido aplastado por los estereotipos que la globalización ha sacado a flote como rasgos típicos de “la latinidad”.
Lxs latinxs no sólo somos seres “calientes”, prestos a mover el trasero y a beber en la playa como muestran los videos de reggaetón. También somos personas enredadas, sentimentales, melancólicas y tristonas. Esto se lo debemos a un cúmulo de rasgos de personalidad que los intelectuales llaman “ethos barroco”.
A (muy) breves rasgos, el barroquismo es un intento desgarrador de llenar el vacío que representa saber que nuestra existencia es finita, con todo lo que se pueda. Es un intento de aplacar la nada con todos los ornamentos posibles, haciendo de ella algo estéticamente bello. Y eso se refleja desde los retablos de nuestras iglesias, hasta los himnos de pop antiguo que hicieron chupar a nuestros tíos y abuelos hace 50 años.
Eso es “La Noche”, que en manos de los Frailejones se transforma en una interesante e inesperada balada rockera. La canción es, de alguna manera, una paradoja: una obra barroca hecha con pocos elementos orgánicos, que se estiran y se expanden para alcanzar límites expresivos desgarradores. Cada uno de ellos logra resonar con personalidad propia, sin dejar de aportar al conjunto y sin perder el ritmo en su escalada emocional, o en su descenso a la locura.
El tema abre con una cacofonía vertiginosa y desafinada. De repente da paso a su núcleo rítmico, donde las líneas de bajo suenan gordas, pesadas y envolventes, sosteniendo la cadencia. Encima se asoman unas guitarras parsimoniosas, una eléctrica y una acústica, conversando a ratos, y discutiendo entre sí en otros momentos; a su vez, dialogan en el mismo tono acalorado con una línea de órgano rockolero.
Esta, por su parte, se siente como un montón de nubes de tormenta encumbrando a la canción. Junto a ella retumba como trueno la batería de Caicedo, que siempre se ha destacado por su recursividad y versatilidad: le pega a todos los tambores y platillos, sacando lo mejor de cada uno de ellos.
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Y luego está la voz de Ycaza, un lamento desgarrado. Su registro más bien agudo dota a la canción de un aire juvenil refrescante, mientras se desliza con lascivia por las sílabas, como si saboreara el dolor que canta cada una de ellas.
Es fácil imaginarse a la banda tocando esto en una cantina repleta de humo y ojos vacíos. Y esa es justamente su fortaleza: su capacidad para envolvernos en un estado anímico espeso, a partir de la sencillez. Con esta canción, Frailejones refresca nuestros oídos de tanto sonido sintético y electrónico y que nos dice que la vieja escuela sigue vigente después de todo, haciendo lo que mejor sabe: dando cátedra.