El nuevo álbum de Niñosaurios es el antídoto ideal para curar el lado doloroso de la nostalgia. Conversamos con el vocalista y guitarrista Víctor Andrade para develar sus secretos.
En nuestros días, no es fácil distinguir el arte del entretenimiento. Son innumerables las veces que tomamos al segundo por el primero, a causa de los principios similares que invariablemente encontramos en ambos.
Encontramos, en muchos discos que aparecen por ahí, riffs similares, el mismo compás de batería, los mismos tonos de voz y, a veces, la misma clase de nostalgia. Y es que explotar todo esto es uno de los grandes afanes de la industria musical, que ama ir en busca de los ecos más que de las nuevas voces, y cuanto antes mejor.
Siendo ese el panorama, a muchos grupos que de verdad quieren cultivar un sonido propio se les ocurre hundirse en el silencio. Otros, en cambio, optan por un pariente cercano del silencio, el cual, no obstante, cruza por la vereda opuesta: la espera activa.
Esto último es a lo que se dedica Niñosaurios. Para esta banda guayaca de culto, perseguir el éxito no es un fin. Por el contrario, su actitud ante la vida es, esencialmente, la de hacer música. Aunque no graben inmediatamente un disco, y, más bien, tarden años en hacerlo.
A fin de cuentas, para ellos, el verdadero punto es hacer las cosas bien y de forma descomplicada, por más que tome bastantes años. Incluso si el tren de las alabanzas está próximo a marcharse.
“Que sea un disco que funcione de largo, que no sea una moda tan pasajera”, comenta su cantante, guitarrista y productor, Víctor Andrade, sobre el más reciente disco del grupo, Un día como todos los demás. Un álbum cuya gestación ha tardado alrededor de siete años.
¿Un tiempo demasiado largo para que salga un disco de rock? No tanto, si es que la música ha valido la espera, tanto para los fans de la banda como para los propios músicos.
Incubar las nostalgias felices
A diferencia de algunas obras recientes de la música ecuatoriana, cuya naturaleza fue notablemente modificada después de la llegada de la pandemia, Un día como todos los demás es un disco que conserva intactas las resonancias de la época en que fue pensado.
Y es así porque no estamos frente a temas forjados bajo el impacto provocado por el ruido del mundo. Al contrario, nos encontramos frente a las canciones de siempre, a los grandes hits que, por mucho tiempo, acompañaron las presentaciones en vivo de Niñosaurios.
Una banda inmersa perpetuamente en una forma desatada de hacer música, libre de presiones e imposiciones. Lo que puede verse en varios de los hábitos que cultivan como grupo. Empezando por la ausencia de un setlist en unas pocas de sus presentaciones. “Simplemente vamos y la gente dice cuáles quieren que toquemos”, señala Víctor.
Esa forma de armar un camino, prescindiendo casi que por completo de lo planeado, de lo robotizado, de la monotonía de oficina, es lo que distingue al grupo. Quizá por esto, a Un día como todos los demás lo atraviesa una vena juvenil que hará clic con los jóvenes y que hará que los que ya no lo son sientan brotar en ellos una energía juvenil que ya creían extinta.
“Yo hacía skate un tiempo. Una prueba para mí era ir a dar vueltas en skate y que el disco se escuchara bien, que me acolitara ir en skate y ver la calle. Por eso tiene esa energía medio juvenil”, recuerda el cantante de Niñosaurios.
Eso no quiere decir, por supuesto, que la banda no se tome en serio lo de hacer música. Lo que ocurre es que prefieren hacerla con rigor, pero, también, con un espíritu libre, no contaminado por lo que dicta la sociedad ni por “los sentimientos de mercado”, por utilizar una expresión del escritor puertorriqueño Eduardo Lalo.
Algo que le da al disco una especie de aire intemporal y feliz que va en contra de nuestra idea común de la nostalgia como algo doloroso.
Quizá pase porque estas canciones son de hace años y la gente las escucha y, tal vez, revive una época (…) El disco me hace vivir una juventud eterna”
– Víctor
Si alguien pensaba que la nostalgia es siempre una suerte de velo embriagador detrás del cual se esconde una verdad imposible de soportar, no tiene que hacer otra cosa más que escuchar Un día como todos los demás para desmentirlo. Aquí la luz no es vieja: se conserva invariablemente joven.
Aquí encontraremos, por lo menos en lo que se refiere a la música, parte de esa verdadera reconciliación con el pasado que hace tanto tiempo hemos buscado.
Todo a su tiempo
Una de las grandes desventuras de la vida es estar sujetos a la voluntad de nuestros deseos, una voluntad que jamás termina de ser colmada. Sin que medie lo inesperado, sin que valoremos esas sorpresas que, de tanto en tanto, nos hacen quizá más felices de lo que imaginábamos en nuestros sueños más grandes.
Sin que, en definitiva, la sincronía obre uno de sus grandes milagros y traiga afectos duraderos a la vida.
Ya sea que lo que prefieres en la vida sea el amor o la amistad, Un día como todos los demás no decepciona. En sus canciones, ambos afectos se despliegan de manera dulce y convincente, nutrida, eso sí, con toda la buena onda y la energía que es capaz de desplegar la banda.
Por un lado, la amistad puede verse en un tema como “Si pides ya vendrá”. “Es la parte existencial, de la amistad, que es una de las cosas más importantes de la vida”, indica Víctor, no sin antes señalar que varias de las respuestas más grandes sobre la vida no se encuentran en las palabras de los “charlatanes”, que afirman tenerlas, sino en gente tan cercana como los amigos.
Por otro lado, el amor recorre canciones tan distintas como “Ella va a salir” y “Chifles”. La primera habla sobre un cariño duradero que no deja de reverdecerse, aun en la vejez. Mientras que la segunda habla sobre las ocasiones menos esperadas para encontrarlo, como lo es compartir unos chifles vencidos con alguien y descubrir que ambos tienen tanto en común.
“Es también una nota como de amor. Salir y encontrarte con las coincidencias de la vida, que en este disco se da en una cuestión pareja, como si te encontraras a la gente que te tienes que encontrar”, dice el músico.
Y si piensan que nos estamos poniendo muy profundos y pesados, no se amarguen, que la música de la banda está libre de todo bache de este tipo. Niñosaurios no hace letras con palabras difíciles y plagadas de metáforas. Al contrario, su estilo es directo y apela siempre a una comunicación directa con su público. Lo que no excluye la profundidad.
“Siento que ese es el truco de Niñosaurios. Mientras que el lenguaje es medio fácil, trata de dar información profunda”, explica Víctor.
Como ocurre con el iceberg, la música de Niñosaurios tiene mucho más bajo el agua que lo que está a la vista en la superficie.
La pieza que faltaba para Niñosaurios
Hace un tiempo, Sesiones al parque lanzó su sello discográfico en busca de dar una mayor visibilidad a varias bandas de la escena local. Y uno de los grupos con los que, casi de inmediato, escogieron trabajar fue Niñosaurios.
Gracias a la ayuda del sello, la banda ya ha lanzado sencillos y, por supuesto, ha publicado Un día como todos los demás. “Si no fuera por Sesiones, no estaríamos sacando el disco ahorita”, señala Víctor.
Lo que el sello aportó a Niñosaurios fue un apoyo adicional al proyecto que iba mucho más allá de lo meramente musical. Y no sólo en lo que respecta al álbum, sino a la promoción, especialmente en el plano de las redes sociales.
De algún modo, Sesiones se convirtió en la pieza faltante para el proyecto.
Esto no significa que la música de Un día como todos los demás sea especialmente deudora de la relación reciente con el sello. Como antes se dijo, el proceso del disco tardó mucho más tiempo. Y empezó en Guayaquil, en las paredes de Ermitaño Records, bajo la mirada atenta de Carlos Bohórquez.
Además, vale la pena mencionar a dos integrantes de la banda que no se encuentran actualmente, como Aníbal Burgos —reemplazado más tarde por el bajista actual, Toño Cepeda— y Ricardo Pita. El primero tocó en los temas del álbum y el segundo aportó con unas líneas de bajo.
No es de sorprender, en un disco cargado de tanto pasado, presente…y futuro.
Niñosaurios, de cara al futuro
Como a muchos, a Víctor Andrade la cuarentena lo obligó a encerrarse. A quedarse en una especie de tiempo suspendido que más vale ocupar en las obligaciones diarias o en proyectos pendientes si uno no quiere perder la cordura. “La música es la cura para no volverme loco”, dice.
Fue dentro de este contexto aciago que compuso varias canciones como solista y lanzó finalmente el nuevo disco de Niñosaurios. No sin antes aplicarle a este último un último “mastering” para volverlo ligeramente más contemporáneo. Por fin, el capítulo está cerrado.
Lo que no equivale a decir que las cosas han terminado para la banda. Por el contrario, Víctor advierte que Niñosaurios no sólo hará, cuando sea posible, un tour del álbum, sino que lanzará nuevo material.
Lo más probable es que se trate, según Víctor, de una vuelta al lado más complejo de la banda, que pudimos ver en el disco de 2012, Todo el universo. Claro que sin los interludios y la densa capa conceptual que acompañó a ese LP.
Por lo pronto, no queda más que disfrutar el álbum que tenemos a la vista, y que ya es mucho. Pues escuchándolo hallaremos un poco de felicidad.
Al fin y al cabo, en ciertos casos, cuando la nostalgia no está armada con falsedades propias de una memoria muy generosa, o con ilusiones románticas propias de una mente febril y angustiada, esta puede ser, de algún modo, verdadera.
En ese sentido, Un día como todos los demás es un disco donde la nostalgia aflora de una forma feliz. Porque comprendemos que mucho de lo que creíamos perdido puede que permanezca dentro de nosotros. Por ejemplo, nuestro niño interior.