¿El último concierto?

por Martín González
El pasado 12 de marzo, una banda africana protagonizó un concierto envuelto en una serie de casualidades que, de una u otra forma, simbolizan el fin de una era, y el inicio de otra.

Fotos de Emilia Velásquez y Martín González

El origen de la humanidad está en África. La arqueología ha sostenido por años que el primer espécimen originario de nuestra especie fue encontrado ahí. Y África es precisamente el continente más explotado, marginado y abandonado del mundo. De ahí, de su corazón mismo, llegó a Quito un grupo de músicos extremadamente difícil de describir; justamente, por la facilidad extrema con que vibra y contagia energía, o, a falta de una palabra más certera, vida. 

Jupiter & Okwess es un sexteto originario de Kinshasa, la capital de la República Democrática del Congo, el centro de África. Liderado por el cantante Jupiter Bokondji, este grupo ha recorrido el mundo entero electrificando átomos a diestra y siniestra con su mezcla explosiva de ritmos africanos y afroamericanos. Como si eso fuera poco, han colaborado con Damon Albarn, de Gorillaz, y con David del Naja, de Massive Attack.

Gracias a la gestión de la Alianza Francesa, se presentaron en el Teatro Sucre el pasado 12 de Marzo. Justo antes de que todo empezara a cambiar para siempre.

La atmósfera ya estaba enrarecida. Ya nada se sentía igual. Tomar el bus, caminar en la calle, ir en taxi… todo significaba estar expuesto al mismo aire contaminado de paranoia que empezaba a inhalar el mundo. Ya no hace falta explicar el motivo. Todos estamos viviendo sus consecuencias en este momento. 

Para entonces, el gobierno nacional ya había dispuesto la prohibición de eventos masivos con un aforo superior a las mil personas. El Teatro Sucre, donde se iba a realizar el concierto, entraba con las justas por debajo de esta medida, pero no se salvaba del clima de tensión que crecía con cada minuto. La incertidumbre frente a la realización de este concierto, que se enmarcaba en el Festival Django 2020, era latente. Por ende, llevarlo a cabo era igual a caminar sobre la delgada línea que divide la valentía de la insensatez. Ninguna decisión era fácil.

Sin embargo, todavía no empezaba el tiempo del miedo. Jupiter y su banda habían llegado de lejos y estaban dispuestos a tocar. En contra de las circunstancias, tendría que haber gente dispuesta a irlos a ver. 

“Este es el último concierto”, dijo Mauricio Proaño —célebre guitarrista quiteño, conocido también como Domingo Cantinas— al grupo de amigos que lo rodeaba fumando y riendo con nerviosismo afuera del Sucre. “Después de este se borra todo y empieza una nueva era de la humanidad”. Su comentario jocoso, ocultando un temor de resonancia profunda, levantó algunas risas y luego se desvaneció por la Plaza del Teatro. La noche estaba templada, y lo único de lo que emanaba algo de calidez en todo el lugar eran las luces del interior del teatro.

Dentro no había mucha gente. Un gran número de butacas vacías recibía sin mucha pompa al conjunto africano. Ellos arrancaron su show sin mayor preámbulo, como una avalancha imprevisible. Bastaron unas cuantas notas para que toda la platea se levantara de sus asientos y empezara a contorsionarse frenéticamente con el ritmo. Las lunetas y los palcos se extendían altos y oscuros hasta perderse en el cielo raso, cobijando al puñado de gente que bailaba a los pies del escenario. Daba la impresión de que todos estaban metidos en una cueva. 

Jupiter & Okwess suena como un corrientazo eléctrico. Sus canciones no dan tregua. Guitarras saltarinas de afrobeat por aquí, líneas filudas de bajo por acá, percusiones nerviosas y un coro de voces que parece conversar todo el tiempo siguiendo la pista de Jupiter; todo funcionando a toda máquina en un conjunto que alborota las neuronas, los huesos, los músculos, desde la cara hasta los pies. Son todo lo que se necesita para perder la vergüenza y para volver a actuar con la sencillez y el desparpajo de un niño.

Desde el colorido exuberante de sus atuendos —entre los que destaca la máscara de luchador del baterista— hasta la soltura y la calidez de sus gestos y sus sonrisas, todo contagia, de todo. Cuando alguien está convencido de lo que está haciendo, le hacen falta pocos artificios para encantar a su público. Y es entonces que las emociones fluyen y la gente se inunda. Lo genuino es genuino porque llega de esa manera, y porque las palabras no alcanzan para describir con justicia a lo que Es, y Es suficiente.

El show era una fiesta y el Teatro, símbolo de la élite republicana de nuestro país, se convertía una vez más en otra cosa: en un refugio para que la gente desfogara, sudara, sonriera. El supuesto fin del mundo nos pillaba bailando, y estaba todo bien. Ahí, en ese momento, estaba todo bien. Y todxs éramos una sola cosa sonriente e inquieta, ansiosa por estar más y más cerca de esos músicos que se entregaban de vuelta sin vergüenza y sin poses. Bailaban entre ellos, no dejaban de sonreír y tomaban cualquier pretexto para ponerse más cerca de la audiencia, tocarla, danzar con ella.

La última barrera, entre la gente y el proscenio, terminó de romperse cuando Jupiter mencionó en un inglés trastabillado que iban a tocar una canción dedicada a las mujeres. El personal del teatro, que para estas alturas mantenía la compostura solo por compromiso, abrió las barreras y un tropel colorido de mujeres de inundó el escenario. Y entonces era claro que nadie tenía miedo. Ahí, en ese momento, se podía respirar y sudar en colectivo, se podía mostrar la alegría sin pudor y nos podíamos abrazar con la música y el baile.

La banda se entregó hasta el final, pese a la altura y al cansancio. Y cuando finalmente abandonaron el escenario y las caras de la gente volvieron a encontrarse entre sí, el miedo se había esfumado por un momento. 

Entonces salimos de nuevo a la plaza, más vacía y más fría que antes; más raro todo que nunca. Se desperdigaron quienes iban a guardarse de una vez por todas, y quienes aún le iban a dar pelea al pánico. Terminó la noche, y al día siguiente empezó a acelerarse precipitadamente lo que ahora es, en definitiva, un frenazo a raya para la humanidad. Finalmente, sí fue el último concierto. 

Casualmente, fueron la última banda en tocar en el teatro más importante de nuestra capital por un tiempo indefinido. Y, casualmente, vienen del lugar que supuestamente dio origen a nuestra especie. Y si las casualidades se juntan, y nos es permitido mantener viva la esperanza en estos tiempos oscuros, quiere decir que el último concierto significa que algo más tiene que venir después. 

Esa nueva era de la humanidad, de la que hablaba la gente antes de la función, inicia aquí: en lo que casualmente dejó de ser un show de un festival de músicas del mundo, para convertirse en un ritual; en él, los nervios de un puñado de personas se sacudieron entre las sombras, se enraizaron en el mismo ritmo y renacieron con las energías recargadas. 

Quedan muchas preguntas por hacerse ahora. La moneda de nuestros días es la incertidumbre. Nadie tiene las respuestas ni las fórmulas exactas para despejar lo que estamos viviendo actualmente. Sin embargo, todo el mundo parece tener algo que decir al respecto, porque el miedo genera ruido. 

Creería que quienes estuvimos esa noche en el concierto de Jupiter podemos regresar a un recuerdo feliz. Uno que nos demuestra que el ruido se convierte en música y todos bailan, cuando se pierde el miedo. Y eso nos ayuda a mirar hacia adelante, a pensar en un nuevo inicio, a mantenernos firmes junto a nuestras convicciones y a las cosas que hacemos porque creemos que ayudan a girar al mundo hacia su cara más linda. 

Esto tiene que pasar, y una vez que pase tenemos que haber cambiado. Tenemos que recordar que el último concierto de una era guarda las claves del origen de todas las otras. Y esas claves que saltan en nuestro interior, podrían servir para agarrarnos las manos ahora que vamos a tener que reconstruir algo mejor, con los pedazos de lo que se está quebrando.

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Mientras todo esto pasa, la Fundación Teatro Sucre ha programado una serie de espectáculos virtuales que podemos disfrutar mientras cumplimos con el deber de quedarnos en casa. Pueden revisar la información AQUÍ.

 Sus actividades reanudarán pronto. Cuando lo hagan, es importante que acudamos a sus salas, y a las de todos los teatros, para reencontrarnos con nuestra humanidad y la del resto. 

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