Hace unas semanas salió a la venta la versión en vinilo de Tristes Trópicos, de Lolabúm. Detrás de este gran producto están Andrés Yánez y su tienda, Bee Vinyl. Conócelos.
En el principio era el vinilo. Una vez que la música dejó de ser fugaz y empezó a almacenarse en distintos formatos, fue necesaria la aparición de uno popular y portable. Un objeto que, además de almacenar la música con gran fidelidad, pudiese despertar el gusto de los melómanos por coleccionarlo, por tenerlo en sus manos, por contemplar su portada y saber todo lo que se encontraba adentro. Ese formato fue el vinilo, que, desde fines de los 40 hasta mediados de los 80, cuando apareció el cd, reinó en la industria musical.
Hoy, con la presencia de las plataformas digitales, parece muy difícil que alguien piense en comprar uno de esos gigantescos discos negros y obtenga gusto en acumularlos y reproducirlos. Pero existen aquellos que lo hacen. Existen y son muchos más de lo que podrías pensar. Si no fuera así, Andrés Yánez no habría tenido la oportunidad de abrir Bee Vinyl— su tienda virtual de discos— y echar a andar un negocio.
“Lo más especial, lo diferente, lo que más atrae a los coleccionistas, es ese ritual o experiencia de lo que es reproducir vinilo, el hecho de que hay que ponerlo de un lado, que los surcos son las canciones, que vas a escucharlo todo completo, que ves los artes, y que puedes expandirte en la parte artística, que puedes poner cosas adentro: fotos, artes, un libreto. También, que ves los artes del disco, si el disco brilla. Todo eso te puede sumar a la experiencia”, dice.
La idea de comenzar un negocio de venta de vinilos nació casi espontáneamente. Después de todo, a lo largo de su vida, siempre le había gustado coleccionar música, pero conseguirla era difícil. Hace tres años y medio, empezó a averiguar cómo hacerlo y a incrementar su colección personal. En medio de ello, se percató de algo. Quizá no había sido el único en aquella molesta situación. Tal vez, la gente necesitaba tener a disposición una tienda capaz de ofrecerle lo que en verdad quería.
“Comencé a manejar las redes y a ver qué pasaba. No que, chuta, voy de una a armar el mega negocio, sino que si yo estoy interesado alguien más ha de estar. Y así empecé a utilizar esto de publicidad pagada. Al poco tiempo empecé a conseguir interesados en vinilos y casetes. Ahí comenzó todo oficialmente. Pero más nació de que, como coleccionista, yo buscaba”, recuerda.
Desde entonces, Andrés ocupó su tiempo en la búsqueda de los discos más apetecidos por los melómanos, a veces ediciones especiales o casi imposibles de conseguir. El éxito del negocio creció como la espuma, pero había que dar un paso adicional. Y llegó mucho más rápido de lo imaginado. “Yo tenía ganas de hacer algo de acá, que hay bandas muy buenas, que sacan buena música. Tenía ganas de hacer algo de acá, algo que suene bien, que las bandas estén en esa presentación, y no simplemente un vinilo, algo tan bueno como un internacional”, señala.
Así fue como, luego de ponerse en contacto con Pedro Bonfim, de Lolabúm, Andrés decidió elaborar su primer vinilo. A ello debemos esta nueva edición de Tristes Trópicos, uno de los álbumes más exitosos de la escena en los últimos años. Como pueden adivinar, la idea no era crear simplemente un LP, sino la hacer un producto redondo en toda su dimensión. Por eso le dio a la banda mucha libertad para decidir detalles como la portada y los objetos interiores, siempre dentro de los límites del presupuesto estimado.
Y la acogida ha sido grande. Tanto así que ya abundan los videos de la música de Tristes Trópicos emergiendo del tocadiscos. La melomanía más allá del coleccionismo. De esta manera, gracias a Bee Vinyl, Lolabúm se ha sumado a otros artistas ecuatorianos que han optado por preservar su música en este formato. En ese grupo tenemos a Nicolá Cruz, Bueyes de Madera y Guanaco.
Y, como pueden imaginar, el encuentro entre Lolabúm y Bee Vinyl no nació de la nada. Era necesario que el vocalista de la banda quiteña fuese, además de un apasionado por la música, un devoto del formato de disco.
La experiencia de un músico
La afición de Pedro Bonfim por los vinilos nació mucho tiempo atrás. Su colección empezó con joyas como The Freewheelin, de Bob Dylan, y el primer álbum de Elvis Presley, o sus favoritos, los de Luis Humberto San Pedro y Enrique Males. Al igual que muchxs de lxs que gustan de este formato, el líder de Lolabúm se enganchó con los discos LP al cureosear los equipos viejos de la casa de su abuela. Esa fascinación por lo antiguo, por esos extraños equipos mecánicos que te transportan en el tiempo, lo llevó a concebir la música de otra manera.
Las plataformas y medios digitales ofrecen no sólo cantidades infinitas de artistas y ritmos, sino que también facilitan la inmediatez, característica principal de esta era postdigital. O como lo explica Pedro, “yo soy de la generación de la piratería. Descubres un artista y en poco tiempo puedes conseguirte la discografía completa”.
Por esta razón los vinilos son un refugio de la era moderna para enfrentar la liquidez posmoderna. “Es algo muy cursi, pero me encanta no poder saltarme las canciones con facilidad. El vinilo te obliga a estar pendiente. Además hay el fin del un lado y del otro y eso me parece una bestia porque tienes que darle la vuelta, literalmente, intervenirle al aparato”, explica un Pedro, en una faceta visible de melómano.
Y es que precisamente esa afinidad del disco vinilo con el concepto del “álbum” es una de sus fortalezas. El tener una experiencia larga, un encuentro prolongado con un artista o una banda, facilita la comprensión y apreciación de su trabajo musical en conjunto. Haciendo una analogía, no es lo mismo leerte un capítulo que leerte todo el libro.
¿Y el sonido?
Pero, ¿y en cuanto al sonido? Hay varios mitos, varios efectos placebo y varios efectos técnicos por detrás de la producción y consumo de un vinilo. Así lo cree Daniel Pasquel, ingeniero de sonido, conocido, entre otros, por su proyecto Marley Muerto. Y es que no es raro encontrarse con alguien que te diga que prefiere escuchar vinilos porque la música suena mejor o, al menos, diferente.
Y no se equivocan. El proceso de masterización de un disco vinilo “es menos invasivo”, según explica Daniel, y por esta razón puede que la música de un vinilo sea “más musical”. Pero esto se debe a las limitaciones de este formato. Por ejemplo, un golpe de un highhat o el siseo de un cantante pueden hacer que la aguja del tocadiscos salte, por lo cual no se puede intervenir de manera agresiva en el material.
“El vinilo no ofrece una mayor calidad versus el standard del formato digital que es el CD. Por sus características, no ofrece una mayor versatilidad en rango dinámico ni en espectro sonoro”. Por eso, Daniel no considera que este formato sea superior. Además, según nos cuenta el otrora líder de Can Can, otro limitante de este formato es que para que un vinilo mantenga calidad en el sonido, no se debería grabar más de 20 minutos en cada lado.
Pero, eso sí, advierte, es cuestión de gustos. Hay quienes disfrutan del calor y la fricción de la aguja pasando contra el disco, lo cual agrega una sonoridad única a la reproducción de los vinilos. Precisamente, uno de ellos es Pedro. “Me acuerdo que las primeras veces que escuchaba vinilos bajaba todo el volumen porque me di cuenta de que sólo la aguja pasando por encima del vinilo ya tenía sonido y eso significaba que el sonido estaba ahí, literalmente podía ver el sonido”, recuerda.
Hay otras características de los discos de larga duración que han ayudado a que este formato se mantenga vivo en el tiempo, a pesar de la evolución tecnológica. Comprar un disco es, hoy en día, para muchxs, una forma de apreciar el material musical de sus artistas favoritxs y apoyarlos económicamente. Quien compra un disco está haciendo una transferencia directa de dinero a los artistas, aun pudiendo encontrar su material de manera gratuita en la web.
Pero estos fans obtienen su recompensa. Por su tamaño, los vinilos te obligan a apreciar de mejor manera el arte de la portada del disco en cuestión. Además, es habitual que este formato incluya material exclusivo como “bonus tracks”, letras de las canciones, fotografías, etc. Y, por lo general, estos productos suelen ser ediciones limitadas, lo cual contribuye a que el material dispuesto sea más valorado.
Por ejemplo, las 250 copias de Tristes Trópicos, producidas por Bee Vinyl, incluyen escritos, ilustraciones y borradores del proceso de composición del disco. Además, hay una carta firmada por Pedro Bonfim al público y una tarjeta de descarga de las versiones digitales de todas las canciones, así como de sus versiones alternas y demos. Es un verdadero deleite para quienes se consideran verdaderos fans de la banda —sabemos que de esos no hay pocos— y quieren conocer más a profundidad cómo es su proceso creativo.
No por nada en un mes se han vendido cerca de la mitad de los discos —mandados a hacer en República Checa—. Es una señal favorable que pinta de cuerpo entero la situación: hay vinilo para rato. Como bien lo dijo Andrés, «el disco nunca murió y nunca va a morir».