Que nadie nunca más se vuelva a quejar por que “mañana es lunes” y “no hay nada que hacer en Guayaquil”. Aplausos para Pancho Feraud, creador de este evento, y a todos los organizadores de la segunda edición del Festivalito donde los errores fueron pocos y el ambiente hizo de este encuentro de bandas algo mágico.
Fediscos fue una fábrica de discos y uno de los estudios de grabación más importantes del país y Latinoamérica. Fue. Hoy, en los post 2000, se ha convertido en una cancha para la gestión cultural donde por todas partes, se siente las notas musicales impregnadas en el aire. El parqueadero del lugar fue adaptado, por segunda vez, para la realización del festival y desde su entrada adquiría la pinta de festival con una feria de diseño y cachivaches. Cuatro carpas pequeñas recibían a los asistentes con objetos novedosos varios, desde fosforeras (o encendedores en «guayaquileño”) hasta pines, ropa de diseñadores independientes y, por supuesto, discos de las bandas que componían el line-up.
El Festivalito empezó una hora y media más tarde de lo planeado. Y fue lo mejor que pudo haber pasado porque el calor que hacía ese domingo de noviembre podía haber derretido no solo los cables sino a los integrantes de las bandas. Uno por uno. No les estoy hablando desde mi posición de quiteña, porque los guayacos se quejaban de lo mismo (¡les juro! A mi lado había chicas que tenían una botella de agua en una mano y un abanico en la otra).
A las 4:30 de la tarde se subió la primera banda al escenario, trayendo con ellos un poco de viento y un poco más de gente. BOARDS no se había presentado en vivo en un buen tiempo. “Es nuestra primera tocada del año” dijo su frontman, Roberto Chalela, minutos antes de presentar un nuevo tema y anticipar el lanzamiento de su tercer disco para 2016. Sus canciones en inglés y español atrajeron al público y poco a poco la gente se acercó al escenario. El festival había empezado.
Los organizadores del evento quisieron mantener en secreto el orden de las bandas. Así que apenas la primera agrupación se bajó del escenario, comenzamos a especular sobre cuál vendría después. Cada pausa estimulaba a la gente a dispersarse y de paso visitar los stands de Eureka $hop, Cruzita, Moka Neko-Chan y probar opciones veganas con Parampará.
A eso de las 5:15 de la tarde subió al escenario una Paola Navarrete descalza y nerviosa. Y cuando sonó la primera nota, Paola se transformó. Fue como si los nervios se hubieran convertido en esta fuerza que le permitió a ella y a su banda sonar mejor que nunca: muy consolidados y con un show de gran calidad, de esos que dan las bandas que tienen años de años. Paola conversó con el público, y presentó una nueva canción (sin nombre todavía), para luego pedir al público que se acerque al escenario dejándonos hechizados a todos con su voz.
La excelente relación que mantiene con su banda es contagiosa y notoria. Las risas entre ellos y su comunicación por medio de miradas, nos hace sentir parte de su grupo de amigos. Luego de un par de canciones Paola propuso “dejar de llorar” (había iniciado con las canciones más mellow) y siguió con un set-list más fuerte que puso a bailar a todos. Presentó “Esperar”, otra canción nueva, y aceptando los gritos del público que pedían una canción más, se despidió de su ciudad natal con “Sentimiento Original”.
Macho Muchacho empezó su show una hora después. Hubo un par de problemas en la primera canción. Normal. Siempre la primera canción de un concierto es utilizada como el último soundcheck antes de lo bueno. Nada que el performance de esta banda, a la cuál no le hace falta vocalista, no pueda solucionar. La gente bailó como loca. No importaba el calor ni los empujones, no importaba nada. Habían esperado mucho para que esta banda regrese a escenarios. Juan Manuel Enderica, el guitarrista, supo cómo emocionar al público cuando comenzó a lanzar varios discos al aire. La gente saltaba para alcanzarlos y era inevitable que el cuerpo no se moviera con sus canciones. Juan Manuel aprovechó el final de una canción para anunciar que “no nos vamos a separar”. Claro, antes de esta tocada llevaban meses sin presentarse. Tanta fue la ausencia que por ahí rondaban los rumores (impulsados por ellos mismos) de que se separaban. “A este man (Pablo Jiménez) le encanta generar polémica en redes sociales. Ya ha botado a un baterista y ha formado otras bandas pero nosotros vamos a seguir. No le hagan caso” dijo Juan Manuel aplaudido por el público.
El ambiente del lugar era riquísimo, más gente había llegado y el calor había bajado notablemente. ¡Gafas afuera, prendan las luces! Cuando regresé a ver, me di cuenta que el lugar estaba repleto. Según los que estuvieron en la primera edición del Festivalito, la diferencia en la cantidad de gente fue muy grande. Esta vez, ir a dar vueltas no fue la opción de la mayoría y muchos prefirieron quedarse en sus lugares y sentarse en el suelo guardando puesto, preparándose para lo que estaba por venir.
Luego de una larga espera, Mama Soy Demente encendió las luces y la psicodelia en el escenario. Eran las 7:23 y se sentía la vibra power de esta icónica formación de rock guayaquileña. Esa noche, celebraban 10 años de tocar en los escenarios. Había un grupo de fans con camisetas con el nombre de la banda que no pararon nunca de corear sus canciones y no faltó el clásico mosh demente. Dennis y Carlos son maestros en prender al público. El grupo sonó como si nunca hubiera dejado de tocar, lleno de energía. Cada rasgado de guitarra hacía emocionar a todos los que estuvimos ahí. Estos tipos están locos y su demencia infectó a todos los asistentes.
La gente quedó destruida luego de Mama Soy Demente y estaban impacientes por saber que venía después. Fue entonces cuando Da Pawn subió al escenario y el recibimiento fue enorme. Aplausos y gritos por todo lado. La banda quiteña tiene grandes fans en Guayaquil. Todo el público se quedó para verlos, para ser testigo de su impecable presentación. El reverb característico de la voz de Mauro Samaniego y el ensamble de toda la banda se sintieron exquisitos. Iniciaron con las nuevas canciones para luego tocar todas las de El Peón, seguidas. El pequeño apagón al final de una de las canciones que pareció orquestado; poca gente se dio cuenta, todo fluyó como parte de una sola cosa. El público cantó todas las canciones viejas y asimiló las nuevas con todos los sentidos.
La segunda edición del Festivalito “Mañana es Lunes” cerró con la banda guayaquileña Naranja Lázaro. La fusión de rock, jazz, blues y grunge mantuvo a la gente bailando y pidiendo más. Definitivamente la voz intachable de Juan Carlos Coronel no deja de ser el highlight y el puente que te conecta con las letras de sus canciones. Lo decidieron bien. La calidad de músicos que tiene esta banda hizo que el Festivalito cierre de la mejor manera.
Ahora, un nuevo festivalito vendrá el próximo año y sólo nos queda proponer y esperar un line-up que supere al de la segunda edición. Estimado Pancho Feraud: los domingos en Quito son fríos pero nada que un buen show de música en vivo y un par de canelazos no puedan arreglar. ¿Festivalito, Edición UIO?