“hoolaaaaaaaa eieieieieieieii….yo (Carlos) vivo relativamente cerca del malecón doslucaaas!! (…) pilas brodii ahí me pegas el fonazo!! cuídate mucho!! trae ropa cómoda que está que asa la perla” (Inbox con Espumita).
A orillas del Estero Salado en Guayaquil, se acumula una espumita verdosa. Carlos y Chaby, sentados con vista al manglar, contemplan el paisaje en una tarde de ocio. De repente, se les ocurre el nombre de la banda: Espumita. Esta visión llega a finales del 2013. Con el tiempo y con el aire -la dimensión que habitan las canciones gracias al Wi-Fi, al Bandcamp y esas cosas-, la espuma empieza a perder el color y se hincha hasta abundar: lo suficiente para ponerse un poco en la cabeza y sobre todo, para compartir.
Espumita es una banda comprometida con lo banal, con la nada y lo pasajero. “Queremos hacer canciones solamente felices, canciones de enamorarse, de ir a la playa y viajar”, dice Carlos Nuñez, vocalista y guitarrista de la banda, cerca del malecón Dos Lucas donde nos hemos encontrado. Debo decir que en este punto, podría limitarme a citar las ocurrencias y las formulaciones lingüísticas del “Gordo”, como le dicen. Sería, tal vez, la nota más justa para Espumita. Pero intentaré traducir su monólogo, solo por obligación periodística, que quede claro.
Tocar en vivo, para Espumita, es una cosa básica. De lo único que tenían ganas al inicio, de hecho, era de tocar. Solo después llegará “este peladito, David Rojas, el man de La Casa del Gato, 17 años, ¿sí me entiendes? Y nos dice: oigan, hagamos la banda y saquemos el disco. Ahí nace”. En 2014, Espumita sacó EPs en mayo, junio y septiembre. La banda, como dice el “Gordo” y tal como la espuma, «crece y se agita rápido». Las canciones brotan burbujeantes, proporcionales a cuánto Carlos se masajee la cabeza: “Espumita siempre se basó en eso: armar esta cosa gigante, como la espuma, llena de aire. Es una cosa llena de nada pero como que full decorativa y no sé, bonita”.
Espumita es uno de esos herederos evidentes del punk de la escena guayaca de los 90s, maravillosos ejemplos de autogestión: tocar, tocar y tocar. “Se trata de conciertos y un montaje bacán. Hay que levantar, hay que mover. Si tu centras, yo cabeceo”, explica el “Gordo” en su acelere. (¡Sí, es como la espuma de la cerveza!). Incluso los ensayos entre amigos, tienen una agitación particular. Por la noche, nos juntamos para un ensayo/mini-fiesta.
Ahí, en la sala del Gordo, estaba David Rojas de La Casa del Gato, un poeta ambulante, un músico de hardcore, Sixto Ampuero (el baterista), Melissa (la bajista), la novia del Gordo y otros amigos.
El ensayo duró horas. Repasaron el último EP, algunas recetas de cocteles y nuevas canciones que morirán si no son lo suficientemente dedicables, porque besarse es fundamental para Espumita. Aquí recorté un trozo del registro de la sesión: es una canción que tal vez nunca se escuche en mejor calidad, ni con mejor preámbulo o explicación. La canción se llama «Guay».
Para cerrar, y al mismo tiempo resumir, incluyo la explicación poética -y cromática, digamos- de uno de los temas de Espumita que sí se pueden descargar:
«Primero fue como que: hay colores secundarios. ¿Por qué son secundarios? ¡Pobrecitos, ch*cha! Ándate a la v*rga, ¡el morado es un color increíble! Yo quería que el man sea primario, que sea líder, pero el man es secundario. ¿Sí me entiendes? Combinamos con colores secundarios. Y de ahí nada, besarse.»