Paola Navarrete daba su primer autógrafo mientras Guanaco Mc llegaba a la tarima del festival Grito Rock. Por ahí decían «Guanaco is in da house» y se extendían las manos que buscaban saludar al artista. Ya se había acabado la última prueba de sonido y los músicos rondaban por el escenario. El movimiento de la gente en la Plaza del Teatro se sentía apenas alterado.
Eran casi las 11am y las personas se acercaban. Algunas con el firme propósito de unirse al grito musical desde su primera nota, otras para ver, curiosear y poner a prueba lo que se ofrecería en ese espacio. Los artistas se preparaban sin mucha pose. Saludaban, conversaban y revisaban detalles con tranquilidad.
La primera en escena fue Paola Navarrete. La gente ya instalada esperaba atenta. Tenían los ojos bien abiertos y enfocados en la guayaquileña que se tomó el escenario con sutileza y sin prisas. De inmediato comenzó una hipnosis colectiva inducida por los agudos de su voz. El público, antes disperso, se agrupó frente al escenario. Como si se hubiera dibujado una línea en el suelo, dejaron un espacio que los distanciaba de las rejas que rodeaban la tarima. Se notaba la timidez de un primer encuentro. Paola Navarrete hizo que el ambiente se volviera acogedor. Su música llegaba fresca y su voz se recibía impecable, la actitud de su performance era relajada y con ella entraron todos en confianza. Así comenzó el festival.
La gente seguía llegando y los sonidos rockeros se instalaban en el escenario. La banda brasileña, y única no local, Madian & o Escarcéu fue la segunda del día. Era la primera vez que los músicos tocaban fuera de su país. Con la energía altísima, presentaban fusiones musicales que se escapaban del radar. El rock se matenía como base y marcaba el ritmo del público que no dejaba de cabecear. Guanaco apareció en escena de repente, hacía rimas y sostenía banderas. La primera imágen épica del día se construyó cuando los músicos intercambiaron los colores de sus países. Posicionaron así la filosofía de colaboración que identifica al Grito Rock.
Cuando Mundos empezó a tocar, ya no quedaba ni un milímetro de distancia entre la gente y las rejas. Roger Ycaza apareció en escena con la camiseta más comentada de la tarde, una que decía «Breaking Bad». Él, junto a Denisse Santos tomaron sus respectivas trincheras musicales y comenzaron a crear sus paisajes sonoros. Las canciones ya no solo se emitían desde el escenario sino que se recreaban con fuerza desde el público. Era evidente que para muchos ese no era el primer encuentro con Mundos.
Lo mismo pasó con Jazz the Roots. Pese a no haber letras en sus canciones, daba la impresión de que la gente coreaba cada nota a través de sus movimientos y su constante sintonía con los matices de la banda. En cierto momento fue tal la intensidad, que desbordó en un pogo cuyas secuencias iban al ritmo de jazz.
Guanaco entró con fuerza a su turno en escena. Estaba empoderado de cada una de sus palabras que, elegidas con pinzas, compactaban grandes mensajes dentro de rimas que se coreaban. Como organizador del evento, habló de los ejes que enrumban al Grito Rock. También reconoció la riqueza de la presencia de las bandas que ese día lo conformaron.
Para cerrar esta fiesta de música independiente, llegaron los Swing Original Monks con más fiesta. El espectáculo visual, musical y performático que ofreció la banda, llenó de colores al Grito Rock. Su propuesta escénica transportaba precisamente a la Santa Fanesca que ellos han instaurado. Los rostros de niños, gente mayor, jóvenes, fans y público incidental se llenaban de emoción con cada movimiento de Mr. Bumbass y Juana, que fueron radicales en su entraga al público. Al final, no lograron irse en el primer intento, regresaron para cantar una más. El público pedía que la yapa fuera «Tucán».
El Grito Rock se veía desde lejos como una fiesta de la música independiente. De cerca, era una celebración al talento y trabajo de cada banda y de cada artista. Las imágenes que se crearon durante el festival dieron cuenta de una valoración creciente de la música y de la producción artística. La gente no fue únicamente a disfrutar de un evento sino que fue a ver a los individuos que lo conformaban. La emoción no llegaba a su punto máximo durante las presentaciones, sino que se prolongaba una vez que los músicos bajaban del escenario y el público quería verlos, conocerlos y felicitarlos.