Por: Sebastián Vallejo
Foi nos bailes da vida
Ou num bar em troca de păo
Parto de que el arte de una elaboración estética de la naturaleza, y que la única manera en que creamos arte es reelaborando la naturaleza y transformándola en un producto estético, últimamente relacionado con el concepto histórico de belleza. Hemos perdido los cánones del romanticismo, una ilusión que fue destruida por la posmodernidad. La lucha radica en permitir que lo posmoderno resista al mercado, darle preponderancia al producto estético (al valor de uso), sin que sucumba ante los aplastantes sortilegios del capital (valor de cambio). Las múltiples estéticas de la posmodernidad que intentan pugnar contra la “estética dominante”, terminan formando parte del mercado, son absorbidos por el mercado, y nos regresa a un contradicción filosófica insalvable: en el capitalismo el arte también es una mercancía; y escritores, pintores, músico, tienden a convertirse en marcas que venden un producto.
Foi nos bailes da vida
Ou num bar em troca de păo
Que muita gente boa pôs o pé na profissăo
En esa batalla silenciosa pierde la estética. La propuesta artística de la posmodernidad cada vez se vuelve más predecible. Se llenan las frecuencias, los canales, las estanterías, la web, de productos comerciales sin una elaboración estética salvable. El choque entre el posmodernismo como una respuesta al establishment y el romanticismo como una construcción armoniosa de la naturaleza, son el vestigio de lo que alguna vez pudo ser.
Para cantar nada era longe, tudo tăo bom
‘Té a estrada de terra na boléia de caminhăo
Era assim
Me aburre pensar en lo que nos ofrece ahora el “arte”. Un arte que ha dejado de sorprender, de maravillar, de movilizar, de inquietar, de estremecer, de purificar. Un arte que ha dejado de ser imprescindible. Nos hemos quedado con la discordia de un mundo que ya no cree en lo divino del arte. Miramos atrás: rezagos de nostalgia de alguien que ya no entiende la estética del nuevo milenio.
Com a roupa encharcada e a alma repleta de chăo
Todo artista tem de ir aonde o povo está
Hace algunos años fui a un concierto de Los Tetas en la Plaza del Teatro. Fue una hora de magia. Eran semidioses ante una procesión de feligreses que estaban dispuestos a sacrificarse por un segundo más de funk. La última nota, el último aplauso. Instrumentos al hombro, los músicos regresaban en Trole a su hostal.
Cantando me disfarço e năo me canso de viver
Nem de cantar