Mi camino hacia el analfabetismo

por Radio COCOA

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Mi camino hacia el analfabetismo- Radio COCOA

Por: Andrés Cárdenas

@andrescardenasm

La pantalla del ordenador nos sirve de tal modo que resultaría desagradable advertir que también es nuestra ama.

Nicholas Carr

En la mesa no se conversa de política, de fútbol, de religión, ni de Vargas Llosa. El peruano siempre levanta polvo que irrita los ojos de algunos. Siempre divide los bandos. Pero todos estamos pendientes. Todos sabemos que hace semanas habló bien de Leila Guerreiro y desde allí la periodista argentina no deja de aparecer en todo lado. Lo mismo ha ocurrido a su debido tiempo con Alberto Fuguet  con la principal obra  de Goytisolo o con la serie The Wire.  Y ocurrió –es el que ahora nos importa– con Nicholas Carr y su libro The Shallows: What the Internet is Doing to Our Brains. Hay gente que incluso ha ido más allá preguntándose qué ha hecho internet con nuestra moral. Podríamos seguir con la lista: qué ha hecho Internet con nuestra voluntad, con nuestra información, con Delfín Quishpe, con el Harlem Shake, con la gente que nos rodea, con el periodismo, con la pornografía, con el concepto de intimidad, con nuestro tiempo… Pero aquí me limitaré a rendir cuentas de mi cómodo camino hacia el analfabetismo como quien da su testimonio en la sala de rehabilitación.

Tengo cinco libros comenzados a leer –todos de menos de trescientas páginas– en los cuales avanzo poco y lento. Dos artículos a medio escribir sin contar este. Cuatro materias por estudiar. Las cuentas por pagar del agua y del TV Cable que ya pasaron de la fecha límite. Mil cosas que hacer en la vida real. Un cuento por corregir. Tres entrevistas pendientes por gestionar para ver si de ahí surge algún texto. Cien personas con las que esta semana seguro nos vemos, de esta no pasa. Dos libros más o menos largos –El juego de los abalorios de Hesse y Auto de fe de Canetti– que, inmaculados, me sonríen compasivamente todas las mañanas desde el velador y me dicen que otra vida es posible. También tengo un computador portátil HP420 que a ratos, movido por su capricho, empieza a roncar como turbina de avión, con el cual solo sé utilizar Microsoft Word, bajarme películas y conectarme a Internet. Y es ese aparato al que ahora llevo a la corte acusado de impedir mi libertad de movimiento mental y llevarme hacia donde no quiero: hacia la incapacidad de concentración prolongada y a mi tiempo hacia una quebrada cualquiera. En este juicio, el abogado que estará al lado mío es Marshall McLuhan y al lado del computador el que designe la Fiscalía.

Lo que importa no es la herramienta, sino cómo la utilizamos. Frase maternal que cariñosamente se dirige a formar nuestro carácter. Sin embargo, hace casi cincuenta años que McLuhan –quien, al igual que Carr, estudió y enseñó literatura– en su libro Understanding media: the extensions of man sostuvo que el medio es el mensaje. Es decir, lo que importa es la herramienta, el soporte, el mensajero. Profetizaba que los “medios eléctricos” iban poco a poco a disolver nuestra mente lineal para suplantarla por alguna otra. Que cada medio nos cambia y su contenido es solo “el trozo jugoso de carne que lleva el ladrón para distraer al perro guardián de la mente”. Nicholas Carr reconoce que en el pasado fue un buzo en un mar de palabras pero ahora se desliza por la superficie como un tipo sobre una moto acuática. Eso hace Internet con nuestras mentes: nos acostumbra a visitar continuamente nuevos lugares y a querer conocerlos todos, nos convierte en adictos a la velocidad de la brisa que choca con nuestra cara, nos moldea para competir permanentemente con los demás. Google Earth se convierte en paradigma de nuestro conocimiento: mucha información y poca sabiduría.

Mi camino hacia el analfabetismo- Radio COCOA

Hace un poco más de un año, un periodista y profesor universitario colombiano publicó en el diario El Tiempo una carta en la que “con un nudo en la garganta” comunicaba que dejaría de dar clases. La razón era que sus alumnos son incapaces de escribir un párrafo sin errores. Aquellos  contemporáneos míos que estaban aprendiendo a elaborar reseñas de libros habían perdido absolutamente –según su profesor– la capacidad de concentración, de introspección, de silencio y de soledad. Ese es el riesgo. Suelo pasar por períodos de abstinencia virtual algo exitosos en los que experimento el placer de la eficacia, el encanto de dedicarme a una cosa sin distracciones, el gusto de rodear una y otra vez los mismos arrecifes de coral para comprenderlos y disfrutarlos mejor. Pero otros períodos recaigo –también con los gustos y beneficios que esto conlleva– en el material de nuestros tiempos. Y me veo a mí mismo como a Pinocho cuando es llevado a ese horrible lugar lleno de juegos, golosinas, micromensajes y primicias en el que convierten a los niños en burros. Internet nos puede llevar de la mano al analfabetismo.

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