El bar/restaurant El Pobre Diablo, en Quito, estaba lleno la noche del sábado 09 de marzo. El sonido cósmico y psicodélico de David West envolvió a todos los presentes. Cada mesa se alumbraba sólo con una vela, para que así la mirada de todos se centrara en el trío que estaba sobre el escenario. Un “muchas gracias” con acento, dio pie a aplausos del público; no se oían murmullos de conversa, porque su etno-blues inundó el lugar. Nosotros, como espectadores pasamos a formar parte de ese todo cósmico.
David (se pronuncia en español) West tiene el pelo negro y churón. Su camisa era azul a rayas blancas y en el pecho llevaba un collar con una concha. Se presentó con una guitarra creada por él. Creó un diálogo con los presentes a través de su música, con la que muchos nos sentimos de alguna forma identificados, porque forma parte de la tradición cultural de Ecuador.
David, se nota que eres una persona muy simbólica. ¿Tienes símbolos en tu vida que los traduzcas a la música?
Nací aquí pero me crié por allá por Detroit. Por más que vas aprendiendo y con mucho respeto tocando la música blues de allá de Norteamérica, yo soy de aquí. Igual la gente me ve como alguien del Sur. Yo siempre quise tocar esta alma del blues con la música nacional porque si oyes el blues (comienza un compás con las manos y silba en ese ritmo), es lo mismo que un danzante y es el ritmo del corazón. Esta música, este ritmo es cósmico y lo encuentras en todo el mundo.
Cosmic Orgy es un tributo a la riqueza cósmica del Ecuador, ¿Por qué?
A veces solo tocamos música andina (folclore, un san juanito) pero no hay mucha fusión con otros géneros a pesar de que son ritmos de un mismo país que pueden mezclarse fácilmente. Se unen, vienen de ésta tierra y tienen algo en común.
Y los unes con blues…
En la orgía cósmica unimos los ritmos de aquí con esa fuerza del blues.
Naciste en Ecuador y te criste en Canadá, ¿crees que esa experiencia pluricultural te convirtió en el artista que eres?
Sí, mira, dicen que hay que tocar lo que sientes y sentir lo que tocas. Cualquier cosa que yo toco, llevo mi gente, mi país, nuestra comida, la playa, las montañas, la selva… Eso soy yo. Entonces para mí, al tocar un blues, siempre voy a llevar estas notas de nuestra tierra.
¿Tu música traduce un estilo de vida?
Sí, mi vida. Es quien soy. Yo vivo allá en Canadá, entonces yo estoy siendo quien soy cuando toco: la mezcla de nuestra música tradicional, un poco de reggae, de blues, de jazz… Es algo personal para mí.
Tu género es el etno-blues y tratas temas sociales, ¿tienes alguna ideología o forma de vida que quieres mostrar por medio de tu música?
En el templo del Sol en Cuzco, hay un altar que tenían los Incas. Estaba el Inti y Mama Quilla, el sol y la luna y el arcoíris. En la mitad hay un óvulo con tres círculos dentro. Ahí está esa conciencia de que todos estamos dentro de un todo, formamos parte de este todo. Eso intento yo traducir con música, colores, sentimientos… Sea música afro o indígena. Todo es parte de un solo todo.
Para terminar, explícame cómo es la guitarra que tú creaste
Mandé a hacer dos aquí en Ecuador con Raúl Lara. Son de dos caras; ésta mandé a hacer para viajar porque se puede desarmar. Tiene siete cuerdas, un SI grave –casi como bajo-; tiene el sonido de la guitarra acústica y de una eléctrica. Es una guitarra con un poco de todo. Tiene un switch con el que bajan y suben los trastes, para hacer fretless y otros estilos de música.