Blues S.A en Quito

por Marcos Echeverría Ortiz

Era una noche cualquiera. Las butacas del Pobre Diablo estaban medio vacías entre oficinistas con corbatas a medio aflojar y gringos en busca de latinas. La aburrida noche se despertó por el sonido clandestino del blues. La clientela de este lugar no tenía idea de lo que sucedía sobre el escenario. Una guitarra melancólica gritaba con voz ronca, mientras el bajo y la batería entraban en mood… la imaginación fue dictada por la improvisación. Ni una sola palabra en la amplificación, solo ese beat desgarrador y centenario de raíces afro.

Tras rematar el momento de espontaneidad con un sonido sólido, Andrés Noboa, vocalista y guitarrista principal, presentó a Blues S.A. “Miguel Merchán en el bajo y José Luis Terán en la batería…”. La bohemia siguió. Tras un par de temas propios, incluidos en su nuevo álbum, «Ciudad Sin Luz», la banda resucitó al loco de los dedos endiablados. Con un cover de Voodoo Child, del mítico Jimi Hendrix, la ceremonia siguió su práctica. Los comensales, borrachines y pseudo galanes frente al escenario prestaron atención. “Esto es Ciudad de los Paraguas Caídos”, expuso Noboa. El tema proyectó aquel sonido estridente  del Chicago Blues… profundo, poético y con una bella presencia de la armónica.

Otra de las canciones insignes fue “Quito Blues”. Con un aire más apegado al Delta Blues, la melodía fue suave, precisa y melancólica…con su eco, parecía como si el mismísimo río Mississippi cruzara la capital. “Licantropía”, el promo de esta banda, es una canción dinámica, “lunática” y mucho más apegada al blues contemporáneo. Los tintes de improvisación le dan una identidad fuerte y más acoplada a la nueva propuesta del grupo.

Tras un corto receso, el ritual retomó su argumento. Para la segunda parte del recital, una pelirroja subió al escenario. ¿Quién era? En aquel preciso momento nadie la conocía, solo se pudo comprobar que poseía una gran voz, fuerte… hecha y tallada para este género. Su nombre es Jennifer Byron y le dio una personalidad más arraigada y propia a la banda.

Una vez apagados los amplificadores, el aire de este buen blues se mantuvo y nos acompañó hasta la puerta de salida. En la calle y bajo la luna llena, se apreciaron algunos aullidos… el guardia del lugar advertía a los asistentes que caminen con cuidado, pues aseguraba que en el sector, suelen rondar alguno que otro ser descontrolado y poseído bajo los efectos de la licantropía.

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