Buenas noches, dijo el maestro de ceremonias antes de presentar a la peculiar banda que se subió al escenario del Pobre Diablo. Conformada por un pianista, quien al ser nombrando causó una enorme ovación del público (Daniel Mancero), un viejo trovador guayaquileño acompañado de su guitarra (Héctor Napolitano), y dos interesantes invitados franceses: el DJ Jeff Sharel y el saxofonista experimental Julien Louraou. Cuatro artistas con distintos estilos y sonidos que se reunieron para crear, en una semana, Ashes To Machine.
Con un constante pum, pum, pum marcado por el DJ comenzaron las primeras canciones, las cuales unidas a la improvisación y experimentación de los demás instrumentos creaban un sonido hipnótico. Este invitaba simplemente a cerrar los ojos y dejarse llevar por esta música creadora de paisajes sonoros pensados desde un encuentro cultural y musical entre cuatro artistas.
La noche avanzaba y la música comenzó a mezclarse entre ritmos andinos, jazz y sonidos electrónicos. Durante varias canciones solo estuvieron presentes el piano, el saxofón… y los samplers jugando, creando y experimentando con la música.
Volvió Napolitano y la música se puso más movida. El ritmo se volvió tropical, parecido a la salsa, y el público se paró de sus mesas y comenzó a bailar y a salir de la hipnosis inicial. Aparte de la música, Ashes To Machine también presentó una propuesta sensorial que invitaba al público a entrar en distintos estados de ánimo.
De pronto, Héctor Napolitano dijo que “hace tiempo quería cantarle a Guayaquil” y tocó la que tal vez fue la canción más interesante de la noche. Una nueva versión -de una clásica- del cantautor que resumió perfectamente ese encuentro entre dos culturas. Por un lado el sonido del son y la trova y, por el otro, el jazz apoyado en computadores, beats electrónicos e improvisación.
La fusión y la experimentación creaba a veces una música algo difícil de digerir. Pero precisamente esta mezcolanza de ritmos, canciones y sonidos formaron un ambiente agradable. Este experimento musical fue una experiencia interesante que creó un concierto distinto con sonidos nuevos, a veces algo viscerales y nacidos de la mezcla entre dos culturas.