Por: Martín González
Latacunga parece una línea gris trazada en medio de los Andes, una maraña estrecha de carretera y casas. Cada año, revienta cuando llega La Mama Negra y después de que pasa el chupe brutal y de que los hombres se visten de mujeres y de que la vida se pone de cabeza por un par de días, regresa a ser una masa de edificios dispares junto a un río. Se queda solamente con la mirada del Cotopaxi clavada encima suyo.
En medio de esa jungla se alberga un mundo de sonidos espesos, surcados por una historia y por un tiempo que laten ardidos uniendo a todos sus músicos. En esa ciudad que a ratos parece ser un pueblo chico, la música alterna se ha cocido durante décadas, manteniendo despierta a mucha gente que parece rehusarse a caer en un infierno grande, a ser solo vida enlatada.
Dicen que cerca de los 70 y 80, los jóvenes de Latacunga comenzaron a buscar qué había más allá de los cassettes de Quilapayún que circulaban por la ciudad encendiendo voces de protesta. Que les llegó la influencia de bandas como Mozarrella en Quito o del Chamo Guevara. Que eventualmente aparecerían en los oídos de la ciudad bandas como Pink Floyd y poco a poco, entrando en los 90 la música fue endureciéndose hasta que en un punto, Latacunga se convirtió en algo así como «La Capital del Thrash». Dicen que una banda de esta ola, «Toccata y Bulla», incluso llegó a pisar Japón antes de disolverse y ver a sus miembros esparcidos entre España y las faldas de un volcán.
También dicen que un remanente de músicos jóvenes se quedó atrás, antes de sumergirse en la nueva ola. Que se aferraron a la música de protesta, a los sonidos más autóctonos, y que solo metieron los pies, pero no se fueron de cabeza en el rock pesado. Cuentan, que entre ellos había un guambra llamado Paúl Segovia, que en el 89 ganó un concurso de talentos en el Colegio Hermano Miguel con un pasillo de composición propia llamado «María». Que esa canción se convirtió en un himno under entre los afortunados que lograron traficarla en cinta.
Luego apareció Sal y Mileto. Muchos dicen que Sal y Mileto es una banda quiteña y se equivocan.
El Rock Libre Ecuatoriano nació en Latacunga.
Sal
En un día del año 94 el sol se asoma por la rugosa línea del horizonte andino, alumbrando a un campo que todavía parece no querer desperezarse del frío de la noche. Dentro del monasterio de Tilipulo hay seis personas juntas viéndolo. Llegaron sólo para eso: esperar el despunte de un nuevo día con un montón de canciones nuevas. Llegaron como si hubieran sido los elegidos de una cofradía que, sin saberlo, iba a darle la vuelta al rock ecuatoriano para siempre.
Sal y Mileto nació ahí como «una creación de una noche, un capricho de punky», de Peky Andino, secundada por Paúl, según dice Víctor Narváez, «Narviko», quien fuera el primer guitarrista de la banda. A ellos se sumaron esa noche: César Albarracín (en la flauta y el bajo), José Luis Rosero (percusión menor), Igor Icaza (percusión mayor). Todos formaron parte de lo que originalmente se llamó: «A propósito de un día común experimento rock libre ecuatoriano», un ensamble artístico de panas que en teoría se iba a presentar una sola vez en la Casa de la Cultura de Latacunga, y terminó dejándose llevar mucho más allá por sus canciones.
El nombre luego mutó como una decisión colectiva, cuando Narviko les propuso consentir el deseo de Paúl de llamarse «Sal», igual que una novela casi desconocida de Gustavo Humberto Mata que Víctor había desenterrado de su trabajo en el municipio de la ciudad, y que había circulado entre los miembros del grupo como una especie de manifiesto. «Mileto», por otra parte, era el seudónimo de poeta de Peky, según cuenta Narviko. El nombre entonces terminó siendo la unión de dos símbolos que representaban al corazón y a la cabeza de la banda.
A lo largo de la segunda mitad de la década de los noventa, Mileto pasó a consolidar un sonido único, sin precedentes para la música ecuatoriana hasta entonces. Todos los que la conformaron crecieron en esa Latacunga de la música protesta moteada por el rock clásico, y con ello decidieron dar vida al «rock libre ecuatoriano», desviándose del camino que marcaba el rock pesado. Fueron pioneros en atreverse a pensar en sus letras como poesía. Fueron los creadores de un género que electrificó las raíces de nuestra música y que no ha vuelto a encontrar a nadie que lo haga sonar igual que en su origen.
Los fundadores originales fueron separándose poco a poco de la banda por razones varias, hasta que esta quedó reducida a un núcleo de 3 personas, con las que vio su época de mayor resplandor. Paúl e Igor se quedaron y a ellos se sumó Franco Aguirre, un bajista quiteño (actualmente miembro de Guardarraya), que cual «Flea» ecuatoriano, aportó a los latacungueños con un sonido que parecía no limitarse ni a su imaginación. El célebre Disko Cero, el In Situ (mejor que cualquier MTV Unplugged), y el violento Tres, fueron los hijos de la música de Mileto en esta época. Entre creaciones nuevas y reversiones más duras de algunos temas compuestos ese día en Tilipulo, Sal y Mileto brilló durante casi una década poniendo de cabeza a la música ecuatoriana.
Entonces murió Paúl en el 2003.
Dicen que lo apagó un edema pulmonar después de un concierto en un bar de Quito. Mileto llegó al final de una era. Sus fundadores, que todavía colaboraban con la banda esporádicamente, terminaron de alejarse y finalmente quedaron solo Igor y Franco. Juntos llegaron a Europa antes de que el peso de la memoria fuese demasiado. Luego Igor terminó como único integrante original, acompañado de un nuevo clan, presentándose más que nada como un ejercicio de la nostalgia.
Aunque la muerte de Paúl fue un golpe duro, la música logró mantenerlo latiendo a él con la esencia original de Mileto. Durante su auge, la banda logró forjar un legado que caló en los huesos de las generaciones sucesoras que crecerían escuchándolos y teniéndolos como referentes. En Latacunga, (aunque Igor continuó con la banda en Quito) Víctor y César decidieron formar su propio ensamble para mantener viva la memoria de aquella época de gloria: Sol Bemol, La Banda de Los Hornos. Existen reuniéndose de vez en cuando, sin mayor pretensión que resucitar al rock libre original cada que pueden. «La Sal se convirtió en Sol» dice Narviko.
A la par, una nueva camada de músicos comenzaba a despertar en los colegios de la ciudad, como el Vicente León (de donde Igor fue expulsado en su adolescencia) o el Hermano Miguel (donde Paúl cantó el pasillo legendario que marcó a la ciudad entrando en los 90). Las nuevas generaciones nacieron orgullosas de su herencia, convencidas de que Latacunga «es una cuna del rock nacional» como dice Sebastián Torres de YUMBO, por ejemplo. Después de Sal y Mileto, todo quedó en familia, casi literalmente. Muchos músicos nuevos son parientes cercanos y lejanos de los 6 de Tilipulo, como Sebastián (primo lejano de Igor Icaza), o Jorge Rosero, guitarrista de Valverde Reggae, que es hijo del primer percusionista de La Banda de los Hornos.
A partir de ese caldo que lleva codificado al rock de Mileto en sus genes, la escena en Latacunga comenzó a esparcirse y a echar raíz como una enredadera dispareja. La llegada del nuevo siglo con nuevos tipos de música comenzó a sectorizar a la música en la ciudad, dándole más variedad a su sonoridad, pero trayendo una gran falta de unión como desventaja. ¿Cómo un lugar que comparte la misma cuna musical no llega a juntar toda su fuerza? La incógnita es aún más intrigante si se considera que muchos de los músicos crecieron en los mismos colegios, y que incluso salieron de los mismos barrios, como Loreto o la Parroquia Ignacio Flores, como afirma Beny Yánez, bajista de Porcelana. Unos se juntaron para seguir los pasos de Mileto, casi con las mismas pisadas. Otros descubrieron ritmos como el trip-hop y el reggae, y agarraron su propio camino.
A inicios de los 2000, aunque cada uno tiraba por su lado, cuando no se afiliaba a la escena del metal, los festivales inter-colegiales y las fiestas públicas eran un gran impulso para las bandas de todo tipo. Músicos como Sebastián Torres y Diego Suárez hicieron esfuerzos grandes para juntar a todos, presentes y pasados, en una sola fuerza a través de Festivales como el «Garganta de Fuego» o el «Festival de los Hornos», que lamentablemente no lograron sostenerse después de sus primeras ediciones. Aunque se agarraba con las uñas, la música alternativa buscaba despertar y hacer despertar a su ciudad.
Alrededor del 2008 habían surgido bandas como Yumbo, que le cantaba en tonos de rock sombrío a la mitología de las fiestas populares latacungueñas; Porcelana, que se la jugaba por introducir sonidos más industriales y ambientales al tejido rockero de la ciudad; Los Valverde, que le apostaba al reggae para sobresalir y hacerse notar entre el resto. Resonaban también nombres como «Jardín de Piedra», «Los Pitón», «Full Silbato», partes todos de una primera oleada post-miletera que comenzaba a abrirse camino a tientas.
Aunque entonces disparidad de los ritmos dificultaba la unión, parecía ser el único obstáculo que los músicos tenían que sortear en la búsqueda de fortalecer su escena. El gobierno incluso se involucraba con ellos, con instituciones como el MIES (Ministerio de Inclusión Económica y Social) llevando a cabo proyectos dentro de los colegios para asociar a los jóvenes con la música y mantenerlos lejos de los vicios. «Cuervo Zambuka», que sonó por poco tiempo y fue absorbida por otras bandas al disolverse, fue el resultado de esta intervención extraña.
Bengalazo
Dicen que hace unos seis años, durante la ceremonia del cambio de mando en la Mama Negra, un bengalazo en el pecho cegó la vida de un joven colegial. Si hasta entonces había sido difícil organizar festivales y conciertos sólidos, este acto de violencia triste terminó de enturbiar el camino. El Municipio prohibió todo tipo de manifestación artística en las fiestas de la ciudad y las entidades públicas vetaron a las bandas que tuvieran un carácter «diferente».
Juan Carlos Melo, fundador de Porcelana cuenta cómo nadie se escapó del sesgo. Los festivales decayeron y dejaron de realizarse. Alguna vez, un intento por revivirlos terminó en fracaso, ante el cuadro lamentable que pintaban las hilachas con que se sostenía la tarima y el disco móvil reemplazando a la consola. En el escenario sólo quedaron ellos junto a Mamá Vudú como los únicos que a pesar de todo, no se ahuevaron.
Él, Juan Carlos, y Beny recuerdan también cómo el Ministerio de Cultura estuvo a punto de tumbarse el lanzamiento del disco de los Valverde cuando canceló el permiso del sitio del concierto, el mismo día del show, con todas las entradas vendidas. Por suerte, Latacunga es pequeño y todos se conocen. Gracias a eso, alguien logró conseguir un espacio para el toque, irónicamente en las afueras del núcleo del Ministerio, que hace horas había tachado el evento de «no aportar nada a la cultura».
Pero la ciudad estaba anémica. Los músicos comenzaron a irse para estudiar música en otro lado, llevándose el corazón despechado y dejando sus acordes empolvándose a la espera a su retorno. La escena latacungueña quedó desnutrida. La situación se veía agravada aún más por la falta de grabaciones de las bandas, que más allá de demos caseros o ensayos grabados por sus amigos no habían logrado registrar su repertorio. «Quizás por cerrados», dice el vocalista de Yumbo, que admite en nombre de la banda el haber dejado ir la oportunidad de ser producidos por un ex-integrante de Tomback, en Quito.
Los que decidieron quedarse empezaron a tratar de dibujar su horizonte en otro lado. Tal vez eso explica el auge del ska y del reggae, y el porqué bandas como Los Valverde comenzaron a brillar más que los sucesores del rock libre, a pulso, buscándose un lugar en los escenarios de otras ciudades como Quito y Ambato. Con su sonido han alcanzado a pisar el Cornetto Fest, han aparecido en Expresarte.
Arrechera
Debilitada como quedó, la escena latacungueña debió poner en espera sus ambiciones y comenzar tocar a pequeña escala.
Sin embargo, todavía les quedaba la arrechera. Aunque quedó achicada, nunca dejó de sonar duro.
A pesar de que Sebastián Torres debió seguir con Yumbo a distancia, no lo hizo antes de dejar sembrando una fanaticada para la banda junto a Víctor Calero (baterista), Diego «Chicho» Baño (bajista, fallecido en 2014), y luego Germán Mora (bajista del nuevo Sal y Mileto en Quito). De su toque en el festival Garganta de Fuego en el 2008 surgió una alianza con Sol Bemol, que resultó en una serie de conciertos que lograron traer a bandas de Quito y Cuenca, como Guardarraya, Igor Icaza y La Doble, a tocar en Latacunga.
Porcelana, que vio su primera formación disuelta cuando uno de sus miembros también partió a estudiar en otro lado, logró reunirse y empezar de nuevo con más fuerza. Ahora tienen mayores ambiciones y un mayor entendimiento de las redes sociales para pulir su música y su imagen, para buscar mejores posibilidades en su lucha contra las dificultades de salir de una provincia chiquita.
Recargados, mezclan en su sonido la influencia de muchas corrientes que van desde Moby hasta la trova pasando por Sal y Mileto y Gustavo Cerati. Con este nuevo sonido ecléctico se abren camino en el circuito under de su ciudad, impulsando los toques en fiestas y en festivales pequeños que se hacen en casas y bares.
Ahora surgen bandas nuevas que mezclan en su esencia a la riqueza de la música que atravesó las generaciones de Latacunga desde los 90, formadas incluso por músicos que se fueron y ahora regresan. Entre ellas, entra al escenario The Glass, buscando partirle el mate a quien la escuche con su mezcla sórdida de dark-wave, post-punk, jazz y rock psicodélico inspirado en Joy Division y The Mars Volta, que se toca con una batería, un bajo y un teclado. Formados en el 2015 por José Luis Orbea en el bajo, Roberto Almeida en la batería y José Eduardo Garcés en el teclado, voces y guitarra, viven orgullosos el legado de Mileto. The Glass inunda sus letras en la ira de la protesta social y política, mezclada con lo profundo de la filosofía y la poesía, buscando ser transparentes con su música, reflejando los vidrios quebrados que llevan dentro de sí.
Ahora los músicos que quedaron de este primer destello del rock libre, como Narviko y César (que hace rato se fue a trabajar en Machala), le hacen la guerra al tiempo y a la distancia, juntándose cada tanto para componer y revivir al Sal y Mileto que nació en Tilipulo hace más de 20 años. Ajados por la experiencia y los años, como si fueran patriarcas de la música en la ciudad, ahora se enorgullecen de ver la resiliencia de los músicos más jóvenes, que en muchos casos son sangre de su sangre (aunque sea en grado lejano), y siguen tocando en su sueño etéreo del rock libre.
Poco a poco los músicos de Latacunga van reconociendo el valor de la unión. Incluso los Valverde, tan distintos al resto, se ven vinculados al alma de la música alternativa porque todos sus amigos son rockeros, y aunque buscan forjar su carrera puertas afuera, están pendientes de dar la mano y de subirse al escenario con ellos cuando pueden. Poco a poco irán regresando los músicos que migraron, a encontrarse otra vez con Latacunga en otro tiempo. Mientras, los que quedaron siguen aferrándose a la fuerza del rock libre y su influencia, para renacer de las cenizas con ella y hacerle frente a las calles de esa ciudad que les quedó chica para los sueños de grandeza que prometió su música.
19 commentarios
pufff que buena nota, que nostalia recordar la gloria de mi llakta y los motivos por los que fuimos olvidados GRANDES SAL Y MILETO …… radio cocoa son geniales
Muy buen artículo felicitaciones y gracias x reconocer lo que fue o es aún Lathrashcunga, solo una corrección la parroquia no es Ignacio flores, pero en realidad Paul e Igor son de otra parroquia Juan Montalvo
Gracias Radio Cocoa por el reportaje..sólo aclaro que el baterista de The Glass se llama Roberto Carlos Almeida…exitos totales en su labor….
Reblogueó esto en AvantGarde Sounds.
Gracias por esa sintesis lograda a travéz de las entrevistas que permiten dar testimonios fe primera mano
Wuao súper interesante esta historia bacan
Felicitaciones y un «Dios le Pague «por considerar las esencias del Rock Libre Mashca como un ícono extraordinario en el concierto musical universal … excelente documento apegado a la verdad …
Sólo una una corrección discreta, Toccata & Bulla no piso físicamente Japón, su trabajo despertó interés de una firma japonesa y sus sonidos grabados en Ecuador fueron remasterisados en la nación de sol naciente y distribuidos en el mundo, tampoco ninguno de sus miembros migro a España, todos viven en Ecuador imersos en sus profesiones y dispersos entre Quito y Latacunga. Su trabajo me recordó mi adolescencia y los amigos olvidados en la ciudad de los hornos o Latrashcunga como con cariño le decíamos los que llevábamos una guitarra al hombro.
Definitivamente Latacunga tiene historia y mucha muy interesante…
Hace falta quien la escriba pero sobre todo quien la valore
Excelente.Muy bièn,es un aporte a la memoria de nuestra tierra.Para que no nos gane el olvido al que pretenden condenarnos y el poder para contarnos su historia agria y tergiversada.Felicitaciones y me da una ternura el saber que el nombre de los sales fue de la lectura de un autor ecuatoriano magistral y olvidado.
Los músicos siempre fueron hombres cultos.La lectura es clave para todo proceso cultural y humano.ojala entiendan las famosas autoridades de Cultura y locales que en sus planes no esta el incentivar la lectura.Porque sera?
Latacunga cuna de musicos poetas y locos es unica prueba de ello son Sal y Mileto lo mejor que tiene nuestro rock ecuatoriano
Putanal: Pithon, Caca urbana, tandacuchi, radiocombate, pepito en drogas, contracabeza
Ocampo, orbea, López, paredes, Valencia, Romero, granja
gracias por el articulo saludos
al llegar a lata por la carretera, a la altura delo qu ahora es el maltería, colgaba un letrero verde medio podrido y doblado de la señalización de Latrashcunga, jaja, que pensar
Hola! Soy latacungueño pero no sabía que el rock alternativo nació en Latacunga. En algún momento viviendo fuera de mi ciudad me preguntaron sobre el rock en Latacunga, pero no supe que decir. Al leer el presente artículo he aprendido sobre el rock en y de Latacunga.
Saludos!
Excelente reseña que desempolva lo más querido de la tierrita, bandas que marcaron y seguirán marcando muchas generaciones. Al leer estas líneas recuerdo un conciertazo, en la tradicional sky way, abriendo el telón «Jardín de Piedra» y esa máquina de voz, «Full Silvato» pa’ bailar un pogo «hecho bestia», y cerrando la madrugada se detuvo el tiempo con «Sal y Mileto» los jefes de jefes. En todas sus variaciones y generos Latacunga con sus músicos y su música, lo mejor que ha parido esta p*#a tierra el Ekuador.
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