A las cuatro de la tarde, del viernes 9 de diciembre, una fila de greñudos locos con camisetas negras y chompas de cuero le daba la vuelta al Vulqano Park. Creando un gracioso contraste entre las luces de los juegos y el color negro de la ropa. El cartel del Quito Extreme Festival decía que comenzaría a las tres y media, pero las puertas seguían cerradas y la fila se hacía cada vez más y más grande.
A eso de las cuatro y media, movieron la cinta amarrilla que no dejaba pasar y la gente fue entrando de a poco al lugar del concierto. Este enorme edificio rectangular de dos pisos, con techo de lata y piso de baldosa. La disposición del espacio fue a lo ancho del lugar, la tarima se puso en el medio y detrás de ella unas enormes ventanas mostraban a la capital. A la derecha, junto al único baño disponible, había gente tatuándose, un stand de camisetas y un puesto de hamburguesas que llenaba el ambiente con un olorcito a grasa mezclado con sudor.
Colapso fue la primera de las nueve bandas, que formaron este festival de música extrema organizado por el Colectivo Alarma. Mientras Colapso tocaba, la gente continuaba entrando de a poco. Y de a poco se fue animando el ambiente con el sólido y elaborado sonido al que Colapso tiene acostumbrado a sus fanáticos. Las canciones de esta banda, se caracterizan por su complejidad, su batería veloz y sus riffs pegajosos. Pero el distintivo de Colapso es la virtuosidad de sus integrantes, quienes dieron una gran presentación a pesar del poco público.
La gente seguía entrando al concierto cuando llegó el turno de la segunda banda: Necrofobia, que vino desde Riobamba, para tocar en el punto más alto de la capital. Tal vez, el hecho de ser una banda de otra ciudad los hizo algo desconocidos para el público quiteño, que en un principio se limitó a ver y escuchar la banda. Su propuesta es un death metal estilo Suffocation, cargada de canciones largas, con guitarras elaboradas, mucho blastbeat y una demoledora voz gutural. El buen death metal de Necrofobia, animó a la gente que respondió armando los primeros pogos de la jornada.
A través de las ventanas del recinto, la noche y las nubes negras reemplazaron la vista de la ciudad. En la tarima el primer invitado extranjero hacía su prueba de sonido. The Black Dahlia Murder, banda que visitó por tercera vez el país fue recibida en un principio con mucha calma, hasta que el vocalista, Trevor Strnad, subió al escenario. Lo recorría de lado a lado, abrió los brazos y los cruzó sobre su garganta. Sonó la batería y un golpe de energía se sintió en todo el complejo. La banda tocó un variado repertorio con canciones de sus cinco discos. Atrás del escenario se asomó por un momento la luna llena, un complemento perfecto para la canción Moonlight, del nuevo disco de la banda “Equilibrium”. La presentación de The Black Dahlia Murder estuvo cargada de energía e hizo vibrar El Teleférico.
El festival se dividió en segmentos de tres bandas, dos locales y una extranjera. La banda que abrió la siguiente ronda fue Sarcoma, quienes no tocaban desde hace rato, pero lograron que el publico reaccionó bien frente a ellos. La gente cabeceaba, brincaba y coreaba las canciones que tienen un sonido death core, con partes lentas perfectas para saltar y mover la cabeza. Además, Sarcoma presentó un adelanto de su nuevo material que circulará el próximo año.
Después de la pausa, sonaron los Querubines Negros del Molocotongo con su Cumbia Metalera, esto dio paso a la banda más morbosa de la capital. Chancro Duro subió al escenario con su caótico y veloz sonido. Cargado de letras patanas y divertidas que hicieron enloquecer al público. En medio de la canción Ignorante Titulado, la gente desbordó la barra que separaba a la locación general y un río de metaleros invadió la pista, para enloquecer con una de la mejores presentaciones de la noche. Chancro Duro tuvo una buena acogida. Fue la única banda que tocó otra, cuando la gente lo pidió. A pesar de haberse separado por diez años, Chancro Duro demostró que son la mejor banda grind noise del país.
Después de una prueba de sonido un poco larga, subió al escenario Suicide Silence. Esta banda californiana que mezcla sonidos del death , el metal core y el mad core. “Let’s get fucking nuts”, dijo Mitch Lucker, el flaco, alto y completamente tatuado vocalista de la banda. Después se subió a una caja negra que estaba en el filo del escenario y se inclinó sobre la gente abriendo los brazos y
gritando como una especie de espantapájaros maldito, dando paso a la demoledora presentación de esta banda, que botaba una enorme energía sobre la gente que enloqueció con la música. Subido sobre su caja negra, Lucker dirigía al público como un maestro de orquesta, mientras sus compañeros cabeceaban bruscamente. En un punto Alex, el baterista, se paró sobre su instrumento y la gente armó un wall of death que terminó en un revoltijo de brincos y golpes. Suicide Silence impresionó a todo el mundo con su gran presentación y su sólido sonido.
Algo curioso de este festival fue la diversidad de géneros y personas que hubo. La cual se notó principalmente en el pogo. Cuando las bandas de death y grind tocaron, la gente pogeaba corriendo en círculos y golpeándose repetidamente. Con las bandas de death melódico y metal core la gente golpeaba al aire, moviendo bruscamente los brazos y las piernas. Saltaban, se empujaban, pero rara vez se golpeaban. A pesar de la diversidad musical, no hubo broncas y en si la mayoría cabeceó con todas la bandas.
La siguiente tanda de bandas inició con Kanhiwara, la banda más joven de este festival. Kanhiwara se caracteriza por sus pegajosos riffs de guitarra, su elaborada y variada batería y la fuerza de su vocalista César Noboa. Quien se ganó la ovación de la gente cuando habló acerca de lo importante que es apoyar a las bandas locales, “A su gente” como dijo César.
Mientras Kanhiwara incitaba al cabeceo y los golpes. En la parte trasera del escenario, las personas que pagaron la entrada VIP se tomaban fotos con Suicide Silence y Cannibal Corpse. La personas entraban en grupos de diez, les daban un abrazo a los músicos de las bandas; los fanáticos ponían caras chistosas para la foto y salían con una sonrisa.
Ente, una de las primeras bandas del death metal del Ecuador, dio una presentación cargada con la fuerza que los caracteriza. Esta banda lleva 20 años creando los pogos más brutales del país. Ente animó tanto al concierto que hasta los miembros de las agrupaciones extranjeras estaban cabeceando al lado del escenario.
Y al final, casi a la media noche, se subió a la tarima la banda que todos esperaban: Cannibal Corpse. Sus miembros pisaron la tarima, conectaron sus cables, se pararon en sus puestos y demolieron el Pichincha. Mientras George Fisher, cantaba las macabras letras de la banda, por las ventanas del recinto se veían rayos cayendo sobre Quito. La presentación de Cannibal Corpse se caracterizó por un sonido impecable, que incitó al público a sacarse la madre. Tocaron un repertorio que reunió canciones de sus casi 25 años de carrera musical. La puesta en escena de Cannibal Corpse solo se puede definir como imponente, no necesitaron hablar mucho porque con su música bastaba para que la gente armará un muy violento y divertido pogo, principalmente cuando tocaron su clásica “Hammer Smashed Face”.
Casi a la una de la mañana terminó el Quito Extreme Festival. La gente salió exhausta, golpeada, adolorida, pero satisfecha de haber estado en uno de los conciertos de música pesada más grandes e interesantes que se han hecho en el país.
Fotografías: Juan Pablo Viteri