Algunos discos que reflejan la evolución de la década: una selección personal 

Diseño: Manu Guayasamín, Radio COCOA

Se acaba diciembre y con él termina oficialmente una década. Este es un rapaso de algunos de los discos que marcaron un quiebre en la escena musical ecuatoriana.

Entre el 2010 y el 2020 la música independiente y alternativa de nuestro país vivió una explosión creativa muy interesante. Si consideramos que esta década representó la integración definitiva del mundo virtual y digital en las dinámicas de creación musical, entenderíamos por qué se amplificó exponencialmente, quizás más que nunca. 

Con nuevas herramientas, más asequibles y más fáciles de utilizar, las posibilidades para hacer música vieron sus márgenes cada vez menos supeditados a factores externos, y cada vez más entrelazados con la imaginación de lxs músicxs. Esto ayudó a que surjan muchos proyectos muy entonados con el movimiento de las tendencias globales, que han fluctuado entre el indie, el pop y el reciente auge de la música urbana. 

 

Y a la vez, provocó una inmersión profunda y vibrante en las entrañas sonoras de nuestro país, trayendo de vuelta una nueva fuerza musical llena de matices y potencia. Una fuerza que puso nuestra música independiente en el mapa mundial, pero que también alimentó el caudal de nuestras propias venas, en nuestro propio territorio. 

 

Nos atreveríamos a decir que la evolución musical en la década pasada se ha dado a partir del  encuentro y desencuentro constante de nuestra sonoridad con la tecnología y con lo global. Hay una línea que parece separar el lugar en el que se situaron los proyectos que pretendieron entender a qué mismo suena el ser ecuatorianx, del lugar en el que se ubicaron aquellxs que prefirieron mirar para afuera. 

 

Ambos caminos válidos para la creación han traído un torrente muy rico de melodías. De ellas, hemos extraído una pequeñísima muestra que, si bien no refleja la totalidad de la producción de música alternativa de este país dada su extensión, sería imposible hacerlo así, sí da una muestra consistente de unos rasgos generales con los que se la podría observar. 

 

Si de algo estamos seguros, es que esa tensión que existe entre la globalización y nuestra identidad, convulsa y megadiversa, seguirá dando a luz un montón de melodías llenas de carácter que merecen, con creces, un lugar destacado en el panorama regional y mundial.

 

Nota: Esta lista no pretende representar toda la producción musical del país, sino mencionar algunos trabajos que nos trasladan a distintos momentos y sonidos de la música alternativa de estos años. Estos no son «los 12 mejores discos de la década», y nos disculpamos si esto fue lo que se dio a entender. La críticas y comentarios son válidas, y creemos en la importancia de ver más allá de Quito. Prueba de esto es el trabajo investigativo y periodístico desplegado este año en muchas notas y contenidos que apuestan por proyectos menos mainstrean fuera de Quito.

 
EL BOOM DEL INDIE ROCK

Por: Juan Sebastián Jaramillo

 

Aunque el indie, o indie rock, se da a conocer en Inglaterra y EE.UU en los 90s como música independiente y alternativa, la acogida que ha tenido este género musical a nivel global ha sido tal, que sus mayores exponentes han dejado de ser “independientes”. Esto es importante, ya que esa palabra dio origen al nombre del género. 

 

El indie es hoy en día una de las corrientes musicales más importantes globalmente y, a pesar de que cuenta con el apoyo de grandes productoras musicales y sus referentes se presentan en los festivales de música más grandes, sigue siendo una forma de expresión de cultura alternativa, haciendo frente a otros géneros más comerciales como el reguetón y el pop. Y Ecuador no ha sido la excepción.

 

En la última década y gracias a la masificación del acceso a Internet, este género, al igual que muchos otros, llegó a los oídos de más ecuatorianxs. Ya no era un gusto exclusivo de quienes podían viajar al exterior, comprarse un CD en una tienda de música o conseguir cassettes piratas. Y con más oyentes, nuevos músicxs afines al género surgieron.

 

Se puede decir que el mayor quiebre musical para el indie local se dio en Quito. La otrora agrupación colegial Tótem sería la cuna de dos de las bandas más grandes del indie criollo (ja!). Y es que sus integrantes Felipe Lizarzaburu, Mauro Samaniego, Pedro Ortiz y Fer Procel, fueron posteriormente los artífices de dos bandas que marcaron el quiebre del indie en esta década. 

 

Felipe, a.k.a Camaleón, a.k.a Felipe Le, y Mauro fueron a estudiar a Argentina. Tras su regreso, a principio de la década, cada uno traería sus propias composiciones para formar sus proyectos de forma separada, pero paralela. Incluso, Procel ha sido un punto común entre ambas bandas.

 

Fue así como nacieron La Máquina Camaleón y Da Pawn, dos de las bandas más representativas de la música local actual y, específicamente, del indie ecuatoriano. Pero no estaban solos, a su lado otros proyectos pegaron con fuerza en la audiencia y prometiendo calidad en su música. Hablamos de bandas como El General Villamil, Jodamassa y Alkaloides.

 

 Pocos años después, y seguramente influenciados por el éxito de estas bandas, nace en 2014 Lolabúm, proyecto de Pedro Bomfin y parte de la nueva camada de músicxs que surgieron tras el boom de La M.C y Da Pawn. En esta etapa se hacen presentes también proyectos nuevos pero sólidos como La Madre Tirana, Les Petit Bâtards, Letelefono o Pastizales.

 

La importancia de estas bandas radica en que, gracias al público que ayudaron a consolidar, se han convertido en anclajes clave para la mayoría de festivales de música del país, como El Carpazo, El Descanso, Saca el Diablo, Funka Fest etc. 

 

También cabe rescatar que tanto Da Pawn como La Máquina Camaleón fueron de las primeras bandas ecuatorianas en tocar en los mega festivales internacionales de Sudamérica, abriendo así el camino para el resto de proyectos musicales.

 

A continuación, tres discos que sorprendieron la escena independiente.

 

El Peón – Da Pawn (2013)

 

Quizás el álbum más disruptivo de todas las bandas indie. No sólo porque fue cronológicamente el primero en esta lista, sino porque trajo un sonido refrescante y a la vez clásico a la escena. Las múltiples texturas orgánicas, el balance entre guitarra eléctrica y acústica como instrumentos protagonistas, así como los minuciosos arreglos de percusión, marcaron la identidad de Da Pawn en esta etapa de su producción musical.

 

Aunque su sonido fue mutando con los siguientes álbumes, Verano en coma (2017) y Pistola de Balín (2018), hacia un rock cada vez más progresivo y por ende sofisticado, resulta difícil desasociar a Da Pawn con El Peón. La sutil distorsión en la voz de Mauro, las melodías a veces alegres y otras melancólicas, como en los hits “Taza de café” y “Reloj de arena”, respectivamente, hacen de su ópera prima una obra que, sin duda, marcó el sonido del indie local durante los años subsiguientes. Eso sí, cabe mencionar que dicho sonido se sienta en los hombros de otros grandes de la escena como Guardarraya o Can Can.



Amarilla – La Máquina Camaleón (2017)

 

Si bien fue Roja (2015) el que los llevó a la fama por sus letras —ingeniosas y relacionables— y un sonido casero y renovado, a base de una instrumentación digna de una banda de los 70’s, fue en Amarilla que la banda desarrolló un sonido sofisticado. En este disco el sintetizador de Felipe logró el perfecto complemento con la guitarra de Rodrigo Capello y la energía de “los chamos de oro”, Martín Flies (batería), Techo (bajo) y Mateo González (guitarra).

 

De paso, este sonido icónico, que tiene al sintetizador como protagonista, abriría posteriormente a los proyectos de synth pop más ambiciosos del país —que se mencionan más abajo— y puso a la M.C en tarimas internacionales como el Lollapalooza, en Argentina, y el Estéreo Picnic y Hermoso Ruido, en Colombia. Aunque el álbum está conformado por temas icónicos dados a conocer en la era de Roja, como “Beneficios (de ser magnético)” o “Manual (del perfecto negociante)”, es en este donde se encuentran himnos de la fanaticada como “Shiva” y “Motora”.

 

Tristes Trópicos – Lolabúm (2018) 

Cuando “los chamos” dejaron de serlo. El segundo álbum de la banda y el que marcó el nombre de Lolabúm en la historia de la música nacional. Resulta impresionante el crecimiento que se ve entre El Cielo (2016) y Tristes Trópicos. Esto se nota en la composición musical, la cual se aleja del sonido de garage y algunas influencias notorias de bandas extranjeras, y en el uso de nuevos elementos, como el sampleo y algunas distorsiones. La maduración se ve también en las letras de Pedro, que juegan cada vez más con figuras literarias, añadiendo a sus canciones un tono lúdico y hermético.

 

Sin duda, este álbum fue un anclaje importante en la historia de la banda, ayudándole a consolidar una audiencia que solo crece con el tiempo. Es la base desde la cual se empezaron a gestar los venideros O clarividencia y Verte antes de fin de año, lanzados en este año y que alejaron a la banda del tradicional sonido indie, hacia una mezcla de géneros que incluye elementos del trip hop y el hip-hop. Los hits de Tristes Trópicos son demasiados, pero se puede decir que los más destacables son “El Ecuador”, “Lágrima”, “Tristes trópicos”, “Erre erre erre”, “Miedo” y “Avión”.

 

REINTERPRETANDO EL MESTIZAJE

 

Por Martín González

 

Si algo define nuestra identidad como ecuatorianxs, por las buenas y por las malas, es esa herida abierta que tenemos bien adentro y que se llama Mestizaje. Una parte fundamental de la música que sale de nuestro país está teñida totalmente por ella.

 

Mirar a nuestro mestizaje es el camino más cercano y más fértil que tenemos a la mano para llegar a nuestras profundidades. La música que surge de él nos retorna trances, catarsis y más preguntas que resuenan agudamente con lo que somos. A lo largo de nuestra historia, esa música ha ayudado a embellecer y a ensanchar nuestra identidad.

 

La última década vio nacer una cantidad exuberante de proyectos musicales que se aventuraron a jugar con el mestizaje. Quizás el frente más visible de este movimiento fue la legión de productores de música electrónica que se atrevieron a reinventar los sonidos más enraizados de nuestros Andes, nuestra Costa y nuestra Amazonía.

 

Su trabajo podría considerarse vanguardia una explosión creativa y mediática que puso a la sonoridad mestiza del Ecuador en el radar del mundo, alinéandola con el trabajo que venían haciendo disqueras como ZZK Récords o Wonderwheel Recordings, en una línea similar. El disco de música alternativa ecuatoriana que mayor exposición internacionacional ha tenido salió de este remezón: Prender el Alma, de Nicola Cruz.

 

Sin embargo, la música mestiza del Ecuador tiene una tradición que se remonta a siglos atrás, y que también ha engendrado proyectos contemporáneos con matices muy genuinos. Proyectos que reflejan un afán muy sincero de conectar con la tradición de nuestras raíces en un sinnúmero de frecuencias. Entre ellos podríamos encontrar a grupos consolidados y de larga trayectoria como los Swing Original Monks, o Guardarraya. O proyectos más nuevos, que han caminado con solidez en tiempo reciente, como el combo cumbiero de Iguana Brava

 

El mestizaje, justamente por ser mezcla en toda su magnitud, da cabida para todos los tonos y colores. 

 

Comprende un abanico amplísimo en el que cabe todo, desde el albazo y el yaraví, hasta el metal y el hip-hop, con todos los matices intermedios. Y en él se ven materializados muchísimos discos, mixtapes, EPs y demás formatos musicales que dan un testimonio de que nuestra riqueza musical solo sabe diversificarse y expandirse mientras sigue escarbando en sus raíces. 

 

Acá hay un puñado de algunos de ellos: granos muy distintos de una misma mazorca.

 

 

Revive Esperanza – Curare (2014) 

 

 

Fuerza y Pasión podrían resumir a las dos columnas sobre las que Curare levanta el mensaje que da nombre a su cuarta placa. Se trata de un disco lleno de optimismo y carácter combativo, que llama constantemente a mirar hacia adentro, a tensar los músculos y a pensar en el bien común. Es un compendio contundente de longo-metal que brama en nombre de las cosas más esenciales, como la naturaleza o la libertad. Está fuertemente inspirado por el bosque del Chocó Andino, que es una parte crucial de la identidad de sus integrantes.

 

El sonido de la banda, que en este momento rondaba los 15 años de trayectoria, se muestra como una recarga de energía en la que se ven reflejadas con mucha precisión sus habilidades como compositores. Las melodías melancólicas de los Andes se mezclan atinadamente con el poder percutivo incesante de los ritmos pesados. Hay pasajes de thrash-metal tildados de zampoñas; también arpegios de cuerdas y quenas dulces que dan paso a torrentes explosivos de guitarras distorsionadas y baterías punkeras. Todo surcado por las voces que fluctúan entre el canto y un rugido profundo y visceral

 

Después de escucharlo de inicio a fin, el cuerpo se estremece como después de salir de una cascada de agua helada que electrifica todos los nervios.

 

Prender el alma – Nicola Cruz (2015)

La ópera prima de Nicola Cruz fue también su salto a la fama global, y una vitrina reluciente en la que el mundo entero pudo ver expuesta una nueva cara de la tradición sónica de nuestro país. Con 10 temas, este álbum es una experiencia compacta que gana mucho por su finura y su sutileza. De muchas maneras, estableció un referente para lo que significa difuminar las líneas que hay entre la electrónica y los sonidos orgánicos, vernáculos. Sabemos que esto significó la cúspide de un método de trabajo sumamente riguroso, con el que Nicola ha seguido forjando su camino. 

 

El disco es sólido de inicio a fin. Cuesta señalar un momento en el que afloje su energía. Más bien, traza un recorrido armonioso en el que se van amalgamando diversos paisajes sonoros que no terminan de asentarse en ningún territorio fijo, pero que remiten a la cumbia, al yumbo, o al san juanito, en clave de dub o house. Se siente como un viaje en planeador entre los nevados y la selva, que se amplifica y muta gracias al cuidado diseño sonoro con el que fueron tratados los elementos, al detalle. Es un viaje hacia adentro, de la tierra y de nuestras propias cabezas. 

 

Mamahuaco – Grecia Albán (2018)

 

Grecia Albán ya tenía un camino recorrido en la escena musical alternativa gracias a su filiación con proyectos que tuvieron notoriedad en su momento como Bueyes de Madera, o a su participación como compositora de la película ecuatoriana “Tan Distintos” (2016). Sin embargo, su disco debut fue su declaratoria definitiva de que es una cantante determinada a portar su mestizaje con orgullo. Con él, supo dejar un compendio de música que la conecta con los latidos del Ecuador y del resto de Latinoamérica.

 

El nombre del disco le llegó de su hermana Dayuma, en forma de un mito oral que carga con el espíritu insumiso y rebelde de las mujeres incas. Tomándolo como punto de partida, Grecia inició un proceso introspectivo para dar con el núcleo de su voz, y con la importancia que ésta tenía para ella y para quienes pudiesen/quisieran escucharla. Así, se puso a prueba como compositora e intérprete para juntar nueve canciones que son una expresión viva y dulce del mestizaje en todas sus latitudes

 

Ritmos afro danzan junto con lamentos andinos en las melodías que entona ella con soltura. La selva también se hace presente en ocasiones, en las onomatopeyas con que pinta los algunos paisajes instrumentales del álbum. También aparecen las voces de otrxs cantantes reconocidxs como Sofía Rei o Álex Alvear dando un soporte delicado. Es un tapiz colorido, de arreglos finos y bien desenvueltos, lleno de viveza y de carácter alegre. 

 

Mancero Piano Solo – Daniel Mancero (2018) 

Daniel Mancero es uno de los compositores más vanguardistas del país. Cada uno de sus numerosos proyectos ha dejado constancia de una exploración incesante y muy metódica de nuestra identidad poscolonial, traducida en melodías de piano arriesgadas. A pesar de no tener letras, su música siempre cuenta historias. Y el disco con el que dio su paso definitivo como solista lo ejemplifica con mucha propiedad. 

 

Mancero Piano Solo podría entenderse como un disco, o como un compilado de cuentos instrumentales. Los títulos que bautizan a sus composiciones, siempre ocurridos y curiosos, envuelven a unos monólogos de piano cargados de tonalidades profundas que hacen parecer que el instrumento se desdobla y se multiplica en cada compás. Y en ellos se teje una sonoridad muy particular, casi inconfundible, que redefine por sí misma el cruce entre el jazz libre, la música clásica y las melodías coloniales

 

Como paso previo a su último trabajo, Palíndromo, este disco reafirma la finura habilidosa de Mancero, exponiendo, más que nada, una mirada llena de sensibilidad y poesía. Este disco es un soplo de aire fresco que trae de vuelta al presente a una tradición sonora que no merece quedarse estancada en la nostalgia del pasado.

 

Mugresuréate – Mugre Sur (2019)  

La familia de “Rap del Runamérica”, comandada por el lúcido y ecléctico MC “El Disfraz”, no ha bajado los brazos nunca a lo largo de sus veinte años de carrera. Con una producción que se mantiene consistente e interesante, este grupo de hip-hop se ha consolidado como uno de los exponentes más importantes del género en nuestro país. No le falta nada para comerse a América Latina y al mundo. Su último álbum es una muestra de madurez, teñida de juego e inquietud. 

 

El rap que hace Mugre Sur tiene impresa la irreverencia en cada una de sus partes. En Mugresuréate, los beats extraños y disonantes de Retal se conectan uno tras otro a través de samples de sonidos autóctonos que nos aterrizan siempre en las calles, en sus vericuetos más oscuros y cálidos. Por su parte, las rimas del Disfraz se sienten como trabalenguas de niñxs, cargadas de ironía, cinismo y juicios cezudos que se burlan de las facetas más compungidas del mestizo quiteño.

 

Cada uno de los temas orbita alrededor del mestizaje como conflicto, encarándolo con viveza criolla e inventiva, rescatando frases que son parte del cotidiano de plazas, mercados y callejones, para reencausarlas en rimas espesas y cortopunzantes. El hip-hop se convierte entonces, en un lenguaje de reivindicación y resistencia de eso a lo que el clasismo y el colonialismo quieren meter bajo la alfombra.

 

 

 

LA NUEVA ERA DEL SYNTH-POP

 

Por Jorge Bayas

 

A principios de los años 80, y tomando como influencia la sencillez compositiva del punk, pero con los sintetizadores como vehículo de expresión, nació el synth-pop, un género que no ha dejado de sonar en todo el mundo desde entonces. Jamás. 

 

Sí, podemos admitir que, después de su periodo de mayor florecimiento, los 80 —la década por excelencia de las buenas melodías de sintetizador y de grupos emblemáticos como Depeche Mode, Erasure y Pet Shop Boys—, el género se cayó un poco, o quizá bastante. En los 90, rápidamente fue enterrado por los sonidos etéreos y distorsionados de las guitarras noventeras, así como por la electrónica más compleja que se hizo en la época.

 

Pero nada de eso importa. A fin de cuentas, el pop alternativo con los sintetizadores como protagonistas nunca se fue por completo. La segunda época dorada del género comenzó a mediados de los 2000, con artistas como Ladytron y The Knife. Y este no ha dejado de crecer: sigue cosechando cultores, incluso entre quienes acostumbraban a tocar una guitarra y una batería.   

 

En lo que se refiere al gusto, la transición hacia el synth-pop no ha sido sencilla. Con frecuencia se esgrime el lugar común de que trata de música, por decirlo de algún modo, “poco creativa”, carente de esa sustancia que la guitarra, como supuesta mediadora del alma de lxs músicxs, puede canalizar hacia la grabación. Por supuesto, este tópico está muy lejos de ser cierto, y para refutarlo es suficiente con escuchar un par de discos clasificados dentro del estilo. Gradualmente, esto ha sido comprendido muy bien en nuestro país. 

 

Después de la gigantesca ola del indie y su estética más inclinada hacia las guitarras —tanto a las eléctricas, intencionalmente distorsionadas; o a las acústicas, que daban un toque folky a los temas—, y de las buenas obras que el movimiento engendró, el synth-pop empezó a entrar de a poco en nuestra escena, entre mediados y finales de la década que se marcha. Con él no sólo surgieron nuevos artistas, sino que algunxs practicantes de otros estilos, como ocurrió en el resto del mundo, se pasaron al bando de los “sintes”. 

 

Con Verde Fugaz, de Paola Navarrete, East/West, de Sexores —que cambiaron su acostumbrado dream pop por el synth-pop—, algunas canciones de Amarilla, de la Máquina Camaleón, y los primeros temas de Boris Vian —varios de los cuales están recogidos en su álbum Remedios varios (2020)—, se hizo evidente que el nuevo sonido había venido para quedarse. Y ello puede comprobarse fácilmente al escuchar los discos de artistas contemporáneos como Neoma y MIEL y las muchas propuestas que pueblan las redes y las listas musicales

 

Sin más que decir, ponemos a tu alcance los hitos del nuevo pop ecuatoriano. 

 

 

 

Verde Fugaz – Paola Navarrete (2018)  

Un quiebre considerable en la trayectoria de Paola Navarrete. Después del celebrado pop alternativo, con algunas concesiones sinfónicas y jazzeras, de su disco de 2015 Ficción (2015), Verde Fugaz propuso algo distinto. El enfoque intimista que la cantautora guayaquileña había practicado en las canciones anteriores —un enfoque que recaía en las cuerdas, los vientos y la batería— se mudó a los sintetizadores.  

 

¿Esa mudanza le quitó “autenticidad” a la propuesta? Para nada. Y es que, si algo sabe muy bien Paola, es transmitir con cualquier instrumento una atmósfera cotidiana que no deja de internarse por los vericuetos de la mente. Cuando escuchamos este álbum, la personalidad artística de la artista guayaca resalta inmediatamente, sin ataduras de ningún tipo, bien matizada por los sonidos electrónicos. 

 

No importa si tenemos una música más pegadiza en temas como “A lo que vinimos”, “Esperar”, “Verde Fugaz” o “Boom”, o si, por el contrario, nos encontramos con un sabor más intimista en pistas como “Mañana”, “Por ti” o “Éramos”. Como ocurre en toda buena experiencia de escucha, la conexión personal con el rico mundo personal de Verde Fugaz surge, sutil pero robusta, en medio de nuestras propias alegrías y tristezas

East/West – Sexores (2018)   

Podemos comparar el cambio que experimentó la música de Sexores entre Historias de frío (2014) y Red Rooms (2016) con el cambio sufrido por los sonidos de Slowdive entre Souvlaki (1994) y Pygmalion (1995). Es cierto que las guitarras etéreas cedieron su lugar a los sintetizadores, pero de todos modos la oscuridad persistió

 

East/West fue un paso aun más lejano en este tránsito hacia el synth-pop, porque multiplicó los elementos electrónicos. El ritmo se tornó más endiablado y pegadizo, especialmente en temas como “Berlín” o “When I’m In Your Eyes”. Así mismo, el ambiente se hizo más retro, por ejemplo, en “Underneath”. Pero la esencia nostálgica, tenue y penumbrosa de la música de Sexores sigue presente, como un murmullo leve e inquietante, en todo el disco, y, en especial, en “Bluish Lovers” y “Tropical Nest” —esta última es una oda a la inocencia perdida—. 

 

Desde que en 2015 se mudara a México, la banda quiteña no deja de sorprender con sus álbumes envolventes y desafiantes, dignos de la mejor tradición del synth más oscuro

 

Macho – Tonicamo (2019)   

En un interesante texto publicado por VICE pueden verse las razones por las que algunxs músicos han tomado la decisión de migrar del “ambiente heteronormativo” del rock al espacio más libre e “inclusivo” del synth. Y por más que no sea necesariamente el caso de nuestra escena, este hecho puede ayudarnos a entender el gesto de una banda como Tonicamo, cuyos integrantes han denominado desde un principio a su música como “pop gay”. Claramente, el sentido es todo lo contrario de peyorativo y pone sobre la mesa las discusiones que el grupo conformado plantea en su sonido y concepto.

 

Esta música iconoclasta sin ambages alcanza un punto su punto más alto en Macho. Si Mario_Lopez (2015), con su título y su estética juguetona, había servido como un trampolín al mundo irreverente de Tonicamo, el segundo álbum de la banda quiteña es una suerte de confirmación y de acentuación de los elementos más atractivos de su música.  

 

Las letras, que oscilan entre el despecho amoroso más visceral— “Si te vuelvo a ver”—, las convenciones sociales —“Silicone Love”— y la crítica sardónica del machismo más rancio —“Macho Camacho” —, son más interesantes que nunca. Al mismo tiempo, el sonido está salpicado a más no poder de toques de sintetizador, con algunos buenos samples cumpliendo la función de guiños inteligentes, y se interna también por caminos más contemporáneos como el del trap —“Michael Cera”, “Vidrios”—. En el fondo, Macho es un disco de muchas caras. Es alegre, depresivo, catártico, insolente y adictivo. Una razón más para volver a él, una y mil veces.  

 

Edén – MIEL (2020)   

Formado por Martin Flies y Damián Segovia, MIEL es un proyecto reciente. Pero no por ello es menos digno de atención. Su disco debut, Edén, es todo menos lo que uno podría esperar de un par de novatos —y vale recalcar que no lo son en absoluto—. Por el contrario, este trabajo completado en medio de la pandemia es una exhibición de madurez y creatividad que deja sin palabras al oyente, sobre todo por los elementos sonoros que la integran.

 

Reduciendo al máximo los adornos y la presencia de los ganchos más fáciles, las melodías que priman en este trabajo son las vocales —acompañadas, eso sí, por unos sintetizadores oportunos—. Edén nos entrega una experiencia profundamente emocional que penetra en lo más hondo de nuestro lado sentimental, incluso si está mediada por símbolos crípticos, presentes en todos los temas: flores, arena, desiertos, el sol en lo alto del cielo, los templos. Y pese a la escasa utilización de los trucos, los pocos que se emplean dibujan un panorama variado. La ácida “Camelias”, la romántica “Mantra”, la lenta “Girasoles” y la pegadiza “Centro” conforman un recorrido atractivo que convencerá hasta al más escéptico. 

 

Lo triste del asunto es que esta exhibición de maestría está cifrada en apenas 28 minutos, que se van volando y, enseguida, nos dejan con ganas de más. En Edén se cumple una vez más la idea corriente y certera de que la buena música no necesita florituras desmedidas y que menos siempre puede ser más

 

 

La música independiente de nuestro país es el producto de una multiplicidad de sonidos que en la década pasada floreció sin vergüenza. Se desbordó en todas las frecuencias. 

 

Al hacerlo abrió un abanico de preguntas importantes sobre cómo sonamos, y cómo nos puede escuchar el mundo. Sabemos que aquí hay muchísimo que ofrecer. Miles de joyas musicales para descubrir en un cofre pequeñito. 

 

Mientras algunos proyectos alcanzan su madurez y regresan a sus raíces, otros recién empiezan un camino de auto-descubrimiento que está quebrando moldes sin reparo y que nos hace pensar que el futuro es brillante, si reconocemos que el mayor valor de la tradición sonora que estamos viendo tejerse con el tiempo, es su diversidad.

 
 

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