Lolabúm ha destrozado sus propios límites en medio de la pandemia. Esta banda de “chamos” se está convirtiendo en la vanguardia de la música local.
Cada cierto tiempo aparece en el mapa alguien o algo que escarba en nuestra ansiedad y nos lleva a la obsesión por desentrañar sus secretos. Haciendo eso, desearíamos toparnos con los nuestros en algún momento. Eso es lo que provoca el arte cuando es magnético.
Eso es lo que la música de Lolabúm está provocando.
Su creciente y fervorosa base de fans, su aparición cada vez más notoria en medios internacionales especializados y su consistente ética de trabajo están haciendo de esta banda la punta de la lanza de “la escena independiente”. Y es irónico que así sea, porque su obra pretende, justamente, romper con esa narrativa.
Este año han decidido encarar de frente a la pandemia —la puta pandemia—. A estas alturas, es evidente que no queda de otra, por lo cual han decidido liberar dos álbumes.
El primero se llama “Verte Antes de Fin de Año”. El segundo, “O Clarividencia”. Ya se intuye que son contraparte y/o complemento el uno del otro: miradas angustiosas y fascinantes de este momento histórico, su pasado y su —¿posible?— futuro.
“VADFA” ya aterrizó en las plataformas, levantando polvo a su alrededor.
José Miguel Fabre, Joaquín Prado, Martín Erazo y Pedro Bonfim son los cuatro responsables de esos sonidos, y de la conmoción que han causado en una buena parte de lxs millenials y centennials ecuatorianxs —y latinoamericanxs—. Son la cuarta formación de la banda, y parecen ser su forma evolutiva máxima hasta ahora, operando como un solo puño que tira quiños sorpresivos.
Su capacidad para hacer lo inesperado los ha posicionado en el centro del escenario en este momento. Cuando la gente esperaba un nuevo disco de “indie experimental”, ellos entregaron un frankenstein hambriento que suena a trap, punk, baladas tristes como las de José José, música industrial y hasta se parece a lo último de Tame Impala.
La cabeza creativa de Lolabúm desde sus inicios ha sido Pedro. Comandar la banda le ha tomado siete años de trabajo duro que ahora empiezan a ver frutos. Durante ese tiempo ha sabido demostrarnos que no tiene miedo de desmarcarse de lo que se supone que se espera de él. Siempre le ha gustado jugar por la banda, y desde ahí meter el centro.
En el último par de años se ha convertido en el referente de una generación de peladxs obligadxs a crecer en un mundo confuso y cada vez más turbio. Y lo ha hecho sin atarse a nada, sin querer complacer a nadie. Ha sabido vulnerarse, exponerse y explorarse, haciendo de sus descubrimientos algo genuino e interesante.
Hace menos de un año, nada más, estábamos pasando el chuchaqui del Paro Nacional de octubre. Tristemente toca reconocer que fue nuestro entrenamiento forzado para la cuarentena. Ahí se nos hizo evidente lo frágil que es nuestro tejido social. O más que frágil, lo enfermo que está.
Recién había pasado ese mes doloroso, y el Teatro Capitol intentaba retomar una serie de conciertos gratuitos que empezaron demasiado tarde, y que se terminaron antes de hora.
Era esperable que la gente necesitara purgarse de tanto mal aire con olor a lacrimógena. Por eso, el lugar estaba abarrotado y el ambiente, tenso. La gente que no logró entrar se veía irritada. Llovía al anochecer de ese viernes 1 de noviembre.
Yo estaba parado ahí sin saber a dónde ir, tratando de contactar a la amiga que dejé adentro sin querer, después de quedarme afuera. Cuando me resigné a ya no topar con ella, ni entrar al concierto, vi en Instagram que Pedro acababa de mudarse a una casa que, según mis cálculos, estaba a media cuadra.
Sin pensar mucho, lo llamé. Por suerte, no tuve que explicar demasiado. Al rato estaba sacándome los zapatos y convirtiéndome, sin pretenderlo, en uno de los primeros invitados que recibía en Quito.
La casa está llena de historia en sí misma. Si le preguntan, él de ley les cuenta. Hay muchas referencias en Penitas, de hecho. Él se había mudado ahí, al Barrio de la Tola porque lo movía toda esa aura convulsa, incluido el hecho de que a pocas cuadras se había librado una batalla hace pocos días.
Dentro de todo el caos que todavía flotaba en el aire, su cueva se sentía tranquila. Así mismo dicen que es el ojo del huracán. De ahí salieron los álbumes que ahora nos revuelven.
Ahí está él ahora, al otro lado de la pantalla, según lo permiten las circunstancias actuales. Se fuma un chamico apaciblemente mientras me cuenta todo lo que hay detrás de su último disco, y de su banda, hasta este momento.
Martín González: ¿Cómo nació Lolabúm? Han tenido algunas formaciones a lo largo del tiempo, y pienso que eso también ha sido determinante en el sonido de la banda…
Pedro Bonfim: Te voy a dar la respuesta larga…
Casi 20 en el 2016
En el 2012, 2013, yo estaba saliendo con una chica y ella me presentó a su vecina. Y su vecina, a su vez, estaba saliendo con un muchacho, cuyo nombre era Gabriel Valenzuela.
PB: Ajá… Y me acuerdo que el primer día que le vi estaba puesto una camiseta de David Bowie y yo le dije: “David Bowie”. Y él dijo: “Sí”. Y esa fue nuestra gran interacción.
Luego yo caché que había escuchado su música porque la chica con la que yo salía me la pasó y yo dije: “¡Ah qué cague! Este man sí hace música, ¡qué bacán!”.
Yo, a todo esto, siempre estaba buscando tener una banda (…) En ese momento tenía unos 16, por ahí, y ya tocaba con el Estevan —Estevan Martín Ricaurte alias Esmarive—, que ha sido como mi hermano de toda la vida. Hemos estado juntos desde que tenemos como nueve años.
MG: ¿Tú cómo aprendiste a tocar música?
PB: Aprendí a tocar, creo que cuando cumplí 10… Mi mamá me regaló una guitarra “La Lira”. Me acuerdo que no teníamos nada de plata en esa época y yo me moría de ganas de tener una guitarra. Mi vieja me dijo que no había chance, que sólo no había chance de comprarme la guitarra y que perdón. Y yo: “bueno ya nada”.
(…)
Me acuerdo que en mi cumpleaños me levanté y había como una tela, y la quité y era una guitarra. Es bien barata, bien mala, suena bien mal, se desafina cada dos segundos… la cosa es que tuve una guitarra y no la toqué como dos años.
MG: ¿Todavía la tienes?
PB: ¡Claro que la tengo! Está donde mi viejita…
En esa época vivíamos en Ponceano —cerca del extremo norte de Quito, lejos de la esfera “cool” de la ciudad— y yo iba a unas clases de guitarra en Carcelén. Bajaba caminando de la casa, con la guitarrita, pero no aprendí un culo porque yo era pésimo estudiante y esa era una academia bastante más formal. Se llamaba SINAMUNE y era para niños con problemas de aprendizaje o Síndrome de Down.
Estuve ahí un tiempo, valí verga… La cosa es que luego un amigo de mi viejo me dijo: “Oye, ven, te enseño canciones que te gusten. Sólo dime las que te gusten y te enseño…” Y ahí aprendí. Ese man me enseñó todas las bases de música.
El man se llama David Bonilla, tenía una banda que se llamaba “Nuages” —banda franco-ecuatoriana de jazz gitano que existió hasta el 2013 aproximadamente—. El man es un del putas. Me enseñó a cachar qué era un bajo, qué era un arreglo… Yo con eso ya le enseñé al Estevan.
Como mi viejo se fue del país cuando yo era bien pequeño, todos sus amigos, los que hizo aquí, se volvieron una especie de padrastros, todos. Yo tenía seis papás, como papás apócrifos. Entonces me enseñaban huevadas, como cosas nasty»
Ahí comencé con el Estevan y le presenté al Gabriel. El Gabriel y yo nos hicimos bastante amigos, y me encantaba porque en esa época yo conocía muy poca gente que haga canciones, sobre todo de mi edad. Entonces era bacán ser parte de algo. Estábamos el Gabriel, Estevan y yo haciendo canciones como locos y obviamente que eso acabó en la idea de “hagamos una banda”. Tuvimos una banda que se llamaba “Los Pilotos Ciegos”, que de hecho está en Soundcloud.
Era como punk, un poquito más “cantautor” a ratos. Eso fue un “proto-Lola”, que abandonamos a los pocos meses.
Al año el Gabriel me dijo: “Oye, encontré una chica baterista que se llama María Elisa. Es la hermana del man de Alkaloides —Charls Espinosa—”. Y ahí dije: “¡Qué arrecho! ¡Esto es lo mejor que nos va a pasar!”
Del primer ensayo salieron como tres de las canciones que ahora están en “El Cielo”, que eran: “Qué asco de Sábado”, “Cristal” y “Trabilla”. Entonces fue todo bien rápido y bien bacán, pero la cosa es que eso duró muy poco tiempo porque éramos muy poco juiciosos. No íbamos nunca a los ensayos, (…) no hacíamos las cosas y sobre todo el Gabriel y yo empezamos a distanciarnos full y ya parecía que no iba a acabar en nada. Luego yo le vi al Techo tocando con su banda “Glock”, como en el 2014 y dije: “¡No! Esto es increíble!”
¡Sólo le veía cómo el man amaba estar con el instrumento y estaba ahí en el momento! Yo dije: “¡Puta qué arrecho tocar con este man! ¡Sería hermoso!” Y le dije un día: “Oye, ¿quisieras unirte a mi banda? Nos llamamos Lolabúm”.
Él me dijo: “¡Sí yo también quería tocar contigo!”, y fue como amor a primera vista. Para mí, ahí comenzó realmente la banda, porque comenzamos a ensayar y hacer las canciones. Ahí la formación era: Yo, el Estevan, el Techo y la María Elisa. Esa es la formación original.
Estuvimos ahí como un año, más o menos… ¡o menos! Ahora que lo pienso, fue menos, porque fue como en Marzo o Abril del 2014 que comenzamos, y yo en Octubre de 2014 ya me fui a Guayaquil. Ahí todos pensamos que ya se iba a acabar la banda. Hasta hicimos concierto de despedida en diciembre.
MG: Pero yo me acuerdo que ustedes le telonearon a Monsieur Periné cuando vinieron en el 2015…
PB: Es que esa es la cosa. Tuvimos el show de despedida en Diciembre, y fue el mismo día que el Quitofest. Para nosotros era súper osado hacer eso. Tocaba Pastizales, nosotros, El Extraño y también abría “Dona Chateu” que era una banda de Guayaquil. Fue una bestia el concierto, vendimos full entradas. Era la primera vez que estábamos ganando plata. Ganamos como $150, que no eran “muuucha” plata, pero para nosotros era increíble.
Me acuerdo que en ese concierto nos vio el Lucho Cisneros, bajista de la Tripulación de Osos. No sé cómo acabó ahí. No tengo idea. Nosotros no conocíamos a nadie y Alkaloides ni siquiera era tan grande como para que tengan “contactos”. Sólo acabaron los manes ahí (…).
El Lucho y el Jarita —Sebastián Jaramillo, baterista de la Tri— siempre están yendo a conciertos de bandas nuevas. El Lucho nos vio ahí y nos dijo que si queríamos abrir el concierto de Monsieur Periné. Nos dijo como más de un mes después.
Para nosotros ya se había acabado la banda, pues, pero nos pusimos a hablar y dijimos: “Verga… sí es una buena oportunidad… ¡Ya! Sí sí, aceptemos”. Aceptamos y ahí entró la Mika —Michaela Garay, quien, sin embargo, no tocó en ese concierto, lo cual resultó en algún drama que Pedro no se detiene a explicar—.
Ella estuvo en la banda apenas unos meses. Pero con ella grabamos “El Cielo” y ahí fue el otro cambio de la alineación. Después el Estevan se fue y entró el Ro (Roberto Serrano) y estuvo como tres meses, creo. Pero con él tocamos bastante la época de “El Cielo”. De ahí el man se abrió y le metimos al Chino (Joaquín Prado) en el 2016, creo. Y ahí ya es la formación que hemos tenido hasta ahora —en algún punto de todo eso, después de la salida de Mika, entró Jim—.
TATOBIEN
MG: ¿Cómo es su relación ahora? ¿Su amistad forma la música de Lola?
PB: (…) Estamos en un momento bien bacán porque creo que todos hemos crecido. Comenzamos cuando teníamos 17 y de repente hemos estado full tiempo juntos. Conociéndonos, cambiando, peleándonos. Habían épocas horribles en las que sólo no podíamos vernos, porque nos odiábamos. Pero peleitas cojudas, ¿no?…
Ahorita estamos en un momento bien bacán en el que todos nos entendemos mejor, todos sabemos mejor lo que estamos buscando, nos queremos mucho y no tenemos miedo de mostrarlo. Porque también había una época que era como… yo le quería full al Techo y no sabía cómo comunicarlo.
Ahorita es como que pasamos abrazados todo el tiempo, y eso obviamente que ha afectado a la música. Sí, sí ha sido caminito…”
171 / Después de qué
MG: ¿Por qué ahora eres “la cara visible de la banda” hacia el mundo exterior? ¿Cómo llevan eso?
PB: Es chistoso porque a los inicios de la banda, yo para publicar una cosa en el Facebook, para hacer un post, mandaba al chat de la banda, todo el mundo aprobaba, editábamos entre todos, y de ahí publicábamos. ¡Era un trámite, todo era un trámite! Todo era así como: “todo es un súper consenso…” y luego ya poco a poco fue así como que: “Ya… ¡esta huevada ya está! Sólo hay que hacerlo”.
(…) no hay mucho lío en verdad porque todos sabemos nuestros papeles dentro de la banda y no hay muchos conflictos de ser “el principal” o “el líder”. Eso es estúpido. Sabemos que no funciona así”
Internamente tenemos las cosas bien claras y eso también viene desde la música. Yo puedo llevar canciones acabadas y nadie se va a resentir. Nosotros somos un grupo de panas, que la música es lo importante (sic), la música es nuestro centro. No estamos buscando cosas nuestras, estamos trabajando por la música. Y eso es lo que más nos ha hecho sentir cómodos: saber que no se trata de nosotros realmente.
MG: Me imagino que han tenido que llegar a un alto nivel de confianza para eso…
PB: Sí, es que no hay otra opción. Fue duro también. Hubo una época cuando estábamos haciendo Tristes… ¡Fue horrible! Estuvimos en una crisis brutal en que no sabíamos cómo comunicarnos, estábamos peleados, era imposible hablar con el Techo, nadie respondía los mensajes de WhatsApp. Era un caos y, sobre todo, emocionalmente era una mierda.
No estábamos nada conectados y fue más bien como hacia el final de esa etapa que ya salió Tristes Trópicos, y todos dijimos: “Oye, sí me gustó el disco. Sí podemos trabajar juntos y que sea bacán”. Eso nos juntó un montón. Sobre todo ahí cachamos que tenemos que hablar siempre. Ser súper abiertos y decirnos las plenas.
Cada cierto tiempo hay “algún problema” y tenemos una reunión para ver cómo estamos organizando nuestra plata, cómo estamos organizándonos como banda, “¿cómo están?”. Porque sobre todo nos queremos. Nos queremos bastante y eso es chévere.
Sustitos
MG: Ahora que ya son una banda referente de algo, ¿qué significa para ti “la fama” en el contexto local?
PB: De hecho ahora, hoy, me siento mucho menos famoso que en el 2015, por ejemplo (risa nerviosa). En el 2015 había esta cosa de que era el primer momento en el que había la posibilidad de que seas famoso, de que te pidan fotos, de que te esté buscando gente, que te dejen entrar gratis a lugares y que sea así como: “¡Ah! Me están dejando entrar gratis sólo porque soy yo”. Pero éramos unos chamos, ni siquiera habíamos sacado el disco… era como mucho más fácil creérsela.
Ahorita que ya estamos en una posición consolidada creo que también tenemos una actitud mucho más de trabajo…”
En todos esos procesos, El Camaleón —Felipe Lizarzaburu, cabeza de La Máquina Camaleón—fue uno de los pocos que estuvo todo el tiempo ahí. Yo le escribía desesperado diciendo (finge que llora desesperado): “No sé si es que grabar este disco, no sé qué hacer, estoy peleado con todo el mundo”. Y el man me decía: “O sea, bro, cálmate”. A pesar de que justo es uno de los manes con más visibilidad, con este personaje de ser famoso, justamente… O sea, él es como el “arquetipo del famoso independiente” aquí —por eso soy rubio—.
Pero es eso en realidad… sabemos que no es la gran cosa. (…) es lo que le ha pasado a la mayoría que se fueron consolidando o que ya estaban consolidados cuando nosotros comenzamos, es que no han hecho nada. ¿Qué han hecho con esa consolidada?
No veo resultados para el ecosistema musical de aquí. Ni siquiera creo que son una inspiración en este punto. Al menos si eres una inspiración, bacán. Pero ni siquiera eso, ni siquiera un disco. Y luego sacan música, y ya está, es lo que les consolidó. Pero no están ayudando a que esto avance de ninguna manera. Creo que eso se debe sobre todo al cansancio.
¿Qué significa ser famoso aquí? ¿Qué te hace ser famoso aquí? Yo no sé todavía…”
MG: Te he escuchado hablar del cansancio algunas veces… ¿Cómo lidian ustedes con eso?
PB: Ese es el mayor monstruo. Hasta te convierte en un monstruo, como todo. Es como en las relaciones, (…) de repente estás haciendo cosas que jamás harías y diciendo cosas que jamás dirías y dices: “¡¿Quién soy?! ¡¿En qué me he convertido?!” Medio que esto es lo mismo.
Estás intentando todo el tiempo hacer esta cosa, te estás sacando la puta, estás trabajando ocho días a la semana (…) intentando que todo se mueva, y, luego, es como que no pasa mucho. Hay un punto del que no pasa y eso frustra pues. Sobre todo es como que ya estás cansado física, emocionalmente y encima no te devuelve ese trabajo y te comienzas a frustrar. Yo creo que ese es el origen de los haters duros de aquí. O sea, los manes que son como activamente odiadores de las bandas, de los artistas de aquí, de los medios de aquí. Estar encima de eso es parte del cansancio…
No logro entender cuándo comenzó y cuánto tiempo nos queda. Como banda es como que te consolidas, ¿y qué? Eventualmente vas a desaparecer. No puedes existir 25 años y sólo tener dos discos.
A veces la gente también deja de hacer cosas porque se cansa de sus proyectos, se cansa de lo que se convirtió. Te cansas de lo que representas ahora. (…) pero te toca lidiar con eso porque no tienes más opción. Y la mejor manera de lidiar con eso creo que es cambiando, transformándote. Pero cansa también eso…
O Clarividencia
MG: ¿Qué sería útil para el ecosistema musical? ¿Cuál es tu versión de un sector musical ecuatoriano próspero?
PB: Idealmente, para mí, es que haya conciertos todos los días. Que hayan suficientes proyectos, lo suficientemente activos, con una base ni siquiera tan grande. Que te vayan a ver 25 personas ya es un toque. Que te vayan a ver todos los días en diferentes lugares, o que al menos haya un poco más de espacios aquí. Que sea como una opción, una opción real.
A veces siento que los artistas tocan tan poco que cuando hay un concierto es como un suceso. El suceso debería ser más bien un disco o algo así, y ni tanto. Sería buenazo que puedas decir: “Bueno, veamos qué toque hay hoy”, y vas. Y por tanto que haya un movimiento en los sectores que engloba todo eso: medios, la gente que alquila los equipos, músicos, todo eso.
Que se active todo constantemente y que se genere plata y la gente pueda vivir de esto. Que tenga una vida digna. Que pueda vivir calmadamente, sin que sea una crisis constante en la que nos encontremos todos los meses. Sobre todo, porque eso creo que debería ser en cualquier profesión.
Yo a veces pienso que el problema es que seguimos pensando que la música es una profesión que no es normal, o no la abarcamos de una manera normal. Pero es lo que yo he estado pensando todo este tiempo: “Si yo logro hacer un puto básico, un sueldo básico de la música que es lo que amo, lo que me apasiona, lo que me llena, ¿de qué vergas me quejo?”
Obviamente puede cambiar, puede mejorar, que sea algo más estable y así, pero al menos no tengo que estar trabajando gratis en la música y en otro lugar para ganarme un básico (…) Eso lo hemos logrado justamente porque hemos estado trabajando gratis, desde como los inicios hasta hace un par de años, nada más.
Yo creo que es así de simple en realidad: que la gente pueda tener una vida digna a través de esto. Que sea un trabajo y que puedas jubilarte”
Pero es impensable todo eso, porque ni siquiera está dentro de nuestro panorama. Eso creo que también tiene que ver con tener una ética de trabajo que podría venir de agremiarnos, como grupo (…)
Creo que hay que tener esas cosas claras, personales: saber que formamos parte de un ecosistema en el que estamos contribuyendo o restando. Si es que puedes hacer que haya más movimiento, o que la gente tenga una vida más digna a tu alrededor, ¡dale ahí! No desperdicies la oportunidad.
MG: ¿Cómo sientes tú que afecta la pandemia a todo eso?
PB: Lo bueno de la pandemia es que sí nos ha hecho cuestionarnos toda esta huevada y más que nada, nos dio en la jeta a full gente. Estábamos acostumbrados a un solo modelo de trabajo, que eran los toques en vivo (…) y de repente ya no era una opción y ya no sabemos cuándo será una opción. Entonces hay que buscar plata por otros medios que no sean sólo tocar en vivo y eso hace que nos pongamos más exigentes con pagos de regalías, por ejemplo. Con deudas también.
Es como haber ejercitado sólo una parte del cuerpo y de repente verte forzado a trabajar lo demás, y luego cuando ya podamos volver, tener todo mucho más consolidado”
Y espero que cuando esto ya se vaya calmando un poco -ya no quiero decir “que esto pase”, porque no sé si es que va a pasar-, cuando vaya modificándose aunque sea, podamos ir construyendo algo mejor para todos (…) A la final estamos en una emergencia, y estamos en una crisis no por la pandemia, sino -como ya se ha dicho bastante- siempre hemos estado, entonces hay que tener la actitud de crisis.
Cuando pasó lo de Indie Criollo yo pensaba en eso: “Esto es una constante crisis (…) no estamos enfrentándonos a grandes industrias ni a grandes corporaciones y figuras gigantescas”. Estamos así entre nosotros y es nuestra única opción. Y justo porque es nuestra única opción hay gente que prefiere creérsela y luchar en contra de esto. Pero eso a la final no nos va a servir absolutamente de nada.
Cuando quieres jugar conmigo
MG: En ese sentido… ¿qué piensas de “la cultura del chameo”?
PB: ¡Puta! Eso ya es como que lo peor. Al comienzo me parecía bacán ser chamo. Decía: “significa que somos una nueva generación, sangre nueva”. Pero poco a poco se convirtió en una manera de desvirtuar el trabajo de un grupo de gente: “No, es que estos chamos no cachan”.
(…) El Sorzano (Daniel, a.k.a. Amantin.a) es más talentoso que el 90% de músicos consolidados de aquí y es un man que ha trabajado más duro que la gran mayoría de cojudos que ahorita están ahí con sus comebacks, de volver sin un disco. Entonces no me vengan con huevadas.
Cuando se convierte en una cosa para desvirtuar el trabajo de cualquier persona, y no para que sea un halago como “chamos talentosos”, “chamos súper dotados” (…) Tiene que ver bastante con esto de “ser machote”, ser “el hombre”, “¿eres un chamo o eres “el hombre”? Esa es la actitud…
Era esa brecha generacional (…) como estar un escalón más abajo y sobre todo tener que estar demostrando constantemente que valemos la pena y que podemos hacer cosas y que estamos ahí. Cualquier crítica que nos hacían los mayores a nosotros era 8000 veces más válida que cualquier crítica que nosotros podríamos hacer a los mayores.
En una entrevista hace poco vi que el Mauro (Samaniego) sacó “El Peón” (EP debut de Da Pawn) cuando tenía mi edad (24 años). Toda su generación empezó como a esa edad. Incluso la Paola (Navarrete) era mayor a la edad que yo tengo ahorita cuando sacó su primer disco. Eso me hace preguntarme cuál es el estado de salud de nuestra industria para que tú, para activarte, para arrancar tu carrera, para sacar tu primera cosa, tengas que ya tener un título universitario de ley (…)
Acabar comenzando tu carrera (sic) a los 25 años está bien, está perfectamente bien, pero lo que pasa es que eso tiene que ver mucho con la cultura de chameo. Esos chamos de ley que estaban activos. He escuchado que el Mauro escribió esas canciones cuando tenía 18. Y entonces ¿qué estaba pasando? Las canciones van a ser las mismas. Pero es esta cosa de crearnos estos cucos como: “No, espérate, cuidado. Dale suave. Tiene que ser todo súper bien grabado” y es lo que al Sorzano, por ejemplo, le cagó.
Yo creo que la cultura del chameo es eso: limitarte y decirte que no puedes o que está mal, o que nunca es el momento. Luego ves y nunca fue el momento. Es muy temprano o demasiado tarde…”
MG: Cuando empecé a entender que trabajo en este ecosistema me resentía mucho ver que sólo podía dominar el circuito del arte o la música la gente que tenía plata. Decía: “esa huevada también está mal”. No sé si eso se ha roto o no. ¿Cómo ves tú el panorama?
PB: Creo que eso es algo evidente. A mí me daba un poco de vergüenza estar en ese circuito porque decía: “chucha, yo también tengo un poco el perfil. Mi colegio es un colegio aniñado”. Pero a mí me parecía que es súper menos potente cualquier cosa que se pueda hacer si estabas trabajando para esa gente, porque a la final era eso, yo sentía que tenía que “calzar” en ese circuito. Como también me pasó en mi colegio, que es lo chistoso.
Sí era un colegio aniñado pero yo estaba ahí porque mi vieja era profe y tenía que estar intentando calzar. Todos tenían ropa de marca y yo tenía ropa súper gamín, heredada y la huevada. Eso siempre era como un choque, de ¿qué onda? Medio que me pasó lo mismo cuando empecé a tocar. De eso hablaba el otro día con la Neoma justo. Es esta cosa de nunca sentir que entras. Nunca sentir que perteneces a esto.
Ahorita me he dado cuenta y me siento empoderado de ser lo que soy, saber que estoy en lo que estoy y que sólo yo puedo ser yo y no necesito estar calzando en estas cosas. Y que todos los errores que he cometido han sido por intentar estar calzando. Bueno, no todos, pero la mayoría han sido por estar en esas dinámicas. (Hay que) romper la narrativa. El perfil de los músicos de aquí sólo podía ser ese: súper despolitizado.
Si no te importa tu país, si no te importa la gente en tu entorno, si no te importa la gente que te escucha, si no te importa su bienestar, si en tu cabeza no cabe que si hay una crisis económica en tu país nadie te va a comprar las cosas y tu plan B es irte a Canadá a trabajar desde ahí en un estudio o lo que sea, ¡obviamente que no vamos a prosperar! ¡Es evidente! ¡Está claro! Esa narrativa de ser este tipo de figuras medio frivolizadas…
A mí también me cansaba, sobre todo ver la gente que escuchaba la música. Eso era algo que me frustraba full porque decía: “puta, estoy haciendo música que escucha gente que detesto”. Y luego con el tiempo fui viendo que no era así. Poco a poco se acercaba gente de otros espacios.
Cuando salió “Penitas” me acuerdo que veía que full gente subía historias de El Panecillo de espaldas. Y es eso: ¡me escuchan del sur también! Y es algo que ni siquiera piensas porque hay esta narrativa de “esto es música de aniñados”. ¡No! ¡Sólo es música! Puede escucharla cualquiera y no tiene que estar ligada necesariamente o únicamente a una cuestión de clase.
Por eso creo que hay que abrirnos, tocar más en la ciudad. Ni siquiera lo intentamos. Ni siquiera pensamos que está en nuestras opciones y también, de nuevo, tiene que ver con ese perfil de limitar tus opciones a lo que ya conoces. Eso me parece que es bien nocivo a la larga para nuestro circuito. Mientras más diverso pueda ser, mejor.
Pero cambié mi estilo
Fue la única buena decisión que tomé a los 18 años. -Sobre haber entrado a estudiar literatura en vez de música en la Universidad de las Artes.
MG: ¿Cómo es tu relación con tus fans?
PB: Ha ido cambiando. Siento que, sobre todo en la época de Tristes Trópicos, cuando iba a salir, había gente interesada en lo que estábamos haciendo, gente fiel que nos seguía desde “El Cielo”. De repente dije, sólo voy a hablar con esta gente. Somos personas.
Tenía este impulso innato de tener cierta distancia “artista-fan”. Pero dije: “me cuesta hacer eso, me es más fácil hablarles y decirles lo que pienso o que ellos me digan a mí”. Entonces ha sido bien bacán ir cachando nuestra relación. Ahora hay full fans, full protectores. Es full lindo.
Alguien filtró el disco. No sé quién habrá sido. Y vi que subían historias los fans diciendo: “Oigan, no pasen el disco, esto es el trabajo de estos manes, están confiando en ustedes”. Yo veía las historias de los manes y decía: “¡Qué loco! Estos manes nos están cuidando y nos queremos”. De verdad tenemos un vínculo y eso me parece bacán.
También es porque creo en gran medida que mi generación fue la primera generación que pudimos ser fans de la música realmente. Seguirles a los conciertos a estos manes, pedir fotos. Ser fan, fan. No tanto esta relación como la que tuvo la generación anterior con sus “ídolos” de aquí. Y eso se debe también al Internet, creo. Escribirle un mensaje a alguno de los manes que admiras y que te responda era así como que “¡WOOOW!”. Yo también fui fan. Yo también fui esos mismos chamos.
No es sólo por esta cuestión de que podría ser yo, sino porque también me parece chévere. Me divierte ver qué piensan, ver qué hacen, sus opiniones.
La gente está muy subvalorada. Es gente muy inteligente también y a la final es lo que le da vida a nuestra obra, a lo que queramos hacer”
MG: ¿Qué buscas con el disco? ¿Qué sientes de que tu obra no siempre complazca?
PB: Siento que es mi papel. Con el tiempo me he dado cuenta de que es lo que puedo hacer ahorita que estamos posicionados dentro de un circuito. Como que ya estamos a la par con Da Pawn, que es algo que me da recelo decir porque parece que me estoy sobrando, pero son números… yo sé que una banda en este estado, en este circuito no va a hacer estas cosas. Entonces yo quiero ser la banda que lo haga. Por una cuestión también del ecosistema.
No es porque seamos especiales, o distintos. Es más para equilibrar un poco las cosas y dar diversidad, opciones, dentro de esto y proponer algo en este panorama. Eso es lo que yo busco, que sí se sienta como una propuesta, como una apuesta, que estamos tomando decisiones distintas. No estamos intentando ser “Los Nuevos Da Pawn”, o “La Nueva Máquina” o lo que sea, sino abrir un poco el espectro. Proponer algo y si es que incomoda bacán. Si gusta, también. Si hace ambas, bacán.
Es algo que siempre quisimos hacer, creo, y a todos nos entretiene más, nos interesa más. Estamos yendo por un camino que nos interesa y que nos mantiene ahí. Es bastante natural y bastante inevitable a la final» -Sobre por qué hay tanta inclinación al sampling en VADFA.
MG: Una gran noción que ronda en la música ahora es algo que te he escuchado decir en otras entrevistas, sobre reconciliarte con tu herencia paterna ¿cuáles han sido los descubrimientos gratos de ese proceso?
PB: (…)No es que mi viejo es ecuatoriano y sus viejos son brasileños. Sino que toda mi familia es brasileña, toda mi familia de parte de papá y en condiciones súper distintas. Mi viejo es de favela, de una favela de São Paulo que se llama “Capão Redondo” que de hecho tiene una cultura de rap full fuerte. De hecho, de ahí viene una banda de rap que se llama “Racionais”. Mi viejo trabajaba en un supermercado con uno de ellos. Es así de cercana la relación.
No sabía la historia de mi viejo además, nunca me atreví a preguntarle. Luego con el tiempo fuimos hablando más de eso y eso me hizo cachar más cosas de mí, como por qué tengo ciertas inquietudes. Luego el man me mostró mucha más música. También irme topando con esas cosas de mí, de mi historial y estar en Ecuador me ha hecho preguntarme muchas cosas.
Ahorita soy muy fan de la cultura ecuatoriana, sobre todo por cómo veo que se relacionan los brasileños con la cultura brasileña, y las cosas que han intentado hacer. Yo quiero que eso pase también aquí y que la gente se sienta más cómoda con su cultura y que vea lo rica que es, y lo bacán que es, y eso lo aprendí por estar expuesto a los brasileños.
(…) creo que me he hecho más ecuatoriano por mi lado brasileño»
MG: ¿Y musicalmente hablando?
PB: Encontrarme con una tradición, de alguna manera. Adjuntarme a alguna tradición.
(…) A mí lo que me voló la cabeza fue encontrarle a Polibio Mayorga. Un man que causó impacto a un nivel nacional, histórico, que nos olvidamos (…). Eso es lo que a mí me vuela la cabeza, y lo que a mí me fascina. Y ahí es que encontré mi tradición, Polibio es mi tradición. Esa es mi raíz. Ese fue uno de los descubrimientos gratos. Saber también que Polibio Mayorga es un man que no era purista. No pensaba en los términos de que la cultura ecuatoriana tenía que ser una cosa, sino todo lo opuesto. El man dice: “yo quiero que esto se abra, yo quiero añadirle colores a esto”.
Dios mío, ya no veo noticias
MG: ¿Qué sientes de tener la edad que tienes en este momento tan cabrón de la historia?
De alguna manera, va a sonar raro, pero creo que tengo suerte. Por un lado porque puedo vivirlo con cierta conciencia y registrarlo.
PB: (…) Ahorita siento que es una oportunidad que nos da la historia: la mala y la buena suerte de poder contar eso. Poder ser los narradores de este momento. Yo creo que hay que estar conscientes de que estamos narrando un momento. A veces hay esta cosa de: “No, no. No hagas cosas muy coyunturales porque luego pasan y pierden trascendencia”. Pero a mí no me importa mucho porque al menos en ese momento tuvo sentido”
Justo estaba viendo un video sobre el arte y dicen esto de que el arte es una manera de la esperanza. De mantener la esperanza y de que algo perdure después de tu muerte. Yo siento esto: tenemos esta esperanza de que esto perdure, de que esto quede, pero capaz la mejor manera de perdurar es no intentar perdurar, dejar que las cosas te sobrepasen y eso también me parece hermoso.
MG: “La muerte es una experiencia maravillosa”
PB: Sí, ojalá…