Calificación:
12 Years a Slave
Duración: 134 min
Director: Steve McQueen
Elenco: Chiwetel Ejiofor, Michael K.Williams, Dickie Gravois
Después de varias semanas desde su estreno en Estados Unidos, se estrenó en Quito la última película del director británico Steve McQueen: 12 Years a Slave. Esta se encuentra nominada en varias categorías a los premios Oscar y ganó el BAFTA y Globo de Oro a mejor película. Esto de los premios no es nada extraño para McQueen: Hunger (2008) y Shame (2011), sus anteriores películas, tuvieron un gran recorrido en concursos y festivales. McQueen es para mí uno de los directores contemporáneos más importantes y con mayor fuerza. Sus tres películas se quedan enredadas en la piel inevitablemente.
12 Years a Slave debería llamarse Pain, y así McQueen tendría una trilogía de películas en las que el estado que las nombra es el estado que las espectadoras y los espectadores sienten en sus cuerpos. Desde el primer golpe a la espalda de Solomon (el protagonista de la película), sabemos que la película nos va a doler en cada plano, que vamos a sentir cada latigazo como si cayera sobre nuestras espaldas.
En resumidísimas cuentas, la película trata sobre un hombre negro libre que vive en Nueva York a mediados del siglo XIX, pero termina secuestrado y vendido como esclavo. Doce años después logra liberarse y regresar con su familia. Ahí escribe su autobiografía (en la cuál está basada la película). McQueen toma este argumento y lo usa para hablar del dolor, del dolor de la injusticia y la impotencia… del dolor en Solomon y cada uno de los esclavos.
La injusticia, la esclavitud es dolor. El racismo, la violencia de género, la xenofobia es dolor. Duele en todos los cuerpos no hegemónicos y McQueen logra que también duela en el cuerpo de los espectadores. Así cómo en Hunger nuestras tripas se retuercen y en Shame nuestra conciencia se esconde, en 12 Years a Slave nuestras piernas tiemblan, nuestras espaldas sangran y la rabia y las lágrimas quedan contenidas, queriendo estallar en cada toc del látigo en los hombros.
McQueen no necesita de salas de cine en 4D (esas que todavía no existen) para que el olor a sangre mezclado con tierra y lágrimas inunde el espacio. Él no necesita de grandiosas tecnologías para que el cine se sienta no sólo en la vista y el oído, sino en el cuerpo entero, en las comisuras de los dedos, en las puntas de los codos y en la parte más carnosa de las orejas. El cine de McQueen se siente en la piel.