Sobre *manifestar*

por Luciana Musello
*Manifestar*, la idea de que atraes lo que deseas, es el más reciente de una serie de discursos que promueven soluciones mágicas para los desplantes del mundo del trabajo contemporáneo. Desenmascarar esas narrativas que sugieren que todo se trata de mantener una “mentalidad positiva”, es lo mejor que podemos hacer para caminar hacia futuros laborales más seguros para todos.

Una nueva corriente cultural circula en las redes sociales, se llama *manifestar*. Me encontré con esta idea por primera vez en la publicación de una persona en Instagram. En la descripción de una de sus fotos, ella decía que había “manifestado” la vida que tiene ahora, es decir, ella se había visualizado intensamente en esa posición, y el poder de su mente, su confianza en sí misma y su compromiso con sus sueños, le habían hecho el milagro.

Poco después di con el origen de este vocabulario medio religioso en el perfil de una coach de abundancia, una rama de la autoayuda enfocada en la prosperidad económica y el éxito profesional. Desde entonces me encuentro con llamados a *manifestar* en todas partes, y a pesar de que es fácil refutar los supuestos mágicos de esta nueva tendencia, *manifestar* sigue expandiéndose en el internet como el mantra de influencers, empresarios, coaches y creadores de contenido, dando su salto hacia artistas, gestores y trabajadores freelance en general, que cada vez se convencen más de que “mentalizarse” y “créertela” es todo lo se necesita para superar los bajones del mundo laboral. ¿Por qué estas ideas pegan tanto? Tal vez todo sea una moda pasajera, pero detrás de la magia, hay algunas narrativas sobre el trabajo, la autonomía y los sueños que deberíamos cuestionar.

Lo cierto es que estos discursos no son nuevos, solo han sido re-empaquetados para el mundo de las redes sociales. Su antepasado más reciente es un libro de los dosmiles titulado “El Secreto”. El libro, que en su época fue un best-seller en la categoría de autoayuda, promueve la famosa Ley de la Atracción, o el postulado pseudocientífico de que “atraes lo que piensas”. El argumento central de la obra es que para alcanzar tus sueños todo lo que debes hacer es mantener una mentalidad positiva, una “mentalidad de tiburón” como dicen ahora, y el universo, a través de sus leyes misteriosas, se encargará del resto. La moraleja, entonces, es que las personas que tienen una mentalidad de “escasez” para usar el vocabulario de los coaches—, que no creen en sí mismas y que no abrazan el riesgo, están condenadas al fracaso. Nada que hacer.

Pero si retrocedemos algunas décadas más, podemos identificar antecedentes aún más antiguos sobre el origen de *manifestar*. A partir de los años 80, las relaciones de trabajo en el mundo empezaron a cambiar. La llamada “liberalización” de los mercados laborales, junto a otras medidas de desregulación de la actividad económica, desplazaron el tradicional empleo fijo, el salario mensual y el aburrido horario de 9 a 5. En su lugar, empezaron a proliferar formas más “flexibles” de trabajo, entre ellas el conocido trabajo independiente, autónomo, por proyecto o freelance, el cual pasaría a definir el trabajo en los sectores creativos y culturales.

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Pero estas nuevas modalidades no llegaron solas, sino que vinieron acompañadas de nuevos discursos diseñados para promoverlas. La flexibilidad laboral, por ejemplo, empezó a ser entendida como una nueva forma de libertad, la ausencia de horarios se asumió como autonomía, y la incertidumbre sobre el futuro vinculada al trabajo independiente de repente parecía algo emocionante. Sin jefes déspotas a quien rendir cuentas, el trabajador se convirtió en el único responsable de su éxito, en un empresario, en su “propio jefe” (¿te suena?). Pero así como el éxito pasó a ser un mérito personal, el fracaso también se individualizó y entonces todos se lavaron las manos: ¿No te llaman para ningún proyecto? Es porque no te estás esforzando lo suficiente. ¿No te sale nada en meses? Es porque no tienes la mentalidad adecuada. ¿No estás cumpliendo tus sueños? Es porque no estás *manifestando*. Y así, volvemos a donde empezamos.

La idea de *manifestar* es persuasiva porque nos da la sensación de que tenemos algo de control sobre nuestro futuro y de que tal vez, si es que deseamos algo intensamente y lo trabajamos con constancia, lo consigamos. Este deseo de autonomía es legítimo y comprensible, sobre todo en el contexto actual. Según una encuesta realizada por la UArtes e ILIA en 2020, en Ecuador el 71.79% de los trabajadores culturales trabaja de manera independiente, el 40% tiene trabajo intermitente y 1 de cada 3 percibe ingresos mensuales inferiores al salario básico. Ante tal vulnerabilidad, no es raro entonces que ideas que apelan a un sentido de control sobre nuestras vidas adquieran tanta tracción.

Sin embargo, es importante notar que discursos como *manifestar*, “mentalidad de tiburón” o “ser tu propio jefe”, no solo romantizan el trabajo sin descanso sino que maquillan el riesgo y la incertidumbre asociados al trabajo flexible: ¿Tendré camello la próxima semana? ¿Cuándo podré darme unas vacaciones? Si no me sale ese proyecto, ¿podré pagar el arriendo a fin de mes? Y si me enfermo, ¿qué pasa? La solución que *manifestar* ofrece para todas estas incógnitas es bastante inútil: “pase lo que pase, debes mantener una mentalidad positiva, porque si es que yo lo logré, tú también puedes”. Así, estas ideas nos invitan a pensar que el problema somos nosotros y nuestra falta de iniciativa, distrayéndonos de los problemas de fondo que más bien tienen que ver con la política laboral, el modelo económico de un país, la difusión de las tecnologías, los cambios en las matrices productivas, la impredecibilidad de la economía global, y un sinnúmero de otros factores que son mucho más grandes que tú, yo y nuestras buenas intenciones.

Por eso, ante la incertidumbre que define nuestras vidas laborales, una alternativa que podría darnos mucho más sentido de autonomía que *manifestar*, es hacer valer derechos que están disponibles para todos desde hace algún tiempo, y que tal vez no habíamos considerado por andar creyendo en la Ley de la Atracción. Me refiero a sistemas como la Protección Social que en Ecuador, por ejemplo, es un derecho garantizado por la Constitución y contempla la afiliación voluntaria de cualquier trabajador. La Protección Social es un sistema público y solidario que se sostiene en los aportes de sus afiliados. Esos recursos se utilizan para garantizar atención médica, un ingreso mínimo en caso de desempleo, una pensión digna para la vejez y otras protecciones contra las contingencias de la vida.

Sin duda, estos mecanismos están lejos de ser perfectos. De hecho, protegerlos y exigir su debido cumplimiento y administración debería ser uno de nuestros objetivos comunes. Pero el punto es que a pesar de sus problemas,  afiliarse a la seguridad social sigue siendo un plan mucho más confiable para enfrentar las dificultades del trabajo contemporáneo que la solución que ofrecen frases motivacionales como: “Soy un imán para los milagros” y “Mereces lo que sueñas”. La Protección Social es un derecho garantizado, *manifestar* es solo un discurso que oculta más de lo que revela. El pensamiento mágico puede ser reconfortante e incluso inspirador, pero no cambiará nuestras condiciones materiales. La invitación, entonces, es a considerar alternativas que consoliden nuestra autonomía hoy, y a cuestionar las ideas que casi siempre terminan por echarnos la culpa cuando las cosas se ponen difíciles: “Es que no estás *manifestando*”. 

Diseño: Marx Corella

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