Sobre la velocidad y la inercia

por Luciana Musello
La aceleración cultural está en todas partes: en el café instantáneo, en los flujos veloces de redes sociales y en la breve extensión de este ensayo. Pero, ¿progresamos si nos movemos tan rápido?

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El nuevo cable submarino de Google, que conecta Estados Unidos y Europa bajo el océano Atlántico, puede transmitir información a una velocidad de 250 terabits por segundo. Según Google, esto es suficiente para transmitir todos los documentos de la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos (una de las más grandes del mundo) tres veces cada segundo. Como referencia, el primer telegrama transatlántico transmitido en 1858 viajaba a una velocidad de apenas una letra por minuto. El mensaje completo, de menos de 100 palabras, tardó alrededor de 17 horas en llegar.

En otras palabras, el nuevo cable de 12 pares de fibra óptica de Google es rápido, muy rápido. Nuestro mundo no deja de acelerar.

Los medios digitales resultan fascinantes porque comprimen el tiempo y el espacio. El mensaje de WhatsApp que envías ahora será recibido antes de que acabes de leer esta oración. Esos ceros y unos han viajado por decenas de routers a través de varias geografías en menos de un segundo. Hoy la comunicación es instantánea. De pronto ya nada queda tan lejos. De pronto ya nada se demora.

Podríamos decir con seguridad que la causa de esta aceleración es el “desarrollo tecnológico”. Pero no cualquier desarrollo, sino ese auspiciado por los intereses del capitalismo global que persiguen la eficiencia, la productividad y el crecimiento. Más en menos tiempo: este es el principio detrás del veloz cable de Google. Pero sabemos que nada que sea económico permanece solo en esa esfera. Nuestra inclinación por la velocidad y la eficiencia también se ha introducido en la cultura y lo ha acelerado todo, desde el desayuno hasta la interacción social. 

Café instantáneo, fideo instantáneo, el pito del carro de atrás apenas cambia el semáforo, bajar y subir el bus “al vuelo”, pedir las cosas “para ayer”. Es llamativa la urgencia con la que vivimos. En las tecnologías, la aceleración es más explícita: “Internet seguro de ultra alta velocidad”, el 1.5x y 2x en los mensajes de voz de WhatsApp, el botón de forward en Netflix, la desesperación por el internet lento, la impaciencia cuando el video de YouTube se pasma, las ganas de refrescar Uber cuando el tiempo de espera es 7 minutos. Todo debe estar disponible siempre, ser entregado inmediatamente. Hay que vivir con intensidad.

La aceleración cultural está en todas partes, incluso en este ensayo. Aún dudo de si debería escribir textos con un tiempo de lectura de 10 minutos, quizás un TikTok de 60 segundos sería mejor. La gente prefiere algo que pueda “consumir” rápido. Me queda limitarme a las 1000 palabras, promocionarlo como un “ensayo corto”. Cuando hago un reel para difundirlo, sé que los primeros tres segundos son claves para que las personas se queden viendo el video completo: algo tiene que moverse rápido en esos primeros frames para capturar su atención. La gente no va a esperar. La plataforma ya ha “anticipado” otro video bajo el mío, listo para ser visto. Somos una “cultura de 15 segundos”, nos movemos al tempo de una Historia de Instagram. 

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Así se ven los síntomas de la “condición de la inmediatez”, una palabra curiosa que vale la pena desenredar. Paul Virilio fue un teórico francés que dedicó la mayor parte de su obra a teorizar la velocidad y sus implicaciones en las relaciones de poder. En su libro Polar Inertia, Virilio ofrece una reflexión bastante provocadora sobre las tecnologías y la velocidad: “Hoy todo llega sin nunca haber salido”. Lee despacio esa oración. 

Para Virilio, la inmediatez significa que el espacio que percibimos entre el aquí y el allá, entre el ahora y el después, se ha cerrado. Si algo es inmediato, significa que no hay tiempo que esperar ni espacio que recorrer. Todo ya está aquí, todo ya está pasando. Entonces, concluye Virilio, la inmediatez es inercia. Esta es la gran contradicción de la velocidad. A pesar de que tendemos a asociar la aceleración con el progreso, la eficiencia y el movimiento, en realidad la inmediatez trae inmovilidad.

Volvamos al caso de TikTok. Cuando entras a la plataforma, sus algoritmos ya han “anticipado” contenido para ti. Esta inmediatez es la clave de su modelo de negocio, basado en la retención de usuarios y la monetización de atención. No hay tiempo de espera para mostrarte el primer video. Al hacer scroll se despliega un segundo video inmediatamente. Ya estaba listo. La secuencia de videos cortos propicia un consumo rápido e intenso. 

Estar en TikTok es una experiencia entretenida, ágil y acelerada, pero al mismo tiempo demanda que permanezcamos inertes: inmovilidad de nuestro cuerpo frente a la pantalla, y también cierta inmovilidad de nuestra imaginación. Es difícil agregar algo al flujo imparable de TikToks, no hay espacio entre ellos para intervenir creativamente, todo ya está hecho. De ahí que varias personas disfrutemos de la gratificación instantánea de la plataforma solo para salir sintiéndonos un poco alienados. 

Estos flujos acelerados se perciben también en la discusión pública. Los temas de conversación en redes sociales duran poco, se disipan al dejar de ser “novedad. Nada que no sea nuevo sobrevive bien en redes sociales, la “frescura” es crucial: “Ver Tweets nuevos”, anuncia la plataforma al entrar. Las discusiones suelen alcanzar un pico rápidamente para luego desplomarse con violencia: es el comportamiento típico de un trend. El tema que hoy es tendencia en Twitter ya habrá sido olvidado para cuando este artículo sea publicado. Le sucederán varias polémicas más, acarreadas por un flujo vertiginoso de tuits que dificulta cualquier análisis detenido y peor aún algún tipo de desenlace para la discusión.

Eso es lo que hace la velocidad: las conclusiones se difieren, se posponen. Ya llegó algo más de qué hablar. Así todo queda a medias, marcado con un aire de irrelevancia. No hemos avanzado nada moviéndonos tan rápido. La velocidad es inercia.

Virilio era un fuerte crítico de la velocidad. En su análisis, los medios digitales aceleran tanto la realidad que ésta se vuelve casi imperceptible para los humanos. La realidad tecnológicamente mediada nos rebasa, una situación que propicia la despolitización. La velocidad no conduce al progreso, en realidad es un instrumento de dominación, sugiere Virilio. Aunque seductoras, posturas de este tipo deben ser manejadas con cuidado.

Siempre que la tecnología sea planteada como el único agente transformador de la sociedad, deberíamos activar nuestra sospecha. Las cosas nunca son tan simples, siempre hay otros factores. Sin embargo, la provocación que se desprende de sus ideas es interesante. Si la velocidad nos paraliza y reproduce el orden establecido, ¿debemos desacelerar?

En Ecuador, la velocidad de bajada promedio de internet es de 34 megabits por segundo. En China es de 156 Mbps, en Estados Unidos de 144 Mbps, ambas están en el top diez. Nosotros ocupamos el puesto 89. ¿Será que en las regiones “lentas” sabemos algo que las potencias “rápidas” no conocen? ¿Hay algo que rescatar de nuestra lentitud?

***Este proyecto cuenta con el apoyo de los Grants de Producción Creativa del Decanato de Investigación de la Universidad San Francisco de Quito.

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