Aunque no lo aceptemos, todos sentimos un ligero desprecio por la virtualidad. Tenemos nostalgia por la vida «real» que el internet nos ha arrebatado. ¿Cómo superar este romanticismo?
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Hace poco presencié una escena particular. A un amigo y a su pareja les preguntaron cómo se habían conocido. «Instagram», respondió ella. Enseguida él añadió: «Pero también tenemos varios amigos en común, entonces por ahí ya nos cachábamos». Esto último sé que es cierto, es verdad que tenían referencias personales del otro por fuera de redes sociales. Pero también es cierto que la primera vez que hablaron fue por DM, y que ningún amigo les «presentó». Literalmente esa relación fue obra de Instagram. ¿A qué venía esta aclaración?
Lo que pasa, entendí luego, es que para algunas personas todavía resulta un poco raro haber conocido a su significant other en redes sociales y no “en persona”. Conocerse por Instagram suena superficial, porque las redes sociales son así, ¿no? Conocerse en una situación típica, como en la U o en el trabajo, se sentiría más “auténtico”. De eso nadie sospecha. Las redes sociales, en cambio, son pura apariencia, o al menos eso decimos. ¿De dónde viene este ligero desprecio por la virtualidad? Lo cierto es que esta anécdota es un clásico ejemplo de una forma muy difundida de pensar en el internet, llamada dualismo digital.
Para los dualistas digitales, el mundo en línea y el mundo fuera de línea son esferas estrictamente separadas. Desde esta concepción, el mundo físico es “la vida real”, donde las cosas importantes pasan, mientras que el mundo digital es tan solo “virtual”, una simulación. Aquí el mundo físico está relacionado con lo auténtico, lo verdadero y lo espontáneo. El mundo digital, en cambio, es artificial. El origen de este entendimiento es complejo.
Por un lado, se remonta a la web temprana de los 90, cuando todavía se hablaba de internet como el “ciberespacio”, un término de la ciencia ficción que hacía alusión a un espacio virtual al que te transportabas por medios digitales, abandonando por un momento el “mundo real”. Por otro lado, el dualismo digital también está relacionado con una suerte de resistencia e incluso miedo al cambio, actitudes culturales muy comunes cuando se trata de tecnologías nuevas. El temor a lo desconocido y a sus posibles “efectos” desemboca en nostalgia y, en el caso del internet, ha estimulado juicios del tipo: “la conexión humana auténtica se está perdiendo por culpa de las redes sociales”.
Para Nathan Jurgenson, el teórico que introdujo el concepto de dualismo digital, la separación entre el mundo en línea y el mundo fuera de línea es una falacia o por decir lo menos, una forma poco productiva de pensar en la tecnología. Si de verdad queremos comprender el impacto del internet en nuestras vidas, sostiene Jurgenson, entonces debemos desechar categorías binarias y examinar más bien cómo lo digital y lo físico están entrelazados.
El mundo en línea, en otras palabras, es tan “real” como el mundo fuera de línea. Con el tiempo, esta idea se ha vuelto cada vez menos controversial. A medida que todas nuestras actividades cotidianas se digitalizan, pensar en lo físico y lo digital como una formación híbrida resulta razonable. Sin embargo, el dualismo digital continúa estructurando de formas profundas nuestra relación con el internet. De hecho, hemos desarrollado toda una cultura a partir de esta división, y ya es hora de que empecemos a cuestionarla.
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Presencia y ausencia
El impulso a separar lo físico de lo digital produce sub-categorías binarias. Presencia / ausencia, por ejemplo. Hoy es muy común que las personas hagan un “detox” digital. Este ejercicio consiste en dejar de usar redes sociales o dispositivos digitales por cierto periodo de tiempo con el fin de “liberarte de la dependencia tecnológica”, como anuncian algunos blogs. El lema es desconectar para reconectar: “Levanta la cabeza de las pantallas. Mira alrededor, a los ojos de la gente, al cielo, a la naturaleza. Lo importante sucede en el mundo real, en las pequeñas y simples cosas de la vida”, sugiere uno de estos artículos. En la narrativa del “detox” digital, entonces, estar “presente” y en contacto con los otros implica estar desconectado. Estar “ausente”, en cambio, significa estar “metido en el celular”.
Pero todos sabemos que esto no es cierto. Todos podemos pensar en momentos en los que hemos estado “ausentes” aún mirándole a los ojos a alguien, y también podemos recordar situaciones en las que un grupo de WhatsApp o Discord nos ha conectado de formas íntimas con otras personas. La idea del “detox” digital, sin embargo, no admite estas posibilidades, precisamente porque es dualista y por lo tanto, reduccionista: el mundo físico es lo que importa, el mundo digital no.
Muchos de estos blogs, por ejemplo, sostienen que estar pendiente de WhatsApp todo el día para responderle a tu jefe es señal de que necesitas desconectarte. Esto es cierto, pero no porque el “mundo real” esté fuera de WhatsApp como promulga la idea de “detox”, sino porque el trabajo en general no debería colonizar nuestro tiempo libre a través de las tecnologías digitales. Comprender el problema de fondo (nuestro culto al trabajo), entonces, necesita de un entendimiento más matizado que nos permita ver cómo lo digital (WhatsApp) y lo físico (el trabajo), se mezclan de formas complejas.
Autenticidad y falsedad
Otro binarismo producido por el dualismo digital es la distinción entre lo auténtico y falso. Un buen ejemplo es ese filtro de Instagram en el que la pantalla se divide en dos: un lado tiene un efecto de “embellecimiento” del rostro, mientras que el otro conserva la imagen no editada. Las personas suelen usar este filtro con mensajes del tipo: “Tu recordatorio diario de que las redes sociales son falsas”. Estas frases buscan criticar el hecho de que las redes sociales nos permiten hiper-controlar, maquillar e incluso ficcionalizar la forma en la que nos presentamos ante otros. La identidad que mostramos en redes sociales, en pocas palabras, es una construcción: un performance.
En persona, en cambio, se asume que nos presentamos de forma más “auténtica”, sin mucho tiempo para calcular nuestros movimientos ni cuidar nuestros ángulos. En persona, dice el mito, actuamos como somos “de verdad”. Pero lo cierto es que fuera de línea también estamos performando. El sociólogo Erving Goffman sostiene que nos presentamos de forma distinta en cada contexto, y eso no significa que alguna de esas facetas sea “falsa”. La vida es como actuar sobre un escenario, diría Goffman. Las redes sociales son apenas una máscara más. Por eso, en este panorama, lo “verdadero” es una categoría inútil para el análisis.
Un entendimiento más complejo de la identidad analizaría de qué manera lo que somos en línea repercute en el mundo offline. La capacidad de monetizar tus seguidores, por ejemplo, revela cómo las métricas que tanto cuestionamos por ser “superficiales” en realidad son más “verdaderas” que nunca.
La tendencia a juzgar las cosas por su autenticidad o falsedad está presente también en comentarios del tipo: “De gana te andas peleando en Twitter”, como si las discusiones en redes fueran siempre inconsecuentes, ridículas o una pérdida de tiempo. Las disputas “verdaderas” se dan en el mundo fuera de línea, sostienen los dualistas digitales. Pero lo cierto es que esta forma de entender la política dice más sobre nuestros sesgos que sobre cómo se forma la opinión. El dualismo digital ignora, por ejemplo, que hoy los trending topics de Twitter son recogidos por medios tradicionales, y se convierten en noticias que influencian la agenda pública. En otras palabras, las discusiones de redes sociales son tan influyentes como las que ocurren en espacios físicos, aunque nos rehusemos a aceptarlo porque nos caen mal los activistas de #hashtag.
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Cuestionar el dualismo digital no debería ser confundido con posturas relativistas del tipo: todo da igual y todo es lo mismo. Evidentemente, tener clases presenciales no es lo mismo que conectarse a Zoom, y conocer a alguien en Instagram no es lo mismo que chocarse con el amor de tu vida en la calle. Esto lo sabemos. Lo digital y lo físico son ámbitos distintos, tienen texturas y dinámicas propias. Ir más allá del dualismo digital no implica ignorar estas diferencias.
Más bien, tiene que ver con reconocer cómo el mundo en línea y el mundo fuera de línea interactúan de formas complejas, y sobre todo, con superar el romanticismo por “la vida real” que define tanto de nuestra relación con la tecnología. Incluso para criticar lo digital debemos empezar por tomarlo en serio.
***Este proyecto cuenta con el apoyo de los Grants de Producción Creativa del Decanato de Investigación de la Universidad San Francisco de Quito.