Un mes después de haber estado en la décima edición del Festival Estéreo Picnic hemos terminado de digerir todo lo que nos dejó la experiencia. Ahora traemos algunas reflexiones importantes que nos quedaron y que nos llevan a preguntarnos cuánto o qué le falta a la escena musical ecuatoriana para jugar al nivel de los festivales de gran escala.
El Grupo Niche enciende la noche fría de la sabana en el 2do. día del #FEPX. Foto: Martín González Sánchez.
Ext. Campo de Golf. Noche.
Un tumulto de miles de personas le hace frente al frío húmedo de la sabana cundinamarquesa contonéandose al ritmo del Grupo Niche. El grueso de esa masa está conformado por hipsters de clase media alta, de más o menos la misma edad, entre los que salpican también personas que aparentan tener orígenes más diversos y menos privilegiados. Sin embargo, todxs corean con locura todos los versos que la constelación salsera de Cali desgrana sobre la tarima. Es un cuadro bello, fuera de lo común; hasta podría decirse que es contradictorio.
El único credo en el aire es el amor con sabor a trópico sobre el que canta la orquesta caleña, replicado en las voces de miles de personas alegres. Ahí dentro colombianxs y latinxs de un montón de esquinas bailan como si estuvieran en Disneylandia porque el entorno propicia y protege que suene la música como el éter que apaga al mundanal ruido de afuera. Ahí dentro la gente se olvida de lo podrido que está el sistema, porque todo el sistema está siendo aplicado por una maquinaria que opera a capacidad máxima para mantener vivo un ritual místico: poder retozar en las melodías que dan sentido a la vida.
Legiones de celulares se pelean por el mejor ángulo para inmortalizar el momento durante la presentación del Grupo Niche. Foto: Martín González Sánchez.
Todo esto ocurre en medio de la décima edición del Festival Estéreo Picnic, un evento musical que, si bien no está exento de tropiezos dignos de antología, ha crecido al punto de convertirse en un referente de la cultura musical Sudamericana, sino Latinoamericana. En su primera década ya es un imán que atrae con un magnetismo cada vez mayor a actos cada vez más grandes y actualizados dentro de la evolución mundial de la música alternativa.
Romance aparte, el Estéreo Picnic también es un evento jodido de realizar y jodido de acceder, literalmente. No solo por el costo de su entrada (podría considerarse entre las más caras de los festivales de la región), sino por lo lejos que queda el venue de la ciudad de Bogotá, y por extensión de cualquier otro lugar de América Latina desde el cual se pretenda ir. No está libre de críticas. La juventud de la capital colombiana, que tiene los nervios de punta ante el gobierno de turno, las desigualdades sociales de su ciudad y lo difícil que es moverse dentro de ella, ve el Picnic como un reducto de gomelos.
El Mundo Distinto les queda lejos porque, a pesar de que existe, sigue siendo un lujo costoso y hasta inconexo con su realidad. Sin embargo, para alguien que lo mira desde fuera, desde Ecuador para ser preciso, pesa más el hecho de que exista y crezca cada vez más cada año.
El Picnic sobrevive en un momento de cambios intensos e interesantes para el universo musical, y lo hace con mucho brío. Si bien sigue estando condicionado por el ecosistema socioeconómico de un país en vías de desarrollo, es un evento que está a la talla, y en la mira, de artistas consagradxs como Kendrick Lamar, los Arctic Monkeys, Underworld o Foals, por hablar de los de su última edición. Gorillaz, Tame Impala, los Red Hot Chili Peppers, Alt-J, Skrillex, aparecen en cambio si se revisan sus carteles pasados. Es un festival que va a tono con lo que pasa a escala global, y ocurre solo a una frontera de distancia.
Alex Turner se consagró como una especie de reencarnación de Elvis o James Dean durante la presentación de los Arctic Monkeys en el FEPX. Foto: Leonardo Villavicencio
La luz que irradian sus escenarios se refleja sobre lo que pasa con la música de nuestro país, que a pesar de estar a lado y tener calidad de sobra para la exportación, todavía se siente muy distante en términos de su desarrollo infraestructural. Al reflejarse, hace una radiografía de eso a lo que llamamos escena, revelando inquietudes importantes para nuestros anhelos. O bueno, quizás podríamos hablar de un solo gran anhelo que engloba a muchos otros: que Ecuador también sea capaz de concebir a su propio Mundo Distinto y que en él suene música de todas partes para conectar a la gente a través de sus oídos, su cerebro y su corazón.
Muchas, muchísimas cosas se ven, se sienten, se huelen y se saborean en 3 días de Estéreo Picnic. Todas son entretenidas e intensas, pero unas más que otras sirven como indicadores de lo que está pasando hoy por hoy en el mundo de la música, eso a lo que más o menos queremos apuntarle desde donde estamos parados. No vale mucho la pena detenerse a hablar de lo circunstancial en este punto.
Preferimos, y pretendemos, ser capaces de apuntar la mirada más allá de contarles si deberían o no llevar impermeable, estar dispuestxs a aguantar horas de pie o a correr de un lado a otro para alcanzar a ver todo lo que les gusta o esconder sus “juguetes” de la requisa de seguridad. Esos son todos gajes del oficio…
No, aquí estamos para intentar descifrar ideas un poco más abstractas y de mayor envergadura. Amamos la música, tuvimos el privilegio de vivirla en este festival y sobrevivimos para contar qué hay con eso porque creemos que es importante.
La música en vivo es una forma de entretenimiento cada vez más exigente
Desde Alex Turner dando cátedra de lo que significa el poder del sex-appeal al comandar a los Arctic Monkeys, hasta los visuales torcidos y los escupitajos en la guitarra que han hecho de St. Vincent “la Bowie contemporánea”, es cada vez más evidente que ver música ya es mucho más que unxs manes tocando frente a ti lo que escuchas en tus audífonos. Esta era de la validación y la muerte instantáneas, de la insatisfacción perenne, exige mucho más. Ya no basta con tocar por tocar. Quienes lo hacen arriesgan demasiado.
Yannis Philippakis de Foals se lanza al público en un momento de euforia descontrolada para finalizar su show durante el 3er. día del FEPX. Foto: Leonardo Villavicencio
Hay muchas capaz dentro de esta reflexión y desenvolverlas a todas sería eterno y confuso. También está el condicionamiento más grande del mundo del arte: la subjetividad humana. Pero más allá de eso, podríamos hablar de que el consenso dicta que los conciertos más inolvidables, te gusten o no te gusten, son aquellos en los que las bandas entregan todo por su música y por hacer de ella algo emocionalmente atractivo para el público. En otras palabras, un show.
Twenty One Pilots nos parece un poco desastroso musicalmente, pero es imposible no reconocer que para ser solo dos manes en el escenario, saben cómo montarla en grande con sus lanzallamas y sus estallidos de batería. Kendrick Lamar podrá no llamar la atención de mucha gente, pero el rapero tiene claro que la magnitud de su presencia va de la mano con los visuales cinemáticos con los que monta su set como si fuera una película, y la banda que lo acompaña desde las sombras. Sam Smith canta unas baladas que representan por sí solas lo que significa ser morelio, pero el carisma con el que le habla a la audiencia, convirtiendo a la multitud en su grupo de amigos, hace que cualquiera se sienta especial al escucharlo. Y ojo que no todo tiene que ver con la magnitud de la fama ni con el tamaño del escenario. Bandas nuevas y más pequeñas como Khruangbin, deslumbran por lo depurada que está su técnica y por la sensualidad con la que presentan su repertorio.
Laura Lee, bajista de Khruangbin, durante su show el primer día del FEPX. Una de las nuevas reinas del rock. Foto: Martín González Sánchez.
El público bogotano es un juez inclemente frente a todo esto. Está ahí para hacer valer cada centavo del costo de su entrada y se ajusta a esa determinación con un estoicismo tan frío como las noches de su ciudad. A veces se sorprenden tan poco que rayan en lo antipático. Y en ese sentido, se parecen de alguna manera al público ecuatoriano, que hace no mucho se dignaba en pifiar a sus bandas locales antes de recibir a artistas internacionales de talla grande (gracias nuevas generaciones de fans por empezar a cambiarle la cara a la moneda).
Será que esa gente está malacostumbrada a shows de primera o que el frío de la sierra andina endurece sus corazones, pero su comportamiento como audiencia podría tomarse como una demostración altamente caprichosa del éthos del público de hoy. Y por eso, podría ser también un referente de lo complicado que puede ser ganarse a una audiencia. En el fondo, lo único que conecta las mentes retorcidas de lxs jóvenes de hoy en día es el sencillo afán de pasarla bien, pero hacer eso en grandes proporciones implica tener bien pulido el oficio.
Kendrick Lamar cierra el primer día con un show de proporciones épicas, dejando en claro que es el GOAT. Foto: Leonardo Villavicencio.
Cada vez es más palpable la necesidad de entretener a la audiencia, y entretenimiento no es mala palabra. Nadie dice que entretener se condicione a ser superficial, vacío o “venderse a las masas”. Nadie dice que entretenimiento y arte son excluyentes. El mundo en el que vivimos exige que las masas estén conectadas, y de alguna manera hay que hacer de eso algo productivo. Las bandas que lo entienden, y entienden que su plaza en un festival es una enorme oportunidad para convertir a su música en entretenimiento de alta calidad están del otro lado. Y eso es un síntoma típico y necesario de tocar en un evento de gran escala. Es algo que existe en simbiosis, porque sin show de calidad, no hay chance de subirse a la tarima grande, y sin tarima grande, tampoco pueden desarrollarse mejor los shows de calidad.
Al regresar a ver a nuestra escena musical, cabe pensar que por su pequeño tamaño se facilita que una banda cultive un público y lo afiance valiéndose de su música por sí sola, sin darle demasiada cabeza al show. Son excepcionales los proyectos que han puesto énfasis en cómo se ven y cómo se sienten en el escenario, más allá de la idea romántica de conectar con la gente a través de sus melodías. Destacan La Máquina Camaleón, Mugre Sur o los Swing Original Monks, por ejemplo, que más allá de que gusten o no gusten, en su momento han sido referentes de lo que significa brindar entretenimiento bien pensado a una audiencia.
Y nuestra audiencia, al parecer no sabe que lo requiere, pero en el fondo se regocija cuando recibe sus canciones favoritas en un formato trabajado. Las bandas de la vieja guardia que llegaron lejos, como la Rocola Bacalao, también lo entendieron en su momento. Las que están brotando con las nuevas generaciones tienen que empezar a ponerlo en práctica, aún cuando se vean obligadas a tocar en bares roñosos o en venues de capacidad limitada.
St. Vincent, o la renovación de David Bowie en forma femenina. Le basta con una guitarra para comerse al público. Foto: Martín González Sánchez
A gran escala, tocar música en vivo no se trata solo de tocar música en vivo, sino de hacer de ella un espectáculo, y eso tiene muchísimas formas, es lindo y está bien.
Lo que se entiende por “música alternativa” es cada vez más amplio
A lo largo de la historia reciente son muchos las barreras estéticas que han caído, permitiendo la unión de nuevos géneros bajo un gran paraguas sonoro. De Woodstock a Lollapalooza se atravesó un trecho enorme con la inclusión de proyectos de hip-hop junto a bandas de rock, por ejemplo. Y de esos días a los nuestros hay otro trecho mayor, salvado en aun menos tiempo, en el que la electrónica y los géneros urbanos empiezan a revolverse en los mismos carteles con el indie, el heavy metal y el pop. Incluso, es cada vez más difusa la barrera entre lo “alternativo” y el “main-stream”.
Sam Smith dando la cara (su cara de bebé), en nombre del nuevo orden mundial del pop. Foto: Leonardo Villavicencio
Frente a esos grandes hitos referentes de lo que pasa con la música a nivel mundial, el festival colombiano empieza a sintonizar y a poner a Latinoamérica en el mapa como un lugar donde la música también florece y se mantiene vigente con lo que dicta el avance vertiginoso de nuestros tiempos.
En la décima edición del Estéreo Picnic la oferta de géneros comprendía un sancocho cálido y sustancioso en el que había de todo para todo el mundo. Se podía saltar del indie espeso y matizado de los Arctic al frenesí del afrobeat de Seun Kuti & The Egypt 80. Caminar 5 minutos entre un escenario y otro bastaba para alternar entre las psicodelia tropical de Mitú y el electro-pop brillante de Disclosure. Era posible bailar al compás del disco-pop de Esteman y luego saltarse a menear la cabeza con la aspereza callejera de las rimas de Alcolyrikoz. Quizás, lo que sí faltó en la receta fue una buena dosis de picante con bandas pesadas, como Rancid o NIN, que han estado presentes en el pasado.
Sin embargo, el line-up del FEPX demostró de forma cercana que los festivales “alternativos” se han convertido en ese lugar en el que los distintos matices de la música se sienten cada vez menos rígidos en la forma en la que afectan al público. Por ende ocurren encuentros sonoros sumamente heterogéneos en los que, curiosamente, lxs fans parecen pertenecer cada vez menos a una subcultura particular y más bien pasan a formar parte de una masa de gente que disfruta de experiencias musicales diversas y fluidas. Viva el posmodernismo.
Nueva era, nuevo público. Foto: Martín González
Este fenómeno no es bueno ni malo, si no todo lo contrario: depende de cómo se lo mire. Si regresamos a aquel momento apoteósico en el que el Grupo Niche borraba fronteras emocionales y socioculturales al son de “Cali Pachanguero”, podremos entenderlo como una manifestación puntual de este macro-fenómeno musical que está tomándose por sorpresa a la cultura del entretenimiento a nivel mundial. Sin duda, el que una orquesta de salsa esté de headliner en un festival de hipsters, pocos días antes de que J Balvin y Bad Bunny hayan cerrado en Coachella, habla de que la música está llegando cada vez más alto a “un nuevo cielo”.
Ver a tantos jóvenes de clase media-alta bailando al son de un grupo que se hizo grande por esparcir su sabor entre los estratos más populares de Colombia y Latinoamérica, habla de un momento en el que la música ya no se considera alternativa por su perfil ideológico, sino por cómo se inserta y afecta a un contexto social particular. En el caso del FEPX esto fue especialmente notorio cuando el Grupo Niche se presentó después de Portugal The Man, una de las propuestas de rock más progresivo y peculiar del momento. Un clima aparentemente adverso para la aparición de un grupo popular de salsa, que sin embargo no le impidió en absoluto salir y arrasar con todo sobre la tarima. A pesar de ser lo que escucharon los padres de esta generación de colombianxs y latinxs, la presencia de Niche en el festival demostró que la gente está cada vez más abierta a recibir a la música como un elemento que apela a su emocionalidad sin ningún otro reparo.
El Grupo Niche brillando en todo su esplendor en su cielo de tambores. Foto: Martín González Sánchez
El éxito de ese show demuestra de alguna manera que la juventud colombiana y la latina no se han desvinculado de la tradición musical que las precede. Por el contrario, parece ser que ha empezado a disfrutar de ella como un legado que le da sentido a su identidad más allá de etiquetas como “hipster”, “hippie”, “gamín”, “gomelo”, “rapero”, “rockero”, “punky”, etc. Lo mismo que el reggaetón dejando en alto a la cultura latina en medio de las palestras más elevadas del mundo gringo, la salsa sazonó a ese sancocho de latinxs privilegiados, sin distinción alguna, y dejó en claro que el disfrutar de la identidad colectiva más profunda pesa mucho más que si algo es parte del mainstream o no, o si representa a tal o cual grupo social.
Si algo bueno traen estos tiempos líquidos, es que aparentemente estamos empezando a sentir que “la música es una sola”. Lo que vimos en Colombia nos hace pensar, en retrospectiva, que aquella vez que el Saca el Diablo programó a Delfín Quishpe y El Cumbión se convirtió en festival con Don Medardo y Sus Players de headliner, fueron jugadas más visionarias de lo que pudimos notar en ese momento.
Latinoamérica está Presente y ruge con fuerza
Desprendiéndose de esa misma corriente de pensamiento y de la epifanía sabrosa que significó la presentación de la orquesta caleña, viene la siguiente revelación que deja el FEPX. Quizás es la más significativa y gratificante. Latinoamérica vibra claro y fuerte en su ímpetu de convertirse en una potencia musical mundial. La región se siente conectada y por eso es que los actos que están brotando de ella hoy en día están empezando a agarrar tracción de formas vistosas y relevantes. Y eso no significa otra cosa que es hora de montarse en la ola.
Una más del Grupo Niche, con la demostración gráfica de lo que significa la música uniendo a América Latina. Foto: Martín González Sánchez
El Picnic acogió a proyectos de México, Argentina, Perú y Ecuador en una especie de intercambio sin precedentes. Empiezan a sentirse lejos los días en que un evento de ese calibre destinaba un espacio pequeño y no muy importante a las bandas locales de su país. Fue una particularidad de este festival el propiciar que las bandas latinas y colombianas conformaran una parte fundamental de la oferta del cartel. Claro que mucha gente sigue viajando y/o invirtiendo para ver a bandas como Foals, Kendrick o Disclosure. Pero la emoción que eso implica ahora empieza a equipararse con la emoción de poder ver en tarimas tan grandes a proyectos de nuestra región, que también empiezan a sentirse verdaderamente grandes.
Como ya se ha mencionado constantemente, ese crecimiento ya no se siente como un fenómeno aislado, sino como una parte potente de una evolución musical global. Hoy por hoy proliferan proyectos sumamente sólidos en todos los formatos y en todos los géneros. Colombia, por jugar de local en este contexto, dio la cara con bandas que presentan shows altamente pulidos y repertorios que ya se sienten madurados y contundentes. El tiempo no permitió que pudiésemos desparramarnos para ver todo lo que se ofertaba, pero nos quedamos con una grata impresión de haber estado en varios shows de bandas locales.
Mitú descargando psicodelia tropical espesa para llevarnos a otras dimensiones. Foto: Martín González Sánchez
Bandas que ya gozan de cierta popularidad en nuestro país como Mitú o Esteman no decepcionaron con el nivel de sus sets, poniendo toda la carne en el asador y demostrando que están en momentos de su carrera en los que pueden ver con orgullo al pasado y a la proyección del futuro. Fue especialmente significativo en ese contexto que Esteman saliera en todo su esplendor a la tarima, después de haber salido oficialmente del clóset con uno de sus últimos sencillos.
Esteman, liberado y orgulloso. Foto: Leonardo Villavicencio
Otras, que no son tan conocidas de nuestro lado de los Andes, demostraron que Colombia es una escena altamente competitiva y sus músicxs lo tienen muy claro. Ha$loPablito destaca en ese contexto. Esta joven sensación de Internet supo aprovechar un despunte en su popularidad para conformar un proyecto sumamente interesante y muy a tono con las tendencias musicales contemporáneas. El joven trapero bogotano salió a la luz hace poco más de un año y eso le bastó para empezar a tomarse en serio la música que produce al punto de presentarse en horario tardío en el Picnic y ser invitado al Funka Fest, en nuestras tierras. Todo esto sin terminar sus estudios universitarios siquiera.
Ha$loPablito. Swag Mode: ON. Foto: Juan Sebastián Jaramillo
Otras propuestas interesantes fueron Irie Kingz y Margarita Siempre Viva. Diametralmente distintos, pero muy similares en la potencia con la que presentaron su repertorio y con la que encaran las posibilidades de seguir creciendo con él. Los primeros, un dueto de dancehall proveniente de la Isla de San Andrés, que capitaliza en el baile y el buen trip para ganarse al público a través de una filosofía sexy de gozadera. Los segundos, un grupo de indie proveniente de una ciudad cercana a Medellín que si bien tiene mucho campo para seguir puliendo su sonido, ya se adueña de la tarima como una banda consolidada. Con su surf-rock melancólico tienen en claro que una personalidad canchera es suficiente para contagiar de energía al público, que, por cierto, casi llenaba por completo el escenario en que se presentaron.
Cabe hablar también de Alcolirykoz, una banda de rap que destaca por la madurez de sus rimas. Como un combo bien parado sin pelos en la lengua, hablan con crudeza poética y orgullosa de la vida en las comunas marginales de Medellín. Se adueñaron del escenario más grande del festival con aplomo, demostrando que el “boom-bap” no ha muerto y que el hip-hop todavía no termina de disolverse en la fórmula del trap que tanto terreno ha conquistado hoy en día. Su discografía refleja que entienden bien qué es lo que quieren transmitir, y que han sabido situarse en medio de su escena sin perder la perspectiva y la humildad.
Alcolirykoz partiendo el escenario principal del FEPX. Foto: Martín González
Las propuestas de otros rincones de América Latina también se hicieron presentes reconociendo bien el valor que tiene su música para tender puentes entre países. Usted Señálemelo, la nueva sensación del indie argentino, dio la muestra más clara de ello al cerrar un show sólido y potente invitando al escenario al dúo colombiano “Rap Bang Club”. Con ello su participación en el primer día del FEPX declaró en alto que la unión musical de nuestro continente es una fiesta bailable. Y en ese ánimo, también se hicieron notar proyectos de otros países. Ximena Sariñana regresó al festival para probar que ha sabido mantenerse a la vanguardia de la enorme ola musical de México. Sonaron también Alejandro y María Laura, un dúo peruano que empieza a mostrarse orgulloso como una de las propuestas con más salida de nuestro vecino del sur.
Rap Bang Club enciende la fiesta al final del show de Usted Señálemelo. Foto: Martín González Sánchez
Y sin duda, lo que más alegría podría producirnos es el hecho de que esta edición también representó una oportunidad especial para nuestro país. Fue la segunda vez en la historia de nuestra escena independiente en que dos proyectos musicales forman parte del cartel de un festival de gran escala. Sin duda, esto representa un avance en un proceso que ya goza de cierta continuidad. El Picnic ha ido convirtiéndose desde hace 3 años en un trampolín para nuestras bandas, acogiendo en sus filas a Nicolá Cruz, La Máquina Camaleón y Mateo Kingman.
Nicola volvió al festival esta vez, gozando de su fama mundial. Con ello, pudo darse el enorme placer de cerrar un día de festival con un show altamente fiestero que demostró su versatilidad como DJ y explorador sonoro. Y junto a él apareció Da Pawn, una de las promesas del indie ecuatoriano, que con casi 10 años de trabajo a cuestas presenta un repertorio digno de banda consolidada, sin perder la frescura juvenil que nos permite seguir pensando en verla en lugares aún más grandes. En ambos casos, la presencia del público ecuatoriano potenció la emotividad de los shows, demostrando que si el Picnic nos ha dado cabida, no ha sido en vano. Hemos hecho del festival una especie de extensión de nuestra casa en la tarima y en la grama.
Da Pawn entregó su repertorio de forma sólida y prolija al público colombiano y a un enorme grupo de ecuatorianos. Foto: Martín González Sánchez
Mientras los proyectos de nuestra región sigan aprovechando su momentum, no deberíamos dejar de hacerlo con ellos de ninguna manera.
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Tenemos la esperanza de que al traer de vuelta este testimonio de lo que pasó en la décima edición del Estéreo Picnic, entreguemos dos cosas: perspectiva y motivación. Con ello, podríamos fabricar una nueva óptica para analizar los increíbles esfuerzos que han existido y existen hoy por hoy para levantar festivales de magnitud considerable en nuestro país, y para llevar a nuestras bandas a tocar en los que ya existen en nuestra región. Estar por allá nos permite ver con más claridad dónde se ubican las décadas de trabajo hecho por actores notables que se han batido con (o contra) el sector público y privado por amor a la música. Nos permite dilucidar mejor el desarrollo y la historia de la gestión cultural en nuestro terreno, y la forma en que se ha condicionado la continuidad de sus procesos por sucesos y circunstancias frustrantes. Ver al FEPX para regresar a vernos nos permite entender que sí, acá hay crecimiento, y es notable, pese a que nuestro contexto socioeconómico se siente menos amigable con la cultura con cada año que pasa.
Todo esto debería servir para entender que nos hallamos ante un momento de transiciones intensas y complejas. En él, se siente cada vez más difícil reconciliarse con el hecho de que, para ser tan pequeño, nuestro país opere de formas tan esquizofrénicas e inconexas en casi todos sus estadios. Históricamente, eso ha provocado que se desparrame la energía que se invierte en sus procesos culturales, que sea difícil consolidar entidades fuertes en la gestión y públicos comprometidos con pagar entradas y asistir a conciertos; y lo peor de todo: que el Estado sea un ente adverso e inalcanzable a la hora de pensar en recibir apoyo para casi cualquier cosa.
Fotos: Martín González Sánchez
El nuestro sigue siendo un país donde la gente ahorra meses para viajar lejos a ver a lxs artistas que ama; donde sigue siendo medio utópico soñar con el montaje de grandes escenarios con la generación de ingresos decentes a partir de ello. El nuestro es un país donde el crecimiento de una escena musical fuerte sigue siendo disperso y presenta un techo bajo desde el cual se hace difícil encontrar nuevos horizontes. Y aquí es donde se descubre el agua tibia una vez más: hay que apuntar el primer dedo hacia dentro, desde donde sea que se esté parado. Parecería que esa es la responsabilidad imperiosa que pesa sobre todxs lxs integrantes de nuestra versión colorida y enredada del showbusiness: medios, fans, artistas, productorxs, etc, etc, etc.
Ya no “todo está empezando”, ya pasamos la infancia del desarrollo del arte y la cultura, y llegó la época en la que su pubertad nos está azotando las neuronas. Es hora de admitirlo: para hacerle frente a las grandes incertidumbres que han acompañado siempre al crecimiento de la música en Ecuador, hay que empezar a actuar más como gente grande. Si queremos tener un festival de la talla del Picnic, y bandas que sean capaces de salir a batirse en ese circuito, hay que detenerse a pensar sesudamente. Cabe tener fe y pensar que estamos avanzando en ese camino. No obstante, mientras la rueda gira y gira, todavía se siente incierto el trecho que queda por recorrer y late la certeza en la duda: ¿Qué tan lejos nos queda un Mundo Distinto?
