Llevada a cabo por el colectivo Colectivo Teatral RodezAlhampa, Prometeo, un coleóptero en las tinieblas propone una experiencia multisensorial y la reinterpretación involuntaria de un mito cuyos alcances se extienden hasta nuestra época.
En uno de sus ensayos más entrañables, ¿Por qué leer a los clásicos?, el escritor italiano Italo Calvino dispuso una lacónica lista de puntos para definir a un texto considerado como clásico. En total, fueron 14 los breves apartados, muy relacionados entre sí, entre los que desfilaban actividades como la relectura, o análisis de los cruces de un clásico con la actualidad.
Si a estos puntos pudiésemos agregar algunos más, lo más probable es que serían los siguientes: 1. No busques a los clásicos, los clásicos te encuentran. 2. Los clásicos no son sacros. Pueden darse la vuelta, descomponerse, moldearse. 3. Todxs hemos sido alguno de sus personajes, alguna vez.
“Todos los mitos nos vertebran, todos. Todos somos Prometeo, todos somos Epimeteo, todos somos Sísifo, todos somos Atenea, todos somos Alectrión. Ahí estamos, y, de repente, un día nos levantamos siendo Alectrión y otro día, Atenea. No tiene nada de especial. La matriz cultural en la que estamos inscritos nos hace beber de esa memoria. No es como pensar en recuperar un gran mito fundacional, sino cómo eso nos hace unas preguntas de carácter ético, vital”, dice la teatrera y escritora Bertha Díaz.
Y es que lo que ella y su compañero en el Colectivo Teatral RodezAlhampa —dedicado a tres frentes: la producción artística, la pedagogía experimental y la producción de pensamiento basado en la práctica creativa—, Andrés Santos, pretenden con su nueva propuesta interdisciplinar Prometeo, un coleóptero en las tinieblas, no es la tan socorrida y gastada fórmula de traer un mito a la actualidad. Por el contrario, en esta oportunidad, el mito fue encontrado por Andrés y Bertha como una suerte de fogonazo, un chispazo.
Apareció de improviso, en medio de un intento de responder algunas preguntas relacionadas con el espacio de la casa de Cuenca en la que ambos ensayaban. “Es una casa de dos pisos. Nosotros nos preguntábamos: ¿quién vive abajo?”, dice Andrés, quien viene del teatro físico y hoy se especializa en investigaciones corporales.
Las cosas más elementales, la carne y la luz, y el hecho de preguntarse sobre el lugar de estas prepararon el momento en que, sin premeditación, aparecieron las señas del mito en el espacio y, muy pronto, fueron reconstruidas en el plano subjetivo.
“Andrés estaba haciendo unas partituras físicas, enfrentado con unas luces. De repente empezaron a surgir unas sombras rojas, en unos videos que filmábamos para registrar los experimentos. Cuando vimos las sombras rojas, dijimos: ¡ah, Prometeo! Ahí se generó su aparición, desde nuestra subjetividad”.
Así fue como le abrieron la puerta al mito. Pero no como un eco monocorde del pasado, sino como un conjunto de resonancias que se expanden en otras direcciones.
Una pequeña luz en las tinieblas
Una pregunta que seguramente ya se habrá formulado el lector es la que tiene que ver con el nombre. ¿Por qué un coleóptero en las tinieblas? ¿En qué sentido están relacionados el infortunado y orgulloso titán de la mitología griega y un pequeño insecto?
Como muchxs seguramente recordarán, Prometeo robó el fuego a los dioses y lo entregó a la humanidad, además de enseñarle a esta algunas habilidades útiles, como utilizar la astronomía para realizar a tiempo las cosechas, o a escribir, para conservar lo que a la memoria, limitada y fugaz, se le escapaba. Por la primera de estas acciones recibió un castigo “ejemplar”. Fue condenado a estar encadenado en el monte Cáucaso por toda la eternidad.
No fue todo. Más tarde, cuando, lejos de rogar por clemencia, vaticinó el colapso del poder que detentaba Zeus, un ominoso dolor fue agregado a su condena: un cuervo comenzó a roer su hígado.
Esta historia mitológica, vista a la manera corriente, obviamente no está en Prometeo, un coleóptero en las tinieblas. Hay detalles que han cambiado, empezando por lo que Prometeo representa como símbolo, en esta oportunidad.
“La idea del coleóptero salió porque, dentro de la familia de los coleópteros, esta justo la luciérnaga, el bicho que contiene la luz. Un pequeño bicho que en medio de la gran oscuridad se hace presente, y se va, y otra vez se hace presente. Nuestro Prometeo no es el Titán: es el bicho que está robando un poco de luz y que, de repente, en medio de la oscuridad, nos alumbra algo a nosotros sobre el teatro, sobre el quehacer escénico”, señala Bertha, para enfatizar unas palabras de Andrés.
Prometeo es, junto con su hermano Epimeteo, un repartidor de dones. Es quien otorgó la técnica a los seres humanos. Es, según Bertha y Andrés, en cierto modo, el “actor, el teatrero”, para quien la técnica es una preocupación fundamental.
“Para nosotros, el lugar del teatro es un lugar de experimentación técnica. Sin técnica, no hay poética. Unas técnicas siempre precarias, porque no somos los súper técnicos, pero sí con el rigor del deseo que maneja un aparato”, puntualiza Bertha.
Una estructura libre pero rigurosa
Lejos de los dictámenes del teatro tradicional, anclado en una trama perfectamente reconocible y fácilmente digerible, Prometeo, un coleóptero en las tinieblas apuesta por el abocetamiento, por lo inacabado, por lo roto.
“No nos importa lo que hay en el plato, sino sus periferias, su temperatura, sus colores, sus olores, más que el sabor”, señala Andrés. Para Bertha, lo que su propuesta busca es regresar a los orígenes del teatro.
“No es fabulocéntrico, ni textocéntrico, sino que es un teatro que regresa a su origen, entendido como théatron, como lugar para contemplar. La contemplación no es sólo visual, sino auditiva o física. Entonces, más que una obra, Prometeo, un coleóptero en las tinieblas es la creación de una atmósfera multisensorial”, indica.
Son cuatro o cinco los pliegues o fragmentos de esta propuesta. Y están conformados por distintos recursos que trascienden una puesta en escena tradicional. El espectador se topará con la danza, el video, la música, el texto y la instalación ejecutados en distintos espacios del edificio. ¿Qué habrá en cada uno? Eso es algo que este texto no puede revelar. Deberán verlo por ustedes mismxs.
Lo único que podemos asegurarles es que ello tiene mucho que ver con este texto que circula en redes. ¿En qué consiste eso de desnudar la semilla? Andrés tiene una respuesta: “Esto de desnudar la semilla es desnudar la maquinaria escénica a la que repensamos, remiramos y rearmamos… Queremos desnudar los estigmas, que sólo los músicos pueden hacer música. Tampoco somos artistas visuales, pero queremos desnudar la semilla. Atrevernos a esto impúdico de desnudarse”. Bertha lo complementa de forma contundente:
“Es ese artificio que te dice: el teatro es patrimonio de los teatreros, la música es patrimonio de quienes estuvieron en el conservatorio y siguieron la carrera de arte sonora… Es el mismo tratamiento que le damos a Prometeo en lo que respecta a la no-grandilocuencia. También es en los lenguajes. Los tratamos disciplinados en su rigor, en su cuidado, pero indisciplinados en sus fronteras”.
Y, por supuesto, a lo que menos aspira Prometeo… —con el abocetamiento, el cruce de lenguajes y la experimentación artística— es a la grandilocuencia. Aspira, como dice Andrés, a realizar un experimento dentro, fuera y en las periferias del espacio. O, como afirma Bertha, a crear instantes sensitivos en los que el oído, la mirada y la piel estén prendidos de formas poco convencionales.
Y, para lograrlo, llenar el cuerpo arquitectónico de la Casa Mitómana de Quito se ha presentado como un nuevo reto que lxs artistas ya están acometiendo este rato. Pero eso ya es decir demasiado.
Lo único que queda por escribir es que no debes perderte esta propuesta profundamente anclada en los espacios que habita, el 17, 18 y 19 de este mes.