Filippo Brandimarte fue un baterista que cambió el curso de nuestra escena con la potencia y la precisión con la que tocaba. Su vida terminó abruptamente hace dos años y medio, pero su legado continúa a través del tiempo.
La muerte siempre es abrumadora. Más aún cuando no se la ve venir, porque a veces salta desde las sombras sin que se la espere. Abrumadora, porque siempre provoca que nos desparramemos intentando llenar los vacíos que deja a su paso. A veces, se siente injusta, como si no debiera haber llegado, o como si todo hubiese empezado demasiado tarde. Y sin embargo, la vida siempre tiene maneras de ganarle, de una u otra forma. Entre las más notables, está la música.
La muerte se llevó a Filippo Brandimarte como dicen que vivió: sin avisar y sin pedir permiso. Este italiano con aspecto de gigante pícaro fue (es) uno de esos personajes difíciles de describir o de sintetizar. Ahora que su memoria flota en el aire y ahora que su vida se desparrama entre las líneas invisibles del pentagrama, lo es aún más. Pero, de cualquier manera, y antes de ser cualquier otra cosa, Filippo era un baterista. Hay quienes dicen que al tocar era como un tren, arrasador y brioso, empujando toda la melodía sin vacilaciones hacia adelante. Hay quienes dicen que era como una máquina, precisa y potente en cada golpe.
Yo diría que fue un terremoto. No solo porque al tocar la batería hacía temblar la tierra, sino porque su paso por nuestro pequeño reducto del mundo sacudió todo y dejó secuelas que se siguen sintiendo hasta el día de hoy. Filippo fue un terremoto, pero uno benevolente. Al retumbar, solidificó los cimientos de nuestra música y ha mantenido vibrando la energía en el aire.
Su historia empieza en Boloña, Italia. Una ciudad pequeña e inquieta, llena de bares pequeños y universitarixs izquierdosxs. Algo claustrofóbica también, según dicen.
Amadeus Galiano y Emilia Moncayo, una pareja joven de músicxs quiteños, llegó a esa ciudad desde Quito para estudiar música en el 2005. En el proceso, como era de esperarse, conformaron una banda para afianzar y continuar los procesos creativos que tenían empezados. Su proyecto más ambicioso hasta entonces se materializó pronto en la forma de El Karmaso, una banda de crossover: rap y metal, reggaeton y rock pesado; combinaciones inverosímiles pero potentes.
En un inicio, la banda se llamaba “El Karmaso Toletaso”, “súper punk”, dicen ellxs entre risas. La esencia era sencilla: mezclar todo lo que se pudiera. Desde pequeñxs componían rap juntos y eran aficionados del embale de los géneros más extremos. Emilia también cuenta que Amadeus viajó a Italia primero y que hasta alcanzarlo, ella se obsesionó con una cantante que hacía growls, estilo death metal, que le voló la cabeza. Cuando se reencontraron del otro lado del charco, metieron todo en la misma paila y empezaron a tocar abriéndose camino a pulso en la pequeña escena boloñesa, contra las barreras idiomáticas y la poca familiaridad que tenían con el terreno.
Después de tocar por un tiempo empezaron a sentir que era hora de dar un salto más adelante con su música. La banda estaba perdiendo consistencia y necesitaban encontrar un baterista nuevo. Entonces, apareció Filippo. Amadeus estudiaba música en la misma academia que él y se le acercó un día a proponerle que hiciera una audición. “Le dije: ‘loco, tenemos un grupo de cross-over, es todo rap en español pero se presta para full notas’.
–“¡Sí a la grande! Dale”
Filippo llegó a la sala de ensayo el día que habían acordado, cargando sus propios platos y su propio redoblante. Cosa rara, muy rara, considerando que la universidad estaba bastante bien dotada de equipos de grabación e instrumentos de buena calidad. El tema de la audición era: “Bulls on Parade”, himno rebelde y eufórico de Rage Against de Machine.
Apenas empezaron y Filippo le dio el primer golpe a la batería, ellxs supieron que estaban en frente de un músico fuera de lo común. No estaba interesado en demostrar que era el más técnico ni el más rápido, no. “El man tenía muy clara su huevada”, dice Amadeus. Y su huevada eran la precisión y la fuerza. Según cuentan, la sala de ensayo se llenó con furia del repique de los tambores, dejándolos atónitos al instante. Al verlos recordar ese momento queda clara una cosa sobre el estilo de Filo: es más sencillo describirlo con onomatopeyas que con palabras.
“Esa era la huevada. ¡Tocaba muy duro! ¡Era una cosa así brutal!”, dice Amadeus.
Sorprender a Filippo no era tarea fácil. Si algo lo caracterizó a lo largo de su vida fueron su desparpajo para decir lo que pensaba, sin temor a herir susceptibilidades, y su áspero sentido del humor. “Filippo era alguien a quien le valía trozo lo que las personas pensaban de él. (…) No tenía filtro para nada. Decía todo tal cual. Además tenía un humor híper-sarcástico. Era de los que se lanzaban chistes y no se reía después”, comenta Mariela Espinosa, quien compartió con él cuando tocó con MUNN en sus últimos años.
Sin embargo, después de aquella primera audición en Italia, algo se encendió en él, y Amadeus y Emilia lo notaron. “Así le conocimos. De ahí él cayó a la casa a ver lo que hacíamos y me acuerdo que le pusimos un video con el viejo baterista, siempre mostrándole Rage. Y me acuerdo que cuando llegó el momento en que la Emilia gritaba en el tema se quedó como: ‘¡Porco Dio! ¡Porca Madonna!’. Como diciendo: ‘esta huevada está interesante’.”
Amadeus y Emilia sabían que tener su interés no era poca cosa. Incluso antes de conocerlo habían percibido el rigor con el que se dedicaba a tocar y a pulir su técnica. Era un baterista, así, con toda la propiedad que le cabe al título. Su vida con la música giraba alrededor de ese instrumento y del nivel de pulcritud y potencia con el que pudiera tocarlo, sin importar lo que le pusieran. “El man era como que lo podías llamar a tocar Eros Ramazzotti o lo podías llamar a tocar Mars Volta o RATM, que él sabía perfectamente los estilos, la huevada”.
Hasta entonces, Filo tocaba con una banda de pop-rock que se llamaba “Senzacione”, con la cual, aparentemente, no se sentía del todo satisfecho. Cuando se topó con ese par de peladxs latinos que rapeaban en español y desbordaban energía, se trepó en seguida a la camioneta. Sin embargo, lo hizo poniendo los puntos sobre las íes desde el inicio. “Nos dijo: ‘Sí, pero tenemos que grabar un demo, tenemos que organizarnos y bueno ¡hay este concierto!…’ Como que nos dio un input de un salto de calidad muy importante”, confiesan Emi y Ama.
Con su llegada, la vida de El Karmaso dio un vuelco gigante. En muchos sentidos Filo fue la pieza que faltaba en la banda para que todo lo demás empezara a encajar: “Como que nos complementamos. A Filippo le faltaba esa nota un poco más de dejarse llevar. Y a nosotros un poquito más de orden y de estructura”, dice Emilia con dulzura. En poco tiempo pasó de ser solamente el baterista nuevo a una especie de hijo adoptivo de Amadeus y Emilia, llegando inclusive a mudarse a su departamento. Vivieron juntos durante seis años, en los cuales empezaron a convertirse en familia y a descubrir que lo que Filippo tenía de padre tras la batería se equilibraba con su comportamiento de niño travieso fuera de ella. Con su energía la música del Karmaso empezó a crecer como ondas en el agua y se convirtió en el combustible de un montón de días felices en Boloña.
Su presencia en la banda significaba disciplina y rigor, “hacer en serio”. Si hasta ese momento el Karmaso había sido “puro feeling”, con Filippo empezó a transformarse en una máquina de vapor bramante, con un sonido particular y sólido, que adquirió una dirección certera. Junto a él grabaron el primer disco de la banda en el 2009. A su manera, este fue una muestra brutal el poder del DIY. Se grabó con tres tarjetas de audio distintas, a falta de una sola que tuviera canales suficientes para captarlo todo. Las baterías por sí solas plantearon un desafío tremendo, que tuvo que ser resuelto grabando con el micrófono de una cámara de video a falta de overheads. Pero, fuera como fuera, el resultado fue una primera placa que materializaba la esencia del Karmaso en algo tangible, algo que les permitía decir: “aquí estamos y esto somos.”
Entonces, apareció también René. La portada del disco (la virgen con máscara de gas) fue su creación porque antes de convertirse en su DJ los ayudaba a diseñar todo su material gráfico y su mercadería a cambio de que lo llevaran de gira. Para esa época tocaban con un DJ rasta que se llamaba “Jah Powah”, un personaje raro que ponía reggae cada vez que acababan un set y que aparentemente no era tan buen trip como profesaba. Con su salida, el espacio quedó vacío para que lo llenara René, quien ya tocaba con otras bandas. Así, junto con Alberto, el bajista, quedaron conformados como quinteto: la alineación definitiva.
René también pareció llegar a casa cuando los conoció, y también tardó muy poco en sentirse cobijado por el poder de Filippo en la batería: “Filippo es el mejor baterista con el que yo haya tocado. No solo era la seguridad de la precisión con la que el man tocaba, y la fuerza, claro. Pero todo el grooveo y la forma de construir el groove era algo que tenía él y era muy particular”, afirma ahora.
Con Filippo viviendo con ellos, y René a pocas cuadras, se convirtieron en una especie de pandilla que se movía en bicicleta por toda Boloña haciendo de las suyas con la música. “¡Eran épocas increíbles!”, suspira Emilia. Tocaban por lo menos una vez a la semana, y la única forma que tenían de promocionarse en aquel entonces, cuando el Internet no terminaba de confundirse con la realidad, era pegar afiches.
Lo hacían todo juntos, “como los hermanos Hanson”, dice Amadeus. El diseño, la impresión y la pegada, estilo guerrilla. Tenían un kit preparado para ir en bici por la universidad y por la calle tapizándolo todo mientras sorteaban enjambres de policías municipales. Cuando llegaban al poste o a la pared, uno disparaba la goma desde una botella, el otro pegaba el afiche y Filippo lo asentaba a la velocidad de la luz con una escoba pequeña. En la cara de la ley, la ciudad empezó a llenarse de anuncios de sus toques en los bares que proliferaban en Boloña.
“Y así quedaba toda Boloña empapelada. ¡Y así llegaba la gente a los conciertos! ¡Pero bastante gente!”, exclama Emilia. Y la gente que llegaba, según cuentan, empezó a estar conformada cada vez más por nuevas caras y cada vez menos por amigos que ya los conocían y los apoyaban. Con Filippo, además, empezaron a sonar como un grupo que iba en serio y no tenía miedo a nada. A pesar de que la gente no entendía ni mierda de su rap en español, la contundencia de la batería elevaba a otra dimensión sus rimas, los gritos de Emilia, y las batallas de scratch que sostenían Amadeus con su guitarra y René con sus platos.
Filippo era garantía de eso: contundencia. Años después, ya instalado en Ecuador y convertido también en baterista de MUNN, lo demostraría como si no hubiese pasado un día. “La forma particular de tocar de este man era para mí como lo más seguro del mundo. Todos podemos fallar. Incluso él se puede equivocar, pero él no va a permitir que se riegue, que se dilate. Eso, que se riegue el tiempo. Era para mí como un arma secreta, como decir: ‘Bueno, con este man ahí, tocando, nosotros podemos no tocar tan bien, y todo bien”, confiesa entre risas Pablo Molina, voz y guitarra de la banda.
Mientras el Karmaso empezaba a ganar tracción, apareció una oportunidad inesperada de grabar el segundo disco: Dea Madre, el que ellos consideran su mejor carta de presentación hasta ahora. El sonidista de la banda en aquel entonces estudiaba audio en la academia de cine de Boloña. Uno de sus profesores (“un tuco”, según dice Amadeus), apareció en clases un día diciendo que necesitaba un baterista para hacer pruebas. Entonces, a él se le prendió el foco y sin dudar sugirió que ese baterista fuera Filo. Las cosas cuadraron y entraron al estudio, uno de los más “pro” de Boloña, para grabar “Todo el Mundo se Hace Punk”. Durante la sesión Filippo desplegó toda su magia y dejó boquiabierto al maestro, consiguiendo así, sin pretenderlo, un pase para que grabaran su segundo disco con todos los mejores juguetes disponibles y con la ayuda de uno de los mejores sonidistas de la ciudad.
Así se materializaba de nuevo el “salto de calidad”, impulsando a la banda varios estratos más arriba del que ocupaban cuando grabaron el primer disco a lo Frankenstein. El proceso tomó tres años, llenos de intensidad y de rigor, en los cuales vaciaron todas sus energías y sus ahorros para aprovechar la oportunidad única que se les había presentado con esa grabación. El lado más perfeccionista y obsesivo de Filo también surgió durante este periodo, lleno de maldiciones floridas que señalaban errores que no parecían errores a simple vista. Era su lado más jodido, el que causaba frustraciones en la banda, y temor en quienes no lo conocían. Sin embargo, ahora Emi y Amadeus admiten que cada cosa por la que jodió terminaba convirtiéndose en epifanía cuando escuchaban el resultado final y entendían que tenía completo sentido.
La grabación de Dea Madre significó además un momento de aprendizajes críticos. Si bien se habían ganado la lotería y una maestría accidental de ProTools, también estaban empezando a sentir que su música ya no cabía tan cómodamente en la ciudad. Los toques en bares empezaron a quedarles chicos, así como los recursos para irse de gira a otras partes. Además, el público parecía renovarse y rejuvenecerse con cada año que pasaba, sin permitirles crear una base de fans. Dado que Boloña era una ciudad principalmente universitaria, su población vivía siempre en un constante estado de incertidumbre e inestabilidad. Todxs eran estudiantes con sueños difíciles de conseguir, a los que les era difícil conseguir trabajos de medio tiempo para financiarlos. Frente a eso, la mayoría se iban al acabar los estudios. Así, la gente que quedaba para ver tocar a las bandas de la ciudad eran siempre chamos que nada más buscaban algo que los entretuviera fuera de las clases.
Encima de esto, Amadeus y Emilia, empezaban a sentir que era hora de regresar, puesto que habían pasado 10 años lejos, sin ver a su familia. Y aunque el retorno parecía ser cada vez más necesario, disolver a la banda no era una opción de ninguna manera. Por ello le propusieron a René, a Filo y al bajista que se fueran con ellos: “Dijimos: ‘Vean, en Ecuador los gastos son mucho menos. Ahí tenemos la casa de nuestros viejos donde podemos estar, donde podemos apoyarnos, y hacemos el nuevo disco y vemos si nos vamos a Estados Unidos…’ era el plan después de sacar el nuevo disco.”
Lo que parecía una idea extrema y arrebatada costó muy poco para Filo y para René, quienes lo dejaron todo y se entregaron a la banda sin pensarlo dos veces. Solamente el bajista se vio retenido. Así, los cuatro agarraron sus cosas y saltaron el charco de vuelta, hartos de Italia, buscando un nuevo inicio en medio de las montañas. Y el nuevo inicio tardó muy poco en materializarse.
Al cabo de tres meses en Quito ya habían conseguido un nuevo bajista, se habían familiarizado de nuevo y estaban presentando su disco -el que tanto les había costado- en su propia casa, su nueva casa. Lo hicieron con un show repleto en el Centro de Arte Contemporáneo junto a un montón de bandas importantes de la escena local. A partir de ahí llegaron invitaciones para tocar en el Quitofest, en el Festival FFF y se empezaron a concretar un montón de cosas que los hacían sentir que caminaban con pie derecho. Lo ecléctico de su propuesta y lo novedoso de tener a dos italianos extremos tocando a toda madre hacía del Karmaso una banda muy particular en la escena ecuatoriana que reventaba cualquier escenario, con la bataca de Filippo como la carga base de dinamita. Además, al estar en casa, las letras que Ama y Emi escribían finalmente tenían oídos que las entendieran con propiedad.
Encima de todo, para ellxs era una gran satisfacción ver que René y Filo se adaptaron en seguida a su país. Sentían que el desarraigo de Italia no fue en vano, sino que era motivo de satisfacción para todxs.
En Ecuador, Filippo se llenó las manos de nuevas oportunidades. “Tenía su idea y yo estoy segura que hubiera cumplido todas sus expectativas completamente. Tenía ya un plan de futuro increíble porque él era así, y en verdad le fue súper bien. Lo que él quiso hacer aquí lo logró”, dice Emilia con emoción.
Mientras las cosas prosperaban con el Karmaso, encontró tiempo para enamorarse y para abrir una pizzería vegana (porque era un vegano de principios estoicos) que al poco tiempo empezó a cosechar una fanaticada acérrima, entre la que incluso llegó a estar el mismísimo Fausto Miño (menos flaco y con menos churos). Hasta podría decirse que aparte del sabor único que tenían sus pizzas, su personalidad ácida era una de las atracciones del local, al que la gente iba, quizás, por curiosidad morbosa.
“Yo iba full a menudo”, dice Pablo. “Me acuerdo una vez que estaba comiendo y llega un man y dice: ‘¿y es rica la pizza?’ (se caga de risa junto a Amadeus y Emi). Filippo estaba con un trapo. Le queda viendo y bota el trapo: ‘No, es horrible. Es horrible. La Merda que yo hago aquí es horrible. Es una porquería. Me levanto a las seis de la mañana para hacer una masa de mierda’… ¡Le mandó a la puta! Y claro, yo le cachaba. Pero el resto de gente, que había un poco de gente, era como (pone cara de pánico): ‘Le hiciste enojar’. ¡INCREÍBLE!”
En Ecuador, la gente que lo conocía descubrió que Filippo sabía hacer pizza como tocaba la batería, y viceversa: con precisión milimétrica y contundencia en cada parte del proceso. Más claro, esa forma de proceder acompañaba cada cosa que hacía en su vida, cada cosa que exploraba.
MUNN no fue distinto en ese sentido. La banda de rock/trip-hop acababa de grabar su segundo disco y estaba viviendo una especie de fragmentación que la obligaba a buscar baterista y guitarrista. Amadeus y Filippo se enteraron y fueron juntos a probar suerte.
Como si se tratara de Italia la primera vez que audicionó para el Karmaso, Filippo entró demostrando que para baterista, era de los más aplicados. Mariela recuerda que fue el único que llegó con una hoja en la que tenía escritos los temas que iba a tocar en notación musical. Pablo, por su lado, añade: “Yo personalmente quedé prendado desde la primera nota tocada. Hubo un montón de empatía y entendimiento creo yo”. La química musical que ya tenía con Amadeus, y que al instante se formó entre ellos y los miembros de MUNN, los integró a la banda sin esfuerzo. Eso, y claro está, el sonido descomunal que Filippo le arrancaba a la percusión: “No solo fue una cuestión de volumen, tipo ruido, sino el peso del sonido que él tenía, o sea el peso de sus manos era como pura solidez. Esa fue la primera impresión y siempre fue así”, afirma Mariela.
Y nuevamente, esa solidez que Filo traía consigo se tradujo en un momento de empuje para la banda que la llevó a expandir los límites de su música pujante y alegremente. Su energía, áspera como pudiera ser al inicio, siempre terminaba expandiendo a la del resto, porque en esencia, Filo era eso, un tren que empujaba para el frente sin descarrilarse. Así se sentía tocar con él, dice Pablo. Como si la música fuese una maquinaria en la que cada engranaje calza sin salirse de tiempo para avanzar arrasando con el camino. Y así mismo se entregaba a cada proyecto al que se metía, con toda la energía: “¡Se metió y no falló una!”.
Junto a él, MUNN tuvo la que posiblemente fue su época de mayor proyección. Con una gira a Chile y Argentina y un montón de toques en los que se sentía cada vez más el peso de su sonido, de la mano del peso con el que Filippo le pegaba a la bata. “Ensayábamos tres veces por semana y estábamos dispuestos a irnos de viaje cuando sea y estábamos dispuestos a dormir en el piso y lo que tengamos que hacer par poder girar».
Sus últimos días en Ecuador, y en la Tierra, transcurrieron llenos de música nueva a la que él le inyectaba su poder, y en la que encontraba una oportunidad de crecer. Su brutalidad para tocar también rompía esquemas. No era precisamente fan de la música extrema. Sus gustos sorprendían por lo poco comunes que eran. Emilia cuenta que de vez en cuando lo sorprendía escuchando Pink, y que él, con esa autoridad seca que tenía, la llamaba para mostrarle cómo sonaba lo que consideraba una banda bien producida. Nunca estuvo apegado a un género, pero siempre a explotar y afinar al máximo las posibilidades de su instrumento.
Cuando Amadeus y Emilia, más maduros, decidieron concebir y criar Mini Pony, un proyecto vertiginoso de Drum n’ Bass, le costó empatar con ellos. Sin embargo, después de practicar como loco se convenció de lo que podía hacer con lo que ese género le ofrecía y se unió a ellos con la fuerza que lo caracterizaba. “Era el mejor que yo he oído en Drum and Bass en la vida. O sea, eso sí… ¡Qué bestia!”, dice Emilia quedándose sin palabras. A la par, también se topó con Black Mama, una de las personalidades femeninas más fuertes del hip-hop ecuatoriano, y con ella se descubrió a sí mismo asumiendo el rol de productor de una banda entera de rap-reggae. Como era natural para entonces, su presencia puso a temblar a la banda y la sacudió hasta que empezó a tocar mejor, con más firmeza.
En ese momento, no le faltaba nada. Las oportunidades seguían apareciendo, la música fluía por todas partes y tenía motivos de sobra para estar orgulloso de lo que estaba construyendo. Su presencia traía estabilidad al mundo de quienes lo rodeaban de una manera u otra, en el escenario y fuera de él. “Estábamos los dos y Filo. Era como una protección, una seguridad así en todo sentido. En tocar, y así… en la vida”, dice Emilia. “Y sí, sin duda la palabra sería seguridad. Y te hace sentir a ti seguro. No era solamente estar seguro de que no se iba a jalar el man. Sino que yo iba diciendo: ‘A ver, hijueputa, ¿qué está pasando? ¡Y si me jalo es porque es así y somos tucos y estamos improvisando!’”, la secunda Amadeus.
Entonces, ocurrió lo inesperado, lo indeseado, lo incomprensible. Los detalles sobran para hablar de ello. Cuando todo parecía ir bien con Filippo en el mundo, el mundo se interpuso en su camino y lo arrancó para enviarlo a otra parte.
Filippo Brandimarte era (es) uno de esos personajes difíciles de sintetizar y describir. Cuando se le pregunta cómo era a quienes lo conocieron de cerca, su recuerdo queda retumbando en el aire como las vibraciones de su batería:
“Filippo era una persona súper altruista. Era el tipo de persona que estaba siempre lista para ayudarte si necesitabas algo. El man nunca quitaba una ayuda, nunca negaba eso. Y sobre todo, una persona creativa. Sí, eso extraño mucho porque era un cague de risa. Muchas veces por ejemplo, en conciertos o ensayos, llegaba tal vez cabreado por otras cosas, o yo tal vez estaba cabreado por mis cosas, pero siempre que me topaba con él, el man siempre lograba meterme una sonrisa. Tenía esa capacidad de hablar huevadas de una forma tan creativa y alegre que al final sí te cambiaba el humor. El man siempre decía: ‘No hagas las cosas a mitad’. Si no que si quieres meterte a hacer algo, quieres tocar, quieres hacer otra cosa, hazlo bien”, cuenta René.
“(Era) un tipo ridículamente chistoso, con un sentido del humor a lo bestia, buenísimo, con el que conectábamos un montón como con lo absurdo. Y súper generoso loco. Eso aprendí yo del man. Regalaba, regalaba… y le pedías algo… ‘¡Sí, toma! ¿Quieres más? ¡Toma más!’. Como mucha, mucha generosidad. También cuando estaba de malas era un cabrón (risas). Como todos, supongo”, dice Pablo, y la mirada se le va para otra parte.
“Filippo era un personaje totalmente distinto, incluso diría opuesto a nuestra forma de ser como quiteñxs. Pero con el tiempo como que fui cachando que detrás de eso igual era un peluche de amor y que en realidad era una virtud súper súper valiosa el hecho de que nunca iba a mostrarse de una forma distinta a la que él es. Él no usaba máscaras. Por lo tanto eso le hacía ser alguien totalmente confiable y nada, eso fue lo que aprendí con él y que lo recuerdo siempre igual”, afirma Mariela.
A Emilia y a Amadeus, en cambio, les sobran las onomatopeyas y les faltan las palabras. Pese a que ellos fueron quienes le enseñaron a abrazar, quienes lo vieron enamorarse por primera vez, quienes soportaron sus madrugadas de borrachera y lo acogieron como hijo de una familia de dementes, tienen dificultades para articular en oraciones lo que él hizo por su música y por ellos.
A veces es así. Mientras más se ha conocido la presencia de una persona en el mundo, más difícil es hablar de ella. Quizás sea porque es más fácil sentirla ahí donde las palabras no entran, donde el sonido se expande y las cosas flotan. Quizás sea lo que duele recordar su ausencia. Y a veces también es así y no hay explicación: las vidas que más parecen prometerle al futuro y entregarle al presente, se terminan con brusquedad, sin que nadie pueda preverlo. Entonces empiezan a habitar y crecer en el pasado.
Han pasado casi tres años desde que se fue Filo.
Ama y Emi cuentan que hace no mucho manejaban por Quito mientras las montañas se tragaban al sol, cuando sonó en la radio una melodía que sabían familiar, pero que no atinaban a reconocer de inmediato. Tomaron algunos segundos hasta que pudieron ponerle nombre y darse cuenta de que se trataba de “Regresa”, del segundo disco de MUNN.
Desde su partida, el recuerdo del gigante se había cristalizado y guardado como un frágil adorno de porcelana, en baúl lejos del presente, donde no pudiese quebrarse con el peso del duelo. Sin embargo, cuando sonó esa canción, trajo de vuelta toda la energía de Filippo a través del altavoz del auto, como llamándolos a escuchar, a no olvidar el camino de vuelta.
Impregnado en las baterías de ese tema del que se apropió y tocó en lo último de su paso por el mundo, les recordó de alguna manera que aunque el dolor se confunda con parálisis y se enrede con el olvido, la música es infinita. La música no conoce a la muerte.
En ese momento detuvieron el auto para escuchar, para recordar y para entender que donde estuviera, seguramente estaría en paz. En ese momento se dieron cuenta de que “la energía de Filippo se esparció por muchas bandas y eso fue hermoso”.