Mi cuerpo, mi territorio. Mi nombre, la libertad | Cabos Sueltos

Episodio 1 | Podcast

por Radio COCOA
Así  como los pueblos originarios de lo que hoy llamamos América fueron desplazados de sus territorios durante el proceso de colonización, sus cuerpos también fueron lugares de desterritorializacion. ¿Nombrarse en lenguas indígenas podría significar la recuperación, al menos simbólica, de esos territorios? Escucha el episodio.

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Katicnina: Seguramente han pensado qué otro nombre podría calzarle a su rostro o han jugado a cambiarse de nombre porque el que eligieron sus papás no les convence del todo. Pero me pregunto,  ¿cuántas veces al día piensan intencionalmente en sus nombres? Tal vez porque mi nombre es muy particular, yo pienso en éste muchas veces a lo largo de un mismo día.

Hace un tiempo viajábamos con mi papá por la carretera que conecta la capital con mi provincia, Imbabura, y sonó una canción que me gustaba mucho en la infancia: Carito me habla en inglés, qué bonito se le ve. (No me juzguen, por favor, Carlos Vives ha tenido sus momentos.) Y mientras escuchaba la canción se me vino un pensamiento de esos medio absurdos o, como diría la juventud, random.

Pensé: las probabilidades de encontrar hoy una canción con mi nombre deben ser nulas. Nulas. Que yo sepa, la única persona en el mundo que se llama Katicnina Yuyaric soy yo; o al menos en Ecuador sí, y eso lo puede confirmar a través de una cheverísima herramienta que me mostró mi amigo Gus en la página web del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos: el visualizador de nombres y apellidos. Esta herramienta te permite saber cuántas personas en el país tienen tu mismo nombre o apellido y en qué año. Mi apellido, Tituaña, por ejemplo, lo tienen 10.912 personas, pero mi nombre, solo yo.

Así que, a diferencia de las Caritos del mundo, creo que moriré sin escuchar una canción con mi nombre, lo cual no tiene ninguna importancia. Sin embargo, este pensamiento que podría parecer muy banal, me llevó a considerar las particularidades de mi nombre.

Katicnina Yuyaric son tres palabras en idioma Kichwas, una de las aproximadamente 14 lenguas originarias que existen en territorio ecuatoriano, y que mis papás juntaron para darle un significado al momento de mi nacimiento. Traducido o interpretado en español vendría a significar ‘Heredera de las Memorias del Fuego’. Me pusieron así por el libro de Galeano y según mi papá, eligieron ese nombre porque querían que mi llegada al mundo simbolizara, de alguna forma, la continuidad de la memoria histórica de los pueblos originarios. Es un nombre que hoy honro mucho, pero no siempre me gustó.

No voy a negar que me ha complicado la vida en muchas ocasiones. Me han cambiado de nombre incontables veces y lo han escrito de las maneras más mmmm, voy a decir creativas, lo cual antes me enfurecía. Pero es cierto que he llegado a divertirme con los apodos que de cuando en cuando surgen. Mi favorito: Katicninja. Supongo que las personas con nombres raros entenderán esto y también supongo que no fui la única que alguna vez fantaseó con cambiarse de nombre.

De pequeña pensaba: ¿qué otro nombre podría calzarme? ¿Catalina, Julia, Lucía? Todos siempre en español.

Entonces, la pregunta es: ¿cuándo empezó a gustarme este nombre particular? Haciendo memoria, creo que fue cuando llegué a un nuevo colegio y por primera vez, una profesora, Dianita, de lengua y literatura, empezó a llamarme Katicnina —así con todas sus sílabas—, cuando toda la vida solo me habían llamado Katic o Katy, con y griega. Me gustó mucho cómo sonaba cuando Dianita lo pronunciaba, con la elegancia que la caracteriza, y eso, combinado con mi entrada a la fase adolescente del “quiero ser única y diferente”, hizo que empezara a apreciar mi nombre.

Pero fue más adelante en la vida que entendí algo asociado a mí nombre incluso más relevante que el ser única y diferente: que para que el registro civil ecuatoriano aceptara Katicnina Yuyaric, tres palabras kichwas, como un nombre válido el año de mi nacimiento, 1997…para que eso fuera una posibilidad hubo lucha, organización y resistencia porque para los pueblos indígenas, desde la colonización, nombrar a su descendencia en su lengua nativa y con su propio sistema pasó a ser una imposibilidad.

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Collage: ¿Cómo te llamas? Mi nombre es Allpa Pacari. ¿Qué significa? Tierra del Amanacer. Mi nombre es Asiri Millayay que significa “sonrisa de rebeldía”. Mi nombre es Sumak Nina Alkamari. Mi nombre es Kuntur Mallku, la traducción al español es ‘El Líder de los Cóndores’. Imanalla. Ñuka shutimi kan Curi Inti Maigua de la Cruz. Ñuka shutimi kan Yupanki de la Cruz.

Katicnina: Lo que tienen en común estos nombres que acaban de escuchar y el mío es que son nombres escritos en lenguas originarias de América o, mejor dicho, del Abya Yala. Palabras en aymara, quechua y kichwa.

Lo que además tienen en común es que pertenecen a las personas de una generación que, tras siglos de despojo de los pueblos nativos, nacieron con el derecho incorporado de nombrarse en una lengua no hispana. No impuesta. No colonial. Un derecho imposible para las personas indígenas hace no más de 50 años atrás. 50.

Nombrarse en una lengua originaria es entonces un derecho recuperado y esto no debe darse por sentado, porque el nombre no es algo menor. Para empezar, es una de las primeras etiquetas sociales aplicadas sin consulta al cuerpo al nacer y nos denomina aún cuando ni siquiera alcanzamos plena consciencia de nuestro paso por el mundo.

Desde la sociología se dice que los nombres (y esto incluye a los apellidos, aunque no en todas las sociedades se emplea esa nomenclatura) son el núcleo de nuestra identidad individual y de nuestras conexiones filiales, así como de nuestra identidad social y civil-jurídica.

Segunda voz: La identidad, el cuerpo y el nombre, son prácticamente inseparables, conforman un solo nexo, dice la socióloga británica Jane Pilcher en su artículo académico Names, Bodies and Identities. Es decir, no se pueden entender las dimensiones del uno sin las del otro.

Los nombres tienen fuertes connotaciones étnicas e incluso religiosas, agrega Pilcher. Además, a través de ellos se expresan y/o refuerzan identidades sexo-genéricas.

Si bien no se sabe con exactitud desde cuándo nos nombramos, se puede asumir que esta práctica ha acompañado a los seres humanos junto con el desarrollo de sistemas de lenguaje rudimentarios, señala por su parte el antropólogo islandés Gilsi Palsson.

Katicnina: Aunque los rituales y sistemas para nombrar cambian entre geografías y pueblos, lo cierto dentro de todos es que a través del nombre nos enunciamos y mediante éste otros nos convocan. Lo usamos cotidiana y repetidamente a lo largo de la vida, pero precisamente porque es tan cotidiano, Palsson dice que los nombres personales han sido eludidos de las investigaciones teóricas y analíticas.

Lo cual es peligroso, porque los nombres no son solo herramientas de identificación y categorización; son también poderosas tecnologías de pertenencia, exclusión o subyugación, añade el antropólogo Palsson.

El nombre, repito, no es algo menor, y por lo mismo, para ciertos cuerpos ha sido históricamente un territorio de disputa.

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Auki: Mi nombre es Auki Kanaima Tituaña Males desde 1992.

Katicnina: Ese es mi papá y esto es algo que me sorprendió descubrir cuando era niña. Auki no es su nombre de nacimiento.

Auki: Adopté este nombre una vez que las leyes en el Ecuador se reformaron por presión de las organizaciones indígenas, entre ellas la CONAIE, y por las luchas individuales como la mía, la de mis amigos contemporáneos. Lo hicimos en un Estado ecuatoriano que imponía lengua, imponía religión, impone economía. Empezamos nuestra reflexión y nuestra demanda y logramos este cambio.

Katicnina: Las reformas a las que se refiere fueron de toda índole y sucedieron a lo largo de varias décadas del siglo pasado. Respondían a demandas históricas como el reconocimiento constitucional de los pueblos y nacionalidades como sujetos colectivos de derecho; el reconocimiento también constitucional de las lenguas indígenas; la inversión en programas de educación intercultural bilingüe; la adjudicación y recuperación de tierras ancestrales, entre otros. Cabe apuntar que no existía una ley por escrito que prohibiera la inscripción de nombres en lenguas indígenas en el Registro Civil, pero no se admitían en la práctica como consecuencia de la relación hostil que el Estado mantenía (y mantiene) con los pueblos originarios.

Katicnina: Así pues, al llegar al mundo en 1965, mi pa recibió el nombre de su padre: Segundo Antonio.

Auki: Segundo Antonio era un nombre impuesto. Desde el año 81, 82 empiezo a hacerme llamar ‘Auki’ y oficialmente lo cambio en el 92; oficial, con papeles.

Nos dicen nuestros padres, el registro civil dominado por funcionarios mestizos, los curas intentando imponer más su visión vinculada a la religión y claro, había que poner nombres de santos, de vírgenes en el español. Entonces, por eso, por costumbre, y también el qué dirán, el entorno social, porque nuestros padres descendientes de migrantes en Cotacachi éramos minoría, minoría poblacional indigena, kichwa, entonces todos los vecinos animaban a que los nombres sean nombres “civilizados” entre comillas, nombres cristianos, nombres católicos.

Katicnina: Sabemos que por más que Ecuador se proclame como un Estado laico, la médula que sostiene este país es -en jerga ecuatoriana- curuchupa, o sea conservadora.

No olvidemos además que la primera constitución del Ecuador, la de 1830, no reconocía la condición de ciudadanía a los indígenas. Así, el artículo 68 de la octava sección referente a los derechos civiles y jurídicos reza:

Segunda voz: “Este Congreso constituyente nombra a los venerables curas párrocos por tutores y padres naturales de los indígenas, excitando su ministerio de caridad en favor de esta clase inocente, abyecta y miserable.”

Katicnina: Volviendo al nombre de nacimiento de mi papá, Antonio es un nombre de origen latín, no tiene aparición bíblica, pero sí fue el nombre de muchos santos católicos y es muy popular en países de habla hispana. Por ejemplo, en 2016 fue el segundo nombre más común registrado en el padrón de España, según el Instituto Nacional de Estadística de ese país. El nombre Segundo, por otro lado, viene del latín secundus y su uso se remonta a la antigua Roma para denominar a los hijos nacidos en segundo lugar.

Si solo considerásemos ambos nombres etimológicamente sin un contexto histórico local, entonces no serían más que nombres comunes, pero en un país como Ecuador con herencia colonial ¿no es un nombre hispano sobre un cuerpo indígena, de alguna forma, la corroboración histórica del intento de exterminio de un pueblo y su cultura?

Es que, a lo largo de la historia, quitarle a un cuerpo su nombre ha sido una de las prácticas de deshumanización empleada como expresión absoluta de poder y dominación, explica Jane Pilcher, la socióloga británica antes mencionada y agrega que:

Segunda voz: “En instituciones como prisiones y campos de concentración, una estrategia para deshumanizar y desindividualizar a los reclusos es quitarles el nombre y reemplazarlo por un número”.

Katicnina: Otra institución que instauró esta práctica y que no podría pasar por alto es la institución de la esclavitud.

Segunda voz: La mayoría de los esclavos de las Islas Vírgenes procedían de África Occidental, y fueron renombrados por sus captores por denominaciones no muy distintas a las que empleaban para sus mascotas o ganado o por el nombre de algún personaje histórico europeo a modo de humillación, apunta el antropólogo islandés Gilsi Palsson. Arrancados de su entorno social, perdían junto a su libertad el nombre que los ligaba a su familia o tribu. Esto fue parte del borrón de la identidad que caracterizó al llamado Pasaje del Medio entre África Occidental y las plantaciones durante el tráfico transatlántico de esclavos, concluye Palsson.

Katicnina: Si bien la relación de los indígenas con los colonos se diferenciaba de la condición de esclavitud, la práctica de cambiar e imponer nombres también fue aplicada, por supuesto, sobre los pueblos nativos del Abya Yala a medida que la colonización europea ganaba territorio. Esta práctica continuó aún cuando los movimientos independentistas lograron separarse de la corona española para declararse repúblicas, y se instauró el sistema socioeconómico de hacienda.

Además de la imposición de nombres de origen bíblico o religioso católico, las personas indígenas recibían el apellido de la familia terrateniente para la que trabajaban forzosamente de forma hereditaria y sin sueldo o sueldo ínfimo.

Así, por ejemplo, mi apellido materno, Vega, es de origen hispano; lo cual nos lleva a asumir que nuestros antepasados probablemente estuvieron sujetos a ese tipo de contrato de explotación. Eso o que en algún punto de la historia se involucraron un antepasado nativo y uno hispano con resultados filiales. Algo menos probable, pero incomprobable de todas formas, porque lo único cierto es que para la mayoría de personas indígenas es más difícil contar con registros genealógicos, pues esta población carecía de la condición de ciudadanía.

Dimensionando todo este contexto histórico, en el Ecuador racista de los 70, mi padre y sus contemporáneos iniciaron un movimiento artístico cultural. Movimiento que eventualmente desembocó en acciones y manifestaciones individuales y colectivas para reclamar derechos y reparaciones para los pueblos y nacionalidades indígenas, como adoptar nombres en una lengua originaria; en el caso de mí papá, por la vía legal, 27 años después de su llegada al mundo como Segundo Antonio. Aquí de nuevo mi pa:

Auki: Además, se lo hizo en 1992 como una fecha histórica. Se cerraban los 500 años de conquista, invasión y explotación desde la óptica nuestra. Aunque desde Occidente y España hablan del encuentro de dos culturas, suavizando toda la tragedia que significaba esta fecha de 1492, y como afirmando nuestro compromiso social, político, organizativo e ideológico de recuperar nuestra lengua, recuperar nuestra identidad, recuperar nuestros nombres.

Katicnina: Muchos kichwas de la Sierra norte ecuatoriana, hablaré por ahora solo de este pueblo porque es el que conozco, no llegaron a legalizar el cambio de nombre, pero se convirtió en el nombre de pila por el que la gente los sigue conociendo. Y claro, los hijos de esa generación que se movilizó política y culturalmente por los derechos individuales y colectivos de los pueblos indígenas, recibimos un nombre en una lengua originaria para honrar y no olvidarnos de esa lucha.

Auki: La primera hija se llama Kuri Pacha. Kur significa “oro”, pacha significa “tiempo”. Esto era por ser nuestra primera hija y además porque nació en Cuba que para nosotros era un tiempo de esperanza, tiempo de progreso, de aprendizaje. Tiempo de oro. En Ecuador estábamos ya cuando nació Allpa Pacari, en el Puyo, en este territorio también promisorio con todos los conflictos del petróleo, de la explotación petrolera, la resistencia, las marchas; pensábamos que era clave ponerle ese nombre de Allpa Pacari, Tierra del Amanecer. Luego, Katicnina Yuyaric, nosotros le avizoramos como la Heredera de las Memorias del Fuego. Katic significa seguidora, digámoslo heredera, Nina es fuego o luz, y Yuyaric es pensamiento, por eso es que combinado le traducimos como heredera de las memorias del fuego. Y también, claro, era como digo un inicio de una etapa política importante y yo pienso que era como invitando a que sean las herederas de esto para que continúen con su camino propio, también aportando, luchando. Porque siempre habrá muchas cosas que nos quedaron tareas a nosotros pendientes por hacer. Y además había nacido el libro de Eduardo Galeano entonces también a mí me gustó Memorias del Fuego, entonces por eso es Heredera de las Memorias del Fuego, Katicnina Yuyaric.

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Katicnina: En el Ecuador de hoy encarnar un nombre en lengua originaria es un derecho incorporado en la teoría para cualquier persona, indígena o no, pero no es un derecho necesariamente ejercido y mucho menos por las poblaciones indígenas.

Si en décadas pasadas se popularizaron algunos nombres en lenguas nativas, en el presente ya no lo son tanto, desplazados nuevamente por denominaciones hispanas o, cada vez con más frecuencia, anglosajonas, sobre las que el registro civil curiosamente no tiene reparaciones.

Hago esta observación no como una sugerencia de que todas las personas que se reconocen como indígenas deberían adoptar nombres en lenguas originarias. Eso configuraría otra forma de imposición que no tengo intención alguna de promover.

Hago esta observación, en cambio, para señalar a los prejuicios, en particular los raciales, como los responsables del rechazo que las sociedades en Latinoamérica sienten por todo lo que se vincula con lo indígena y lo negro; prejuicios que permean a todas las esferas sociales.

Segunda voz: En Ecuador, similar al caso mexicano, documentado por la escritora y activista por los derechos lingüísticos, Yásnaya Aguilar Gil, abro comillas:

“En lugar de promover un curso de sensibilización a los servidores públicos en los registros civiles y adaptar el sistema de las computadoras a contextos de diversidad lingüística, la respuesta oficial ha sido tratar de convencer a los padres de que no elijan un nombre en alguna lengua originaria.”

Aguilar agrega más adelante: “Muchas de las oficinas del registro civil se han vuelto uno de los reductos más representativos de los prejuicios lingüísticos y culturales en donde los funcionarios evidencian muchas veces muy poca conciencia sobre el entorno multicultural en el que realizan su trabajo”. (cierro comillas).

Katicnina: Los prejuicios no permanecen en esas oficinas, claro, porque incluso si es que se logra inscribir un nombre en alguna lengua indígena; allí afuera, este suele ser motivo de vergüenza o discriminación; algo que también sucede con los apellidos y que debe empezar a cambiar.

Consideremos nuevamente aquello que dice la socióloga británica, el nombre, el cuerpo y la identidad conforman un nexo indivisible; pero si la vergüenza de portar un nombre o un apellido indígena persiste es porque hace falta mucho trabajo para enmendarlo.

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Katicnina: En conclusión, así  como los pueblos originarios de lo que hoy llamamos América fueron desplazados de sus territorios durante el proceso de conquista y expansión de las colonias inglesa, española, francesa y portuguesa, sus cuerpos también fueron lugares de desterritorializacion.

Me gusta pensar, entonces, que mi nombre kichwa, que los nombres en lenguas originarias también significan la recuperación, al menos  simbólica, de esos territorios perdidos.

A veces todavía juego a cambiarme de nombre, no por vergüenza, sino por puro entretenimiento, pero eso solo se queda en un tonto juego, porque conociendo la fragilidad de los derechos, el valor de encarnar un nombre Kichwa con todo el legado cultural e histórico que eso conlleva no lo cambiaría por nada.

Collage: Mi nombre es Auki Aramayo y significa príncipe de la sabiduría. Bueno, mi nombre es Kiwar, mi segundo nombre, Wayri. El primero, Kiwar, significa “el segundo hijo del sol” y Wairy, centinela del frío o tal vez podría interpretarse como centinela del viento de igual manera. Mi nombre es Pacha que significa tiempo, mi segundo nombre Sara que significa maíz. Mis dos nombres juntos quieren decir tiempo de maíz.  Mi nombre es Mayumi Sayakima.El significado de Mayumi es vertiente divina y Sayakima viene de un cuento donde Sayak y Kimak buscan una forma de permanecer junto a los runas, para esto los yachaks les dicen que adoptando la forma de una montaña y de un lago pueden integrarse a la vida de los runas. Mi nombre es Samay Kallari, en kichwa ‘samay’ es la energía de vida, es el soplo o el aliento de vida, y ‘kallari’ significa inicio. Mi nombre es el inicio de energía de vida. Es un nombre muy bonito y muy fuerte. Yo considero que ha ido un nombre que ha marcado mi personaldiad, mi forma de ser, y también mi forma de relacionarme con el otro. Agradezco orgullosamente poder llevar un nombre que represente mis raíces, de donde vengo, mi cosmovisión, y lo más importante, mi identidad. 

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