Historia de Jazz: Los que creímos en Charles Bradley

por Marcos Echeverría Ortiz

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Foto: JJ Alomía

Cuando escuchas por primera vez a Charles Bradley, sin saber que es él, infieres que podría tratarse de James Brown. Sigues escuchando, lo asimilas pero te confunde. En esta voz existe algo más rasgado y melancólico, un llanto.

Te sigues metiendo en su voz, en el sonido y te sientes desorientado. Piensas que te has perdido de escuchar a un pilar importante dentro de la historia del soul y funk… pero no, la mejor parte viene cuando te enteras que Charles Bradley lanzó su música hace solo cuatro años y que el pasado sábado, en el Teatro Sucre, fuiste partícipe de su propia historia y del pico de su carrera.

Su show fue un ritual de fe exaltado y paganizado por un incitante espíritu sexual. Esa noche hacía demasiado calor y la primera canción de los Extraordinaries (su banda) fue un detonante, fuego para el cuerpo.

Cuando el soul intensificaba su ritmo, el organista tomó su vaso de alcohol,  pasó al frente y lo presentó con un espanglish lleno de estilo: «¡Den la bienvenida al águila del Soul,  Mr. Charles Bradley…!» Para entonces, sentía que ese fuego consumía la ropa. El siguiente  paso del público fue desabotonarse, abrirse las camisas,  sacarse los pañuelos y las blusas. Es que no podríamos recibir a Charles Bradley con tanta ropa puesta. Eso hubiera constituido un acto de sofocación.

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Fotos: JJ Alomía.

Bradley salió. Su facha te enloquece. Es un hombre dorado, vestido con una piel curtida, negra y brillante. Cada paso irradia luz. Tipo único y excéntrico, muy distinto a aquel cantante primerizo que vestía mameluco de obrero para sus primeras presentaciones.

El tema inicial fue «Heartaches And Pain», una historia que cambió de a poco el furor de la introducción. No fue un switch de intensidad, sino de sentimiento. Mantenía la fuerza, más aún cuando esta canción corresponde a la máxima exposición de sus vivencias dolorosas. “Your brother is gone…” dice la letra cuando se refiere al asesinato de su hermano en las calles de Nueva York.

Charles se presenta al público. Aclara que a pesar de la fuerza de sus letras, de sus historias, está aquí para darte todo su amor, toda su fe, toda su creencia. “Hermanos, hermanas, no sé si crean, no sé si me crean. Pero desde lo más profundo de mi corazón, les voy a dar todo mi amor… Dios dice que repartan el amor entre sus creaciones y ustedes son eso…».

Siguió una de sus canciones preferidas: “You Put the Flame on It”. A esto le siguió “Loving You, Baby”. Ritmos, letras y destellos de electricidad con los que Charles se volvía osado para traducir su cuerpo en sexualidad. “¿Están listos para más fuego, cómo quieres que te lo prenda?”, repetía.

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Fotos: JJ Alomía.

Piensas que el discurso de amor se traduce al libido, pero todo agarra sentido cuando te grita en la cara con “No Time for Dreaming”. Esta canción constituyó el paso de lo festivo a lo melancólico, del carnaval al luto, del carisma osado de Charles a un encuentro con su propia humildad y dolor. Aquí es cuando él se convierte en una especie de brujo, de alquimista. Escucharlo te sugiere instantáneamente su poder para moldear, transformar y establecer un nuevo significado a esa historia, a esa letra, a esa nota. Cada parte de su anatomía constituye un ingrediente esencial para exportar la música.

Su sudor, sus ojos saltados, las arrugas de su cara, su afro húmedo, su mano levantada. Todo, todo esto te cae como un golpe en la cara, en los oídos, en el cuerpo. Pero no lo tomas como un estímulo prepotente, sino como un sacudón, como una puteada a tu propia vida. Es un chirlazo convertido en caricia.

Cuando suena “How Long” o “The World is Up on Flames” es donde su discurso de amor gana sentido. “Pueden tener todo el sexo que quieran, está bien. Pero el amor que yo les quiero dar no viene de acá abajo, sino de mi corazón”. Charles baja del escenario, se mete entre la gente y comienza  repartir abrazos. El público lo siente, se impregna de su olor, de su camisa mojada, de su pelo esponjoso. Algunos lloran, él llora. Se va.

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Fotos: JJ Alomía.

La gente no se iba, estática, extasiada. De nuevo, el organista sale con un ramo de flores, una ofrenda de amor en este ritual. “Es para ustedes, de Charles. ¿Quieren más?”.

Regresa “The Black Eagle” para cantar su historia más fuerte, su biografía: «Why it Is So Hard?».

El set se sentía completo, pero tocar el hit para cerrar el concierto se volvió necesario. Está extasiado, pide que bajen la música, necesita terminar su discurso. Apela a su amor real, apela a su propia seguridad para decir que nos ama. Pide que nos reflejemos y que nos busquemos a nosotros mismos dentro de esta canción. Pide un poco de fe, de creencia, en ti, en el mundo, en el de al lado, en dios… Finaliza, se va.

Y aunque no todos creyeron en dios esa noche, sí creyeron en Charles y su historia.

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