El fundador de Mamá Vudú habla sobre su gira de conciertos para celebrar sus 25 años de carrera. De paso, aprovecha para recordar y rendirle tributo a muchos otros músicos que junto a él, cambiaron el rumbo de la escena independiente local durante la década de los noventa.
Los años noventa iniciaban y la música alternativa estaba en efervescencia. El mundo vivía la post fiesta ochentera y el siglo se despedía con el declive del descontrol. La última década era la trasnochada del siglo y una nueva generación de jóvenes, todo desaliñados y apocalípticos, eran sus principales protagonistas. “Ahora estamos jodidos. Mi generación te decía eso. Era como una continuación del punk rock, pero totalmente desalmado, una música bastante triste y con eso me identifiqué”. Abrazado por este contexto fatalista, Edgar comenzó su trayecto -un poco más en serio-, como músico, productor y gestor cultural. Lo cual, indudablemente y después de 25 años, lo ha convertido en uno de los personajes que ha trabajado por el desarrollo de la música independiente local. Y para descifrar la enredadera de su carrera, hay que rebobinar la cinta 30 años atrás.
Allá en Ambato, justo en medio de los Andes ecuatorianos, Edgar sobrellevaba la pubertad devorando música. Su familia estaba involucrada en la radiodifusión y las líneas circulares grabadas en los vinilos se convirtieron en los principales canales por los cuales transitaba su vida. Descubrió el Punk, Rock y New Wave, pero uno de los géneros que zarandeó su perspectiva sobre cómo hacer música fue el Hip-Hop. “Aparte de ser novedoso por el rap, no se necesita tocar un instrumento para hacer música y como los tocadiscos eran un electrodoméstico más en mi casa, me arrastró por ahí”. A partir de este momento concibió la música desde una nueva perspectiva. Ya no la asumía sólo como placer, sino también como un lenguaje mucho más profundo y complejo que quiso descifrar.
La motivación por comprender cómo comunicarse a través de la música lo llevó a tomar clases. Pero más allá de querer ser un instrumentista, su verdadero interés estaba en cachar cómo funcionan las cosas, los instrumentos y los sonidos. Por esas épocas su padre le regaló un Four Track de cassette, y aquello fue el motor de la experimentación sonora, un propulsor que lo impulsó a jugar. “Esto me acercó a la música electrónica, pero el rock estaba ahí como la escuela principal, junto al hip hop y el pop”.
Del diseño gráfico al rock amateur
Edgar llegó a Quito para estudiar diseño gráfico, aunque una de sus principales motivaciones era formar una banda “seria de rock”. Tendría que ser en español y a manera de validación, la nueva ola del rock latino estalló. “Bandas como Café Tacvba, más contemporáneas y vanguardistas, buscaban señales identatarias más fuertes. Todo este abanico de posibilidades te daba muchas más posibilidades como autor para salirte del purismo”. Esto le marcó y enseñó a romper estereotipos, porque la nueva ola fue una resistencia, una forma de “escupir a la generación anterior, inclusive a la de uno mismo para ser menos chauvinista y conservador”.
Tiempo después, Edgar estaba por perder un semestre. Su prioridad estaba en la música y su objetivo tomó forma cuando se topó con Franz Córdova y Alex Manterola, amigos que estaban metidos en géneros más pesados. Edgar les propuso armar una banda y al saber que eran sus temas propios, aceptaron. “Todo era caótico, pero tuvimos una disciplina para que a finales de 1992 nos lancemos a tocar en vivo”.
Desde el amateurismo, la banda comenzó a buscar algo formal pero sin perder la ingenuidad. No querían caer en los clichés de esas bandas quiteñas de rock latino o pop que pasaban en la radio. Sabían que iba a ser complicado, se lanzaron y el primer concierto como Mamá Vudú fue cuando abrieron a Cruks en Karnak, allá por 1993. “En esa época comenzamos a tocar con grupos súper underground y pesados como Abadon o Cry. Para esos conciertos nosotros éramos demasiados blandos, pero en los más poperines éramos muy duros en cambio”. Aunque los espacios escaseaban, supieron arreglárselas para montar toques. Siguieron el camino de la autogestión e impulsaron todo un proceso, que según Edgar, es la verdadera razón para festejar los 25 años de carrera.
Autogestión
Para hacer música en Ecuador no solo es necesario componer y que algún tipo te descubra. Aquí hay que estar dispuesto a ser un aliado de la autogestión y encontrar en ella la motivación para montar escenarios y auto difundir los proyectos. Nunca será fácil, más aún cuando la mayoría de los medios de comunicación nacionales han cerrado sus parrillas de programación para difundir música alternativa local. Precisamente, a partir esta escasez de espacios y exposición, durante los noventa bandas y músicos comenzaron a plantearse ciertos retos que no solo potenciaron a Mamá Vudú, sino también a muchas otras bandas que empezaban a ser parte de un circuito fuera de los medios.
Convencidos de sus proyectos, Edgar recuerda que junto a los demás miembros de Mamá Vudú iban a golpear puertas, trabajaban visualmente en sus presentaciones o hacían los afiches de sus conciertos a mano. La idea de trabajar en comunidad era fundamental y a través de redes de trabajo, sacaban tocadas y conciertos adelante. “A partir de eso creamos una subcultura para activar y crear espacios que de otra forma no hubieran habido. Además, era importante mantener cierta coherencia desde el lado artístico y creativo para sobrellevar un ideal musical”.
Registrar y difundir su música a través del cassette era parte de su posición e ideal político. En aquella época era impensable grabar en estudio y la solución inicial fue sacar maquetas en cassettes. Así fue como la música de aquella época forjó sus redes de distribución. “Inclusive en algunos medios, comenzaba a rotar nuestra música. Eso es algo que siempre le agradeceré a Carlos Sánchez Montoya cuando en su programa, no sé si con permiso de la radio o no, ponía nuestros demos”. Para Edgar el camino siempre fue ese, mantener una posición política e ideológica con la música, desde la composición hasta distribución fuera de lo mercantil. “Es algo que tiene que ser defendido a capa y espada, y creo era la razón por la que la gente se identificaba”.
Los nuevos proyectos
Era el año 2004 y Edgar retoma esas memorias pubertas en las que se veía experimentando con su Four Track a cassette. La música electrónica siempre estuvo ahí, pero decidió que ya no solo debería ser un recuerdo. Rudimentariamente creó Niebla FM, un proyecto que se convirtió en un “propio taller de aprendizaje con sonidos y lenguajes que me pueden servir a mi”. Pero aún dentro de este aprendizaje personal e intimo, siempre tuvo la necesidad de hacer música desde lo colectivo.
Cuando hace 4 años se separó Mamá Vudú, Edgar quedó con el vacío de hacer música. “Si bien solo dejamos de tocar juntos, un tiempo me sentía triste y me empezó a costar trabajo relacionarme con la música sin dejar de pensar como banda. Ahí fue cuando se concretó lo de Costa Fría”.
El concepto inicial de este proyecto era pensar en cómo hacer una obra musical fuera del formato inerte del disco. Investigó y llegó a la conclusión de que podría hacerlo a través del videojuego. Alrededor de esto desarrolló un guión que se llamó “Historias de Costa Fría y Los Sonoristas”. Los sonoristas son personajes de un mundo post apocalíptico, en el que a modo de arqueólogos, recogían la música perdida de la civilización. Aunque el guión está ahí y listo para desarrollar, decidió primero armar los temas junto a Julio Valle de Mortero y Samuel Jaramillo. Esta, la última banda de Edgar, se convirtió en una costa extensa donde se escuchan sonidos industriales, balada latinoamericana y con un poco de rock latino. Aunque espontáneamente, aun visita esta locación cuando siente la necesidad de roquear en grupo.
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Tras buscar algunos archivos para un documental de Mamá Vudu -que está en proceso de producción- Edgar se dio cuenta de que tiene 25 años de carrera. Por eso surgió la necesidad de hacer algo y montó una serie de conciertos llamados «Inmersión». En ellos tiene invitados especiales y artistas con los que ha trabajado durante todo este tiempo en sus diferentes proyectos. Ya se presentó en Ambato y ahora tocará en el Museo del Rock Ecuatoriano en Quito, el viernes 14 y sábado 15 de julio.
Más allá de ser una celebración personal y de enfocarse un par de noches en todas las rolas que ha compuesto, Edgar dice que el valor primario de estos conciertos es recordar cómo “logramos armar cosas que han devenido en un movimiento cultural de los últimos años. Es una forma de reivindicar lo que ha sido un trayecto complicado y de muchos otros músicos también”. Sin equivocarse ni caer en generalidades, sí que es la verdadera celebración: escuchar los hits de músicos y proyectos que -directamente- son responsables de que el término “La Escena” salte con tanta facilidad de nuestras lenguas.
Para más info sobre el concierto visita: Inmersión, 25 años.