El maíz en el país de la apatía

por Radio COCOA
No solo la dieta, pero incluso el paisaje de la Sierra ecuatoriana, constituido por las inconfundibles chakras de maíz, podría cambiar drásticamente con la continua migración y el inevitable envejecimiento del sector rural.

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En promedio, los ecuatorianos consumimos por cabeza 14,5 kg de maíz al año. Comemos maíz desde que es posible incorporar sólidos a la dieta de un bebé, es decir, aproximadamente desde los seis meses de vida. Probablemente este sea el primer alimento que los niños aprenden a reconocer en el paisaje rural y a dibujar en las tareas de la escuela.

Pero, niños o no, cuando lo tenemos en el plato frente a nuestros ojos, es probable que la gran mayoría no sepamos de qué lugar viene ese choclo, ese mote, esa humita o ese tamal que devoramos con gusto. Sabemos con las justas que el maíz viene del campo; el campo, sin embargo, son muchos lugares y muchas personas que a diario atraviesan diversas situaciones, a menudo…desfavorables.

Desde que Ecuador se piensa como República, la realidad del campo ha sido esta: Mantiene lleno el estómago de las ciudades, pero sus habitantes carecen de condiciones de vida digna y oportunidades de progreso. Es una realidad que se perpetúa generación tras generación, porque el sector agrícola de pequeña y mediana escala ha sido uno de los menos atendidos desde las esferas gubernamentales, y en lo social, uno de los más estigmatizados. Las generaciones campesinas más viejas han soportado décadas de abandono, pero las nuevas, con justas razones, no están dispuestas a hacerlo.

Sujetos a un nivel de incertidumbre muy elevado, para los jóvenes ya no es atractivo dedicarse al trabajo de la tierra, entonces buscan oportunidades fuera. “La migración tiene un factor de edad importante”, menciona un artículo de la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO). “Un tercio de todos los migrantes internacionales de países en desarrollo tiene entre 15 y 35 años […] los jóvenes rurales son más propensos a migrar, en busca de mejores oportunidades y para lograr sus metas y cumplir sus aspiraciones personales”, agrega el artículo.

Es que, en el campo como en las ciudades también hay sueños y aspiraciones, señalarlo parecería innecesario pero la indiferencia hacia lo rural es tan acuciante que en realidad es importante manifestarlo. Ahora, ¿qué tan indiferentes somos ante la posibilidad de que uno de los alimentos más consumidos en la dieta ecuatoriana esté directamente afectado por este factor migratorio? ¿Qué tal si el choclo con queso que disfrutaste el fin de semana o la humita con café que te gusta cenar, de pronto ya no está ahí disponible? Considéralo un momento.

Migrar del campo a la ciudad no es un fenómeno nuevo, cierto; no obstante, lo que antes no se consideraba era el futuro de aquellos miembros de la familia que permanecían. Ese futuro hoy es evidente en los cuerpos envejecidos de la población agrícola. En ese escenario, no solo la dieta, incluso el paisaje de la Sierra ecuatoriana, constituido por las inconfundibles chakras de maíz, podría cambiar drásticamente con la continua migración y el inevitable envejecimiento del sector rural.

Migración, ¿quién hereda el campo ecuatoriano?

El arroz, el trigo, la papa y el maíz están entre los alimentos más consumidos alrededor del planeta. Han formado parte de la dieta humana desde hace tantos miles de años, que ya ni siquiera nos preguntamos sobre sus orígenes y mucho menos sobre su futuro. Creemos que estarán ahí por siempre, sin considerar que nuestro plato de comida es posible gracias a cientos de factores y recursos humanos y materiales que están en constante riesgo.

En Ecuador, el maíz es uno de los cereales de mayor importancia, no solo porque el consumo per cápita anual es de 14 kg, de acuerdo con el Instituto Nacional de Investigaciones Agropecuarias (Iniap), sino también por su peso identitario, que no se puede poner en números. Además, somos uno de los países con mayor diversidad genética de maíz por unidad, con 36 razas identificadas y, entre otras cosas, la diversidad es una garantía de sostenibilidad, o en otras palabras, de que estará entre nosotros por más tiempo.

En el país se produce dos tipos de maíz: duro (destinado a la industria agropecuaria, con sus principales cultivos ubicados en la Costa), y suave (para consumo humano y que domina los sembríos en la Sierra). El maíz suave, destinado al consumo básico familiar, es sembrado, en su mayoría, por pequeños productores como cultivo de subsistencia. Según el Iniap, las principales provincias productoras de maíz en la Sierra son: Bolívar, Cotopaxi, Chimborazo, Azuay e Imbabura, pero crece por todo el territorio ecuatoriano.

Precisamente estas provincias mencionadas presentan una población rural predominante, lo que históricamente se ha traducido en empobrecimiento y altas tasas de emigración; nuevamente, consecuencia del abandono estatal. Según la Organización Nacional del Trabajo (OIT), “uno de los problemas más importantes que surgen cuando se trata de definir intervenciones para el sector rural, es que las políticas públicas tienen un sesgo urbano que, por ejemplo, no reconoce las condiciones particulares de empleo de las áreas rurales y, en particular, del sector agrícola (como la estacionalidad)”. Estacionalidad, es decir, que no hay trabajo garantizado para todo el año.

En 2015, Imbabura y Cotopaxi se encontraban entre las provincias con mayor número de emigrantes que abandonaban las áreas rurales por cuestiones laborales y económicas. Hoy son Azuay, Cañar, Chimborazo y Bolívar. Hasta febrero de 2023, se estimaba que 45.727 migrantes ecuatorianos, muchos provenientes de dichas provincias, habían cruzado por la selva del Darién, que separa Panamá de Colombia, rumbo a Estados Unidos.

En un país como Ecuador, donde el cultivo de dichos alimentos ha dependido de familias campesinas dedicadas al trabajo de la tierra por generaciones (alrededor del 84% de las Unidades de Producción Agrícola, según la FAO), la continuidad de la labor de la tierra ya no está garantizada por el miembro más joven.

La cuestión es entonces: ¿Qué sucederá con el relevo generacional en la agricultura? ¿Quién cultivará un alimento tan esencial como el maíz si la migración continúa definiendo al campo?

Envejecer en el campo

Por otro lado, a esa falta de herederos del campo hay que sumarle que el sector rural está envejeciendo. En Ecuador, al menos 31% de los agricultores ha alcanzado la tercera edad, de acuerdo con la Encuesta de Superficie y Producción Agropecuaria del 2021 del Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC). Es decir, un tercio de adultos mayores campesinos hace posible nuestro plato de comida. Esa cifra supera en 24 puntos a la población joven, de entre 25 y 34 años dedicada al trabajo de la tierra, que constituye apenas un 6,54%, y es superada solo por 14 puntos por la población adulta, de entre 45 y 64 años, que suma un 44,89%.

La estructura agraria ecuatoriana está dividida entre la Agricultura Empresarial (AE) y la Agricultura Familiar Campesina (AFC) con “graves distorsiones” o desigualdades, asegura la FAO en un reporte. La AFC representa el 84,5% de las Unidades de Producción Agrícola, pero concentra apenas un 20% de la tierra, en comparación con el 80% que concentra la AE. No obstante, “más del 64% de la producción agrícola nacional está en manos de pequeños productores. La mayoría de alimentos consumidos en Ecuador proviene de la AFC”, señala el mismo reporte.

Es evidente que para una estructura agraria como la de nuestro país, el relevo generacional es fundamental, pero esos 24 puntos de diferencia entre el porcentaje de adultos mayores que  trabajan la tierra y los jóvenes que lo hacen nos habla de un problema. Esto nuevamente nos lleva a la pregunta inicial: ¿Quién hereda el campo ecuatoriano? ¿Nos interesa que quede a merced de la agroindustria, quien, según la FAO, “hace un uso indiscriminado de agroquímicos y energía para la agroexportación”?

Cabe mencionar que este no es un problema exclusivo de Ecuador. La principal tendencia demográfica mundial es el envejecimiento y se pronostica que en los países en vías de desarrollo se triplicará en los próximos 40 años, pasando de un 5,8 a un 15% del total de la población. El envejecimiento de la población es un acontecimiento exitoso de la humanidad pero presenta varios desafíos, entre ellos, el hecho de que “tiene un impacto directo en el mercado laboral, ya que las mejoras en la esperanza de vida afectan el comportamiento individual a la hora de decidir permanecer más tiempo en el trabajo”, explica un artículo de la OIT.

Sin embargo, hay que considerar que la agricultura es una de esas ocupaciones para las que no hay fecha de jubilación, pero en las que tanto el desgaste físico como la falta de innovación se traduce en menor productividad. No obstante, este no es asunto sólo de productividad, sino y sobre todo, de sostenibilidad y dignidad.

Envejecer es un derecho. Migrar es un derecho. Pero las personas seguirán haciéndolo sin garantías ni dignidad si no se piensa en soluciones integrales que consideren las correlaciones de estos fenómenos sociales en pro de la sostenibilidad del sector agrícola y, por consiguiente, de la soberanía alimentaria del país entero.

Cerrar brechas (empezando por la de la empatía)

Nunca antes en la historia del mundo habíamos tenido tanta disponibilidad de comida (ni tanto desperdicio) como la tenemos ahora : 931 millones de toneladas de alimentos se tiran a la basura cada año. Nunca antes en la historia los seres humanos nos habíamos movilizado alrededor del mundo tanto como lo hacemos hoy: En 2020, 281 millones de personas vivían fuera de su país de origen. Y nunca antes en la historia del mundo habíamos vivido tantos años como lo hacemos ahora: La persona viva más longeva del mundo ha cumplido 116 años.

Estos son acontecimientos globales contemporáneos y están moldeando el mundo; tienen sus propias causas y presentan sus propios desafíos, pero sería un error pensar que no existe correlación alguna entre ellos. Aunque en el frenético ciclo de noticias estemos acostumbrados a verlos de manera independiente, el envejecimiento, la migración y la agricultura se afectan de maneras tan profundas que provocarán cambios socioeconómicos y culturales igual de profundos a corto y largo plazo, en aspectos tan fundamentales como la manera en la que se alimenta un país.

No tengo manera de saber quién está leyendo esto, pero sí puedo conjeturar que si no eres (o alguien cercano a ti es) adulto mayor, migrante o agricultor, probablemente este asunto no te provoque tanta preocupación como te causaría otro tema más apegado a tu realidad. O si sí lo hizo, hay una alta probabilidad de que lo olvidarás en poco tiempo. Bueno, eso tiene una explicación que en la psicología se conoce como brecha de la empatía.

Sabemos que la tendencia humana es agruparse entre miembros con los que se comparte similitudes y, al haber un mayor nivel de relacionabilidad, expresamos mucha más empatía hacia las personas de nuestro mismo grupo; esto, por otro lado, se conoce como empatía parroquial. Se supone que toda empatía es buena, pero resulta que la empatía parroquial nos crea demasiados sesgos y hostilidades hacia grupos que consideramos externos.

Aunque la empatía en general es socialmente percibida como un rasgo positivo, no está garantizada en todas las interacciones sociales. De hecho, en el estado actual del mundo podría decirse que estamos atravesando una crisis de empatía. Es que “sentir empatía es psicológicamente costoso para el individuo […] y también puede generar costos materiales”, menciona un artículo de la revista Compass sobre psicología social y de la personalidad. Las personas, por lo tanto, regulan a la baja sus niveles de empatía, evitando, reevaluando o desviando su atención de las situaciones o estímulos que la demandan, señalan los autores.

¿Pero, qué hay de los costos colectivos a los que nos enfrentaremos en el futuro si no hay empatía entre divisiones sociales, por ejemplo, entre la ciudad y el campo? En otras palabras, ¿podemos imaginarnos un Ecuador sin choclo, sin mote, sin tostado, sin morocho, sin humitas, sin tamales, si seguimos desviando la mirada de los desafíos que enfrenta el sector rural?

En México, la sociedad civil lo vio claro: Sin Maíz no hay país, así de simple. Cuando la “crisis de la tortilla” se instaló en el 2007, por el alza de precios de la oblea de maíz y otros alimentos básicos, se hizo evidente que la soberanía y cultura alimentaria del país mexicano estaba en riesgo debido al abandono del sector agrícola.

A raíz de ese acontecimiento, desde ese año, un grupo integrado por más de 300 actores sindicales y civiles entre campesinos, ambientalistas, consumidores, entre otros, impulsa la Campaña Nacional con esa premonición como eslogan: Sin Maíz no hay país. La campaña pretende fortalecer el desarrollo y la producción campesina, a través de políticas públicas y gestos de la sociedad civil que generen encuentros entre diferentes sectores urbanos y rurales y procurar el futuro de un campo digno y sustentable.

De eso se trata, de cerrar la brecha de la empatía, de romper la empatía parroquial, de romper las burbujas. Nos gusta pensar que vivir en mundo globalizado nos acerca, pero vivimos más separados que nunca. Necesitamos empezar a pensar en las maneras en las que nos afectamos entre individuos y grupos sociales.

Necesitamos también recordar que todo acto alimentario empieza por un acto agrícola y que aún en países tan convulsos y cada vez más polarizados como Ecuador, la comida como el maíz y su peso identitario todavía nos garantizan un mínimo de cohesión social. Dicen que comer zanahoria mejora la vista o que comer sardina aumenta la memoria, mito o realidad, las consumimos con el beneficio en mente. ¿Y si nos inventamos que comer maíz regenera la empatía?

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Esta nota fue escrita por Katicnina Tituaña, Periodista y Editora de Radio COCOA, con apoyo en la investigación de Sebastián Navas, Coordinador de Gastronomía y Profesor del Colegio de Hospitalidad, Arte Culinario y Turismo de la Universidad San Francisco de Quito y Esteban Tapia, chef, investigador y profesor de la USFQ. La voz es de Bernarda Troccoli.

La Cosecha es un proyecto colaborativo entre Radio COCOA y el Colegio de Hospitalidad, Arte Culinario y Turismo de la Universidad San Francisco de Quito (USFQ) y cuenta con el apoyo económico de los Grants de Producción Creativa del Decanato de Investigación de la USFQ.

Referencias

Guía para la producción sustentable de maíz en la Sierra ecuatoriana 2021. Instituto Nacional de Investigaciones Agropecuarias

Informe sobre las migraciones en el mundo 2022. Organización Internacional para las Migraciones

931 millones de toneladas de alimentos terminan en la basura cada año. (Mónica Mena Roa, 2021). Statista

Caracterización morfológica de la diversidad de razas de Zea Mays en la Sierra norte de Ecuador. 

Efectos de la Covid-19 en la economía rural de América Latina. Efraín Quicaña, 2020. Organización Internacional del Trabajo

Migrantes ecuatorianos, segundo grupo más numeroso que cruzó el Darién hasta el 26 de febrero. EFE, 2023 vía El Comercio

Encuesta de Superficie y Producción Agropecuaria. INEC, 2021. Instituto Nacional de Estadísticas y Censos

Ecuador en una mirada. Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura

Tres provincias tienen mayor emigración. (Modesto Moreta, 2015). El Comercio

Closing the empathy gap: A narrative review of the measurement and reduction of parochial empathy.  Anna Maria C. Behler, Daniel R. Berry. 2022. Social and Personality Psychology Compass

 

 

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