Eduardo Milán y la música de un poema que “se sigue”

por Jorge Bayas Lituma
La poesía de Eduardo Milán combina sentimiento, ritmo y la fuerza de un intelecto poderoso. Además, es iluminadora para nuestra época. Conversamos con el poeta uruguayo sobre su obra.

Eduardo Milán

Vivimos en un mundo en que es posible, por unos minutos, descansar del tráfago tecnológico diario y abrir una novela, un libro de ensayos o un poemario. Y sumergirnos en una profundidad poco común que, por lo general, nos roba la tecnología, emparentada, hoy más que nunca, con lo fútil, lo efímero, lo falaz.

Así he leído, a retazos, con pausas intercaladas, con distracciones ocasionadas por la inevitable fuerza que despliegan los tentáculos de la tecnología sobre instante vivido, La leyenda del poema: la antología poética del uruguayo Eduardo Milán (Rivera, 1952—), publicada por USFQ PRESS. He penetrado, hasta donde mi experiencia me ha dejado, en un libro poco amable para nuestros tiempos, que, contrarios a la poesía del oriental, exigen tanto lo que alcanzo a entrever Walter Benjamin en los años 30: una gran atención por todo aquello que se puede abreviar y por la información, como el culto al entretenimiento y a la comunicación instantánea y excesiva.

 “Digo que para qué hablar tanto, si el ser humano nunca habló tanto. Ni siquiera tiene tanto que decir. La gente se habla por celular para saber dónde está el otro, haciendo funciones de policía con su propia pareja. Así no funciona el puente, se habla por hablar. Hay que callarse un poco la boca. Octavio (Paz) lo decía —y te estoy citando a una figura que aparece como no santa para muchos, pero era un gran intelectual, y hoy se nota—: para hablar hay que aprender a callar”, elabora Eduardo, con una voz mansamente enérgica y risueña que, a medida que suena, se va modulando en los matices de sus opiniones y recuerdos.

Pese a pertenecer a estas generaciones que viven pegadas a los aparatos tecnológicos, comparto su opinión. Sin embargo, ocurre algo.

La vida es una paradoja continua, una perpetua manifestación de las verdades cabeza abajo. Y mi oportunidad de hablar con Eduardo se ha dado, justamente, a través de Zoom, la aplicación emblemática de los días complicados que vivimos.

Eduardo Milán

Edición web de La leyenda del poema. Ilustración: cortesía de USFQ PRESS

Minutos antes de la entrevista, me encuentro nervioso: anhelante pero acobardado. Tengo miedo de haber elaborado preguntas demasiado sencillas o, por el contrario, muy abarcadoras, poco concretas, o de haber leído la poesía de Eduardo de forma distraída e insuficiente. Por momentos no quiero que no llegue el momento de abrir la sala de Zoom. Pero, inexorablemente, la hora fijada llega.

Abro la sala unos 30 segundos después de cumplirse las 11:30 de mañana del domingo. No tengo que esperar más de otros 30 segundos. Llegan casi en simultáneo Eduardo y María Auxiliadora Balladares, poeta y profesora de la Universidad San Francisco de Quito bajo cuya mirada silenciosa —que observo en uno de los recuadros de la pantalla de la aplicación— haré mis preguntas a Eduardo. Las formalidades se cumplen sin sobresaltos. Una vez probado el sonido, procedo con una pregunta convencional.  

Pregunto a Eduardo en qué momento la poesía empezó a asentar sus bases en su vida. Lo hago después de haber leído, en otra entrevista, que eso ocurrió en su adolescencia. Una etapa que en que, desde mi perspectiva, por lo general se incuban las vidas literarias y que es inmediatamente sucedida por la primera juventud, un periodo de soledad al que, en palabras de Octavio Paz, “el mito, la biografía, la historia y el poema registran” y que “precede a la vuelta al mundo y a la acción entre los hombres”.

 

Afortunadamente, la respuesta de Eduardo me sorprende y arroja luz sobre algo que, de forma vaga, he pensado desde hace un tiempo:   

Creo que la infancia es lo que te permite pertrecharte, sin saber —para usar un término del capital— que has acumulado una visión simbólica del mundo, y también depende de si leías en la infancia. Además, en la adolescencia, aparte de la experiencia que se desarrolla, como ser autónomo, uno lee mucho. Bueno, te estoy mencionando ese uno como una categoría universal, y ya no existe, porque se lee muy poco hoy, en términos de jóvenes. Y yo estoy hablando de lo que leía yo. La época en que leí más fue la adolescencia”, afirma.

Llama mi atención que mencione a la infancia. Sobre todo, por la reflexión que la mención provoca en mí acerca de lo que se origina en esa época a nivel sensorial y simbólico. Pienso en esa cantera añeja de imágenes, sueños y recuerdos que permean las páginas maduras de grandes escritores.

A la vez, me pregunto cuáles son los referentes que han nutrido la voz del poeta. 

En otras entrevistas y en los poemas rastree algunas influencias que cargan los versos de Milán: Eliot, Paz, Stevens, Pound, Vallejo y Gelman. Pero sospecho que hay un montón más, pues, como alguna vez leí por ahí, los poetas suelen ser los lectores más incansables y omnívoros, ajenos a la funcionalidad de los libros y sensibles, por el contrario, a la fibra escondida dentro de las palabras. Hago la pregunta necesaria y, nuevamente, la respuesta me asombra:

“Yo leí a los beats, mucha poesía norteamericana. Y me acuerdo de que tenía una posición existencialista, como todo joven, y leía a Kafka, que es un compañero de vida inolvidable. Hay muy pocos. Claro que después uno va encontrando más gente que se parece a uno. Aparece Robert Walser, el suizo que escribía en alemán, que es notable y que no te suelta nunca más. Pero Kafka es algo más…”, indica.  

Pronto, Ginsberg, William Burroughs y Kerouac acaban por instalarse en la conversación. Lo particular es que en el discurso de Eduardo su presencia no remite tan sólo a lo obvio al interior de la esfera en que la lectura de esos poetas norteamericanos suele practicarse: la esfera contracultural. Por el contrario, apela también a una noción fundamental dentro de la poesía, quizá dentro de toda escritura literaria. “Me doy cuenta de lo importante que para mí es la oralización poética, aunque crea, paradójicamente, que la poesía es un acto íntimo. Es un encuentro de uno con uno, es como la música”, explica el escritor uruguayo.

Y, en efecto, después de la entrevista releo salteados algunos de sus poemas, pero esta vez en voz alta, salmodiando las pausas como debe ser. Ahí está escondida, tras la apariencia leve de la cesura, la música del idioma.  

***

A los 19 años sucedió algo que acabó por definir los contornos del sendero vital por el que Milán comenzaba a caminar: el encarcelamiento de su padre. Un hecho que estaba cubierto además por la estigmatización.  

Uno de los rumores que cundían por el barrio era que el padre de Eduardo era comunista. Lo esparcían la familia de la madre y los vecinos. Y era, por usar las palabras de Hermann Hesse que María Auxiliadora Balladares cita en el epílogo de la antología, no “una señal física en la frente que los distingue —a los militantes— de los demás”, sino algo que tienen “las personas que poseen una inteligencia particular que les permite cuestionar aquellos relatos, como los religiosos, que se aceptan como verdades inequívocas”. Una marca invisible pero nociva dentro de una sociedad prejuiciosa.

A ello hay que añadir que la madre de Milán había muerto ya, durante los años infantiles de este.   

Ambos hechos dejaron una marca honda. Abrieron una dirección y, como un reguero de piedras, fueron delimitando un territorio artístico ligado con la política y la vez con el dolor interior. “En mi caso hay un juego de escapar de la prisión. Yo me considero una persona marcada por dos experiencias: la orfandad temprana y la cárcel de mi padre. He hecho lo que he podido con eso, y ahí está, no tiene cura”, cuenta el poeta oriental, que, vale contarlo, se vio obligado a viajar en 1979, por culpa de la dictadura militar, a México, donde reside desde entonces.   

Es por eso por lo que la política no abandona esta antología, jamás. La horada ocasionalmente con versos como “No puedo escribir el poema que quiero, / el poema de parar la guerra, / el poema de retirar soldados / y reponer el sol –hay tiniebla”.

No obstante, Eduardo dista mucho de incurrir en el panfleto. Sus poemas, en su mayoría, están trazados en un lenguaje personal, a veces muy sensible al mundo y a veces filosófico, que rompe los códigos dominantes sociales y se rige sólo por los timbres de su cambiante voz: 

“Cuando uno dice comunicación, uno maneja un código, domina un código. La poesía escapa a un código, siempre escapó. A mí me interesa toda la poesía, pero los grandes momentos, la poesía provenzal del siglo XI, ciertos momentos de la poesía del Renacimiento, el gran momento del Barroco, el Romanticismo, las vanguardias, que están tan desprestigiadas, son momentos no comunicantes en el sentido de obediencia al código. Eso me formó a mí”, señala.

Sus versos son crípticos, abundantes en imágenes personales, conceptos y alusiones eruditas que van entrelazándose de forma encubierta con su vida. Esto, por supuesto, dificulta la lectura de los poemas. 

Aunque no todo es oscuridad. En cada página emergen las iluminaciones, los fogonazos de sentido. Y estoy seguro de que cada unx de nosotrxs hallará algo, algún verso o alguna estrofa, que le llame la atención y vaya a tono con su vida. Copio a continuación unas líneas que me han tocado con hondura:

…colibrí parado, suspendido / aleteo que parece parpadeo / cántame la canción aquella / que tanto me gustaba en una época”

Estos versos destacan por apelar a lo sensible, al recuerdo aparentemente feliz, a la nostalgia. Otros son, en tanto, más intelectuales:

…la poesía no termina nunca / mientras el hombre dura, ahora / que se aproxima peligrosamente al concepto nunca 

Pero jamás terminan por internarse por completo en los dominios del intelecto puro.

En su ensayo “Entre la inmanencia y la trascendencia”, el poeta puertorriqueño Francisco Matos Paoli usó la expresión “pureza centrada”, a la que definió como “el equilibrio entre la emoción y el intelecto”. Una imagen que, creo yo, define muy bien a los poemas de Milán, al mismo tiempo oscuros e intempestivamente centelleantes. 

***

La literatura no es espontánea por completo. No está en el aire. No surge de una mano iluminada, genial, que, de pronto, y sin ayuda de nadie, bosqueja algunas líneas afortunadas. Está asentada sobre otras obras. 

En la poesía de Milán, eso se nota. Los guiños a otros textos son frecuentes pero sutiles. Y en su propia conversación salta a la vista un torrente de referencias textuales que muestran un diálogo franco y activo con la tradición poética. En parte, tal vez sea por eso por lo que un par de sus versos dicen lo siguiente: “Un poema no se comienza nunca, / únicamente se sigue”.

En el diálogo que sostenemos, él lo expone mejor, armado con un abanico de alusiones —entre las que está una muy clara a Mallarmé— que confluyen hacia una sola explicación. “Lo que creo es que la poesía es una inmensa constelación, para usar el término tan caro a Walter Benjamin. Y uno se relaciona o está relacionado antes de escribir con esa constelación. Ahí, en la conciencia constelativa, como dice Borges, uno elige sus maestros. Elige los vínculos que uno quiere entablar con la constelación”, indica. 

Su poesía oscila entre los distintos acentos y ecos. Viaja. “Uno itinera, va de un punto al otro. Yo estoy cuestionando la fijeza, como dice Lezama”, afirma Eduardo.

En la obra del oriental la fijeza está cuestionada no sólo en un nivel textual. También aparece en ella una falta de seguridad, de púlpito, de un lugar bien resguardado y cómodo desde el que el poeta puede hablar con base en una certeza incólume. A eso me suenan estas líneas:

¿Centro? Nunca hubo centro. / Hay un testigo: un mirlo que en un lugar de la mancha / del mar entonces canta. ¿Entonces cuándo?”

Esa falta de certezas se nota con claridad en las dudas constantes que asaltan sus poemas. En la imposibilidad de escribir “aquel endecasílabo en llamas / que está quemándose allá lejos”. En las “pérdidas” constantes.

Milán tiene consciencia de eso. Y lo convierte en una de las fortalezas de sus versos.

Yo cuestiono esas posiciones de los poetas consigo mismos, cuando entran en una especie de gran seguridad y, por lo tanto, de gran autocomplacencia, como si estuvieran en un perfecto asentamiento en el mundo. Por eso yo manejo el asunto del no-lugar en la poesía. Para que exista esa ambigüedad en lo poética, para que no haya tal seguridad”, apostilla.

***

Fueron Rousseau, Marx, Baudelaire, Nietzsche, Adorno y Horkheimer quienes en los siglos XVIII, XIX y XX nos advirtieron contra las trampas de la modernidad. Los que empezaron a mostrar los pocos pero importantes puntos sombríos dentro del proyecto de la Ilustración, a los cuales nadie les prestó mayor atención. Por el embeleso que las promesas hechas por los protagonistas del movimiento provocaban.

Eduardo es de aquellos que piensan que los orígenes del complejo presente que vivimos no son recientes. Las señales han estado dispuestas por el camino durante años. Sólo que ignorarlas ha sido lo más sencillo.

Los últimos años la gente le echa la culpa al neoliberalismo, como si fuera el vampiro de los últimos tiempos. Pero el neoliberalismo es una manera radical de ejercer un tipo de capitalismo. Entonces no vamos a venir a rasgarnos la vestidura de que toda la culpa del pasado la tienen los neoliberales. No, este problema es anterior. El Manifiesto del Partido Comunista es de 1848. Por esa época estaban Las flores del mal de Baudelaire. No hay que cortarse las venas”.

Disimulada entre las imágenes y la propia biografía entre líneas del escritor uruguayo, podemos ver una radiografía de los tiempos recientes. Tiempos en que, a base de momentos perecederos, dictados por el algoritmo, la sensibilidad empieza a dormirse. Algo que la severa pandemia que está sucediendo este rato sólo agrava:

…en cuarentena enclaustrado se oculta la presencia / luego se oculta el claustro / luego nadie sabe dónde está”

 Estos versos no son de 2020 o 2021. Pertenecen al poemario de 2009 de Eduardo El camino Ullán, escrito, creo, en los días en que la gripe porcina se diseminaba por el mundo. Pero son asombrosamente certeros para las horas actuales.

 Puede, sin embargo, que algunxs se pregunten por qué lo son.  

A fin de cuentas, en medio de este panorama poco favorable, no es difícil empezar a interrogarse por el rol de la poesía. ¿Acaso sirve de algo? ¿No será un lujo prescindible propio de esos buscadores de la belleza que están encerrados dentro de su torre de marfil?   

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 Si leemos la escritura de Milán, no lo creeremos así. Sus versos están asidos con firmeza al mundo. Pero de ellos emana movimiento. Aunque no en un plano concreto, sino en aquellas coordenadas más evanescentes que permiten ver el mundo bajo otras luces. No es poesía comprometida ni pura. Es poesía viva.

 “La poesía no es un arma para pelear, pero es un momento de consciencia humana que despierta todos los sentidos, y yo creo en los sentidos despiertos”, detalla el poeta.

***

Orfeo, aquella figura mítica que pisó el Hades en busca de su amada Eurídice, aparece en algunos poemas de Milán. Lo hace como motivo recurrente y nos recuerda las dos lanzas que atraviesan la obra del poeta oriental. Aunque es probable que en ninguna parte lo haga con tanta fuerza como en este pasaje:

¿Es la desposesión el origen del poema / o la orfandad? ¿O ambos de Orfeo?”

Quiero detenerme en la desposesión. Y quiero que sea con eso con lo que concluya este texto, porque esta palabra provoca varios asuntos, entre los que quiero destacar dos: la conciencia de fugacidad de las cosas que entraña la existencia humana, su relación con la poesía y las palabras finales de Eduardo, que son, a su modo, sabias y admonitorias:

Es difícil librarse de la creencia de que uno posea, sobre todo cuando aparece la verdad de que la vida es pérdida. Es un juego de materia con vacío, para aleccionar al que canta. Orfeo no puede cantar sin desaparición, o algo que estaba y ya no está”.

Ahí está esbozado el color pálidamente vibrante de la sangre que anima los poemas de Milán, bombeada desde el “no-lugar”. Como escribió Eliot, “lo único que posees es lo que no posees. Y en donde estás es en donde no estás”.

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Podrás adquirir La leyenda del poema próximamente, en formato digital —en Amazon y iBook Store— y en formato físico —en The Owl y otras librerías—. Quédate atento. 

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