Futuro Liquido es un proyecto transmedia de divulgación científica que aborda las complejas problemáticas y desafíos relacionados con la conservación, acceso y gestión del agua en Ecuador. En este editorial, Juan Pablo Viteri y Katicnina Tituaña explican cómo fue la producción del primer episodio.
Por Juan Pablo Viteri y Katicnina Tituaña
El 6 de junio lanzamos al aire con mucha ilusión el primer episodio de Futuro Líquido, un proyecto transmedia que empezamos a conceptualizar desde finales de 2023, cuyo producto principal es un podcast de seis episodios.
Al primer episodio lo nombramos: ‘La ingeniería que protege el agua es indígena y comunitaria’, un título premisa de lo que exponemos y defendemos y que lo dedicamos a los páramos y sus guardianes como agentes vitales de la gestión del agua que consumimos a diario en gran parte de la sierra norte ecuatoriana.
Este es un texto reflexivo sobre lo que nos dejó la experiencia de producción de este episodio que nos llevó a recorrer —física y a través de mucha bibliografía— una pequeña parte del complejo sistema hídrico de este país.
Para empezar, este episodio fue la excusa perfecta para visitar un territorio que configura mucho de nuestra identidad como personas andinas. Es que, si naciste en los Andes, entonces probablemente tendrás alguna relación con la geografía que te rodea y que ha estado ahí desde hace muchísimo antes de tu llegada al mundo.
“Hay algo mágico en poder siempre estar pegaditos a los Andes”, dice la ilustradora chilena conocida como Nagú. Seguramente no todos tendrán un apego afectivo o espiritual, pero luego de una larga estancia fuera, creo que muchos podemos identificarnos con el sentimiento de ver el contorno montañoso del paisaje y sentirnos en casa.
Sin embargo, no es lo mismo mirar las montañas y cerros desde el sexto piso de un edificio de una capital densamente poblada con el ruido del tráfico de fondo, que verlas, pisarlas y respirar el frío allí en las alturas, en el páramo, a más de 3000 metros sobre el nivel del mar. No todos los días se tiene esa oportunidad.
A los que no vivimos allí nos toca provocar oportunidades para encontrarnos cara a cara con ese territorio que conocemos muy poco, pero que, nuevamente, configura gran parte de nuestra identidad y que, sobre todo, es proveedor de nuestra vida humana y de muchas otras con las que coexistimos.
Afortunadamente, el periodismo es una de esas profesiones que permiten, un viernes como cualquier otro, viajar al páramo y escucharlo como un informante más.
De hecho, así es cómo tratamos a este ecosistema desde el momento en que definimos el primer tema para Futuro Liquido: como un sujeto propio que tiene algo que decir. Que conversa con quienes lo habitan y han habitado desde tiempos antiguos. Que guarda información y memoria.
Es que desde la profesión periodística, una de las varias que confluyen en la producción de Futuro Líquido, asumimos que las voces expertas u oficiales no son sólo humanas ni dependen de una legitimidad meramente técnica o académica.
Por ello, durante nuestras visitas a los páramos de Cayambe y Oyacachi fue importante entender a este entorno como un personaje más de esta historia, y esperamos que así también lo haya comprendido nuestra audiencia.
Ventajosamente la ciudad de Quito, donde estamos basados quienes llevamos adelante Futuro Líquido, está rodeada de zonas de páramo de fácil acceso; una ventaja que, sin embargo, nos hizo cuestionarnos: ¿por qué, estando tan cerca, desconocíamos de muchas de sus funciones y significados? Eso, por supuesto, ha cambiado.
Hoy entendemos que existe una relación fundamental entre los páramos y el agua en Ecuador y esta relación es tal vez más vital de lo que podríamos pensar. Quienes vivimos en las ciudades pocas veces nos preguntamos de dónde viene el agua que consumimos a diario y probablemente pensamos poco en los páramos.
Ignoramos que casi toda el agua disponible en nuestro el continente viene de estos territorios. En un ciclo permanente, las nubes y la neblina acarician estos territorios de altura depositando grandes cantidades de agua. Por un lado estas aguas descienden hacia las llanuras de la serranía hasta desembocar en las costas del Pacífico.
Por el otro, se dirigen hacia la amazonía, cruzando fronteras y desembocando finalmente en el Atlántico. Además, estos territorios montañosos y muy particulares absorben grandes cantidades de dióxido de carbono. Los páramos son, en definitiva, fuente fundamental de vida.
A pesar de su vital importancia, históricamente los páramos han sido vulnerados por su ocupación y uso inadecuado, y por incendios forestales. A esto se suman amenazas nuevas como la minería y el cambio climático.
Pero como es una constante en todo el planeta, son los pueblos originarios quienes han reconocido la importancia de los territorios naturales. Asimismo, son precisamente estos grupos quienes siguen desarrollando modelos de ocupación sostenible y quienes a menudo se encargan de su protección y restauración.
“Las tierras indígenas constituyen alrededor del 20% del territorio de la Tierra y albergan el 80% de la biodiversidad restante del mundo, lo que indica que los pueblos indígenas son los guardianes pmás eficaces del medio ambiente” afirma el Instituto Internacional para el Desarrollo Sostenible (IISD por sus siglas en inglés).
No es coincidencia que en el Ecuador existan varias iniciativas indígenas y campesinas que, desde la organización comunitaria, han asumido un rol activo en la protección de los páramos. En este episodio visitamos Oyacachi y Cangahua en la sierra norte.
Estos territorios vecinos, se han autoorganizado para proteger sus páramos que se encargan de vigilar el territorio, procurando el buen uso del suelo y controlando que no se den incendios. También generan propuestas de políticas públicas para la preservación y manejo en donde el medio ambiente y el agua juegan un rol protagónico.
Uno de sus acuerdos más importantes y tal vez el de mayor impacto ha sido la delimitación de la frontera agrícola hasta los 3900 metros sobre el nivel del mar.
Los resultados de estos esfuerzos se reflejan en la recuperación de la cobertura vegetal y la diversidad de flora, la conservación de pantanos, el mantenimiento e incluso la recuperación de los caudales de agua, y el regreso de la vida animal silvestre.
Además de los casos que vimos en este episodio —Oyacachi y Cangahua— hay otras comunidades en la sierra andina de Ecuador que están respondiendo estratégicamente al cambio climático.
Un ejemplo es la comunidad de Yatzaputzan que creó un área de conservación del páramo excluyendo usos agrícolas y ganaderos para proteger las fuentes de agua.
De manera similar, en Cotopaxi está la Organización de Mujeres Indígenas y Campesinas Sembrando Esperanza (Omicse). Esta organización, conformada por más de 800 mujeres, lleva a cabo distintas acciones como la concientización, la protección de la frontera agrícola, la reforestación, y el desarrollo de prácticas agrícolas sostenibles.
También se puede mencionar fondos de agua, como el Fondo de Páramos Tungurahua y Lucha contra la Pobreza (FMPLPT) y el Fondo Ambiental para la Protección del Agua (FONAG). Estas iniciativas buscan conservar y recuperar áreas de páramo y sus funciones hídricas mediante arreglos financieros e institucionales. Además, implementan estrategias de conservación, restauración ecológica y educación ambiental. Entonces, ¿qué conclusiones nos dejan estas experiencias?
La primera es la importancia de reconocer al conocimiento ancestral como conocimiento legítimo. Los pueblos indígenas han practicado la sostenibilidad durante siglos y la ciencia occinental ha empezado a notarlo.
Por ejemplo, un estudio de la Web of Science del Instituto para la Información Científica (ISI por sus siglas en inglés) evidencia que términos como “Indigenous Knowledge” [conocimiento indígena] o “Traditional Ecological Knowledge” [conocimiento ecológico tradicional] se han multiplicado y son cada vez más comunes en investigaciones en ciencias ambientales.
Más allá de los aportes de conocimientos técnicos que pueden venir de comunidades indígenas se debe reconocer su conciencia. En un momento en donde el cambio climático vulnera de formas cada vez más agresivas la vida en el planeta, varios pueblos indígenas siguen manteniendo relaciones afectivas y culturales con la naturaleza mucho más sofisticadas y sostenibles que las miradas utilitarias del mundo moderno.
Reducir a la naturaleza a una fuente de recursos y no ver que es la fuente de la vida es la base fundamental de la crisis ambiental que enfrentamos. Como sociedad es urgente repensar nuestra relación colectiva con la naturaleza.
Entender que como humanos tenemos una responsabilidad sobre ella. Debemos superar la idea de que la naturaleza nos pertenece y empezar a entender que más bien pertenecemos a ella. Esta mirada ancestral, que se asume pasada, es en realidad la clave para construir un futuro.