A medida que las principales capitales del mundo gozan de una disponibilidad insólita de camarón; el ecosistema y el tejido social de la región costera ecuatoriana han sufrido un debilitamiento con pocos esfuerzos por parte del Estado para revertir la situación.
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“La industria camaronera no es una alimentación para el pueblo, sino para otros, para el consumo en exceso en otros lados. […] Está asentada en los lugares más empobrecidos de nuestra patria y sobre eso se levanta el segundo rubro de exportación que tiene este país. ¿Dónde están esas divisas, si donde éstas se producen estamos los más pobres?”
Esas palabras le pertenecen a Líder Góngora, esmeraldeño y dirigente histórico de la lucha por la protección del manglar, citadas en un reportaje del portal de noticias Plan V, publicado el 2 de agosto de 2023.
Hoy el camarón es uno de los frutos marinos más cotizados alrededor del mundo y, Ecuador, uno de sus mayores productores. Según informes del Banco Central, al presente año el camarón es el principal producto de exportación no petrolera del país.
De acuerdo con un informe de la consultora de datos Oikonomics en alianza con la Pontificia Universidad Católica del Ecuador, en el 2021, la producción local del crustáceo “alcanzó un millón de toneladas”; y para marzo de 2022, la libra en el mercado internacional estaba cotizada en USD 14,96.
El mismo informe de la consultora sostiene que “entre 2015 y 2021, la producción del sector camaronero ha crecido a una tasa promedio anual del 16%”.
Por otro lado, la Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), señala que China es el mercado con la mayor importación del crustáceo, seguido de Estados Unidos, España y Japón. ¿Sus principales proveedores? Ecuador, India, Vietnam e Indonesia.
Ese es el contexto de las palabras de Góngora, pues para alcanzar esas cifras de exportación y posicionamiento en el mercado, lo que ha tenido que ocurrir es que, en tan solo 50 años, Ecuador ha perdido alrededor de 56 mil hectáreas de manglar, según una investigación del medio digital GK. Esa extensión es equivalente a cinco ciudades ecuatorianas: Durán, Salinas, Machala, Cuenca y Guayaquil (una de las más grandes del país).
Y sobre esa extensión hoy se asientan las piscinas para el cultivo del crustáceo, que en total ocupan una superficie de 233.000 hectáreas, es decir, casi seis veces la ciudad de Quito.
Ocupar y asentar son aquí palabras clave, pues entre sus varias definiciones está la de “tomar posesión o apoderarse de un territorio invadiéndolo o instalándose en él”. Exactamente lo que ha ocurrido con la industria camaronera y las poblaciones costeras ecuatorianas, desplazadas, como manifiesta Góngora, a costa del “segundo rubro de exportación que tiene este país”.
De las hipocresías ambientales
En 1994, en Ecuador se ordenó la veda de tala de manglar durante cinco años. En 1999, en cambio, el decreto ejecutivo 1102 estableció la veda indefinida que no sólo prohibía su tala, sino también la construcción de nuevas piscinas camaroneras.
Sin embargo, a pesar de estas y otras leyes nacionales y regionales para la conservación ambiental, desde el Estado se han regularizado actividades que atentan dichas leyes, e incluso se han otorgado más permisos y concesiones para la construcción de piscinas camaroneras incluso en áreas protegidas.
En 2022, el sector generó USD 6.653 millones de dólares, una riqueza que no es directamente proporcional a la prosperidad de los territorios con mayor actividad de la industria en el país. Provincias como Guayas, El Oro, Esmeraldas y Manabí, que concentran más del 90% de la superficie dedicada al cultivo de camarón, presentan niveles de pobreza y criminalidad en aumento.
Entre 2019 y 2022, el porcentaje de personas en situación de pobreza por ingresos aumentó en las provincias de El Oro, Guayas y Manabí, llegando esta última casi al 30%. En Esmeraldas, este aumento fue aún más inquietante; allí la pobreza por ingresos económicos afecta hoy a más del 50% de su población.
Y es que, como señala la tesis de maestría ‘Comunidad Urbana e Industria Camaronera: Resistencias Territoriales en Muisne-Esmeraldas’, publicada en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO) sede Ecuador: “Mediante la sobreexplotación de la naturaleza se han generado ganancias que han acumulado unos pocos, mientras que se ha afectado de manera irremediable la naturaleza y la soberanía alimentaria”.
Conservar o morir
Los manglares, conocidos también como bosques salados, son de los ecosistemas más fundamentales para la vida en el planeta. De ellos se benefician muchas formas de vida, incluida la humana, y desempeñan importantes funciones para el equilibrio ambiental.
Son capaces de capturar y almacenar hasta cinco veces más carbono que los bosques tropicales terrestres. De allí que su conservación es crucial para la lucha contra el cambio climático.
Sin embargo, a nivel mundial se calcula que en los últimos 40 años se ha perdido el 20% de la superficie de los manglares. Cada año se reduce un 2% del total de su extensión y su deforestación es responsable de un 10% de las emisiones de carbono.
La amenaza para los manglares es también para la vida que depende de ellos, tanto la de especies marinas, monos y aves, como la humana. Ancestralmente y hasta la actualidad, la subsistencia de las poblaciones aledañas es inseparable del bienestar de estos ecosistemas, cuya relación rebasa la dimensión económica.
Como señala la misma investigación académica citada previamente: “El territorio, para las comunidades, tiene concepciones más amplias que para las industrias, como: culturales, soberanía alimentaria, hábitat, comunidad y lazos familiares […]”.
En otras palabras, las del líder ambiental esmeraldeño Máximo Cangá Castillo, mencionadas en un documental del cineasta ecuatoriano Pocho Álvarez: “El manglar ayuda a resolver la subsistencia de la familia. De una hectárea de manglar, pueden vivir cinco, hasta siete familias, porque unos pescan, otros hacen cangrejos, otros recolectan conchas. De diez hectáreas de camarón, solo puede vivir una familia”.
Además, cuando un bosque de manglar es talado, las poblaciones costeras son más vulnerables a sufrir estragos provocados por inundaciones, huracanes y tsunamis. Tal es la importancia de este ecosistema que no es una exageración prever que sin manglares no hay vida.
Reducir el impacto
En 2022, Ecuador exportó 1.060 millones de toneladas de camarón de producción industrial. Se calcula que “uno de cada cinco camarones que hoy circulan en los mercados mundiales procede de Ecuador”, de acuerdo con un reportaje de BBC Mundo.
Aunque el éxito de cualquier restaurante de mariscos en el país todavía recae en vender la experiencia marina o playera; lo cierto es que, al menos en el caso de los camarones, esos frutos ya no viajan hasta nuestros platos desde el mar.
Hoy por hoy, en Ecuador, la trazabilidad de un camarón que se compra en los supermercados o que sirven en las marisquerías empieza en un laboratorio de larvas, pasa por una piscina, luego por una planta empacadora, después por un transporte de carga refrigerada, hasta llegar al mercado y de allí, a los consumidores. Nada durante ese proceso tiene que ver con la fantasía playera.
Es que en el mundo, los alimentos cada vez tienen que ver menos con procesos orgánicos que involucren personas, recursos y entornos en equilibrio. Mucho menos historias o memoria. En cambio, lo que comemos es cada vez más el resultado de una producción mecanizada, acelerada y masiva. Desproporcional.
Por eso es tan importante que el acto de comer, sobre todo en los entornos urbanos, involucre varias preguntas; para empezar: ¿de dónde vienen los alimentos que conforman mi plato?, ¿qué tipo de producción fue empleada?, ¿cuánto viajaron hasta llegar a las manos que los prepararon?, ¿su disponibilidad es estacional o es permanente y, por lo tanto, forzosa?, ¿a cuántas personas involucra y bajo qué condiciones?
Cada respuesta nos dará una idea del impacto que tienen nuestras decisiones de consumo. Impacto siempre va a existir; pero se trata de reducirlo a grados que no perjudiquen a ecosistemas ni personas. Se trata de deshacernos de la necesidad de tener siempre disponibles y a bajo costo productos como el camarón. Y recordar que, muy probablemente, lo que está en nuestro plato podría estar participando en la destrucción de los manglares y atentando contra la seguridad de sus comunidades.
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*Esta nota fue escrita por Katicnina Tituaña, Periodista y Editora de Radio COCOA, con apoyo en la investigación de Sebastián Navas, Coordinador de Gastronomía y Profesor del Colegio de Hospitalidad, Arte Culinario y Turismo de la Universidad San Francisco de Quito y Esteban Tapia, chef, investigador y profesor de la USFQ. La voz es de Bernarda Troccoli.
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