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Desde la perspectiva de un creador, actor y profesor de teatro y artes de circo
por Matías Belmar
-Acércate para mearte insecto ijueputa, no puedo pegarte, tengo que mearte, ven para mearte, ijueputa, maricón… rata, ijueputa, ahora sí te voy a pegar ijueputa, maricón, ven, sal, enano e mierda, sal, ahora, somos hombres los dos, sal afuera, cobarde, mamarracho, enano ijueputa, sal a peliar conmigo, cobarde, carajo… Se acabo esta pantomima de guardar la compostura…
Así rezaba y continuaba su rosario de insultos el ilustrísimo Jaime Nebot Saadi. Así mostraba su cultura y dejaba ver lo más profundo de su ser con cada palabra que escogía para putear, en su ingreso al pleno del Congreso Nacional del Ecuador, aquel 31 de agosto de 1990. La historia es cierta. Todo esto era capaz de decir el diputado socialcristiano, después de haber sido retenido por el contingente entero de la escolta legislativa y haber empujado violentamente a su miembros, mientras buscaba entrar al edificio, al punto de hacer rodar a un uniformado por las escaleras.
Con un nivel de teatralidad insuperable, el entonces congresista llegaba borracho y atrasado a solucionar sus problemas. Hoy, este patriarca de Guayaquil es el aspirante más claro para ser el próximo presidente de la nación.
-Queeee socialismo. Mamarracho, vestido con frac, con pipa y tabaco inglés, COJUDO…
Así Respondía Nebot al otro congresista que quiso defenderse bajo el escudo de superioridad moral del socialismo, mientras los legisladores respondían con fuertes risas y aplausos. El presidente del Congreso, en medio este zafarrancho, trataba de poner orden a través de los altoparlantes diciendo:
-Ruego a los honorables legisladores mantener la calma, que después se acusa que el Congreso Nacional es un circo.
Yo, como artista de circo y payaso profesional, cuando escucho estas estupidísimas analogías, donde salgo a colación, siento extraña mezcla de emociones. Cuando miro una y otra vez el video de este suceso histórico para estudiarlo y transcribirlo me da mucha risa, me gustan esos personajes desbordados con actitudes incontrolables. Al juego escénico le hacen muy bien personas con ese nivel de expresividad, elocuencia y dramatismo. No así a la Asamblea Nacional o a cualquier servidor público. Ahí se necesitan habilidades muy distintas.
También, me da rabia y miedo cuando pienso en lo que son capaces de hacer impunemente… que esta es la calaña de gente que nos gobierna desde que tengo uso de razón… que los políticos que vinieron a destronarlos fueron igualmente detestables… y los que vinieron a hacer la posta al último gobierno son aún más rancios que sus antecesores.
Detrás de cada imbécil no falta otro igual que lo describe como payaso. Ellos seguramente conocen y han ido a espectáculos en vivo, han ido alguna vez al teatro y otras al circo —en el mejor de los casos—, pero les aseguro que nunca han tenido la oportunidad de hablar y participar con la persona-artista que está detrás de la nariz del payaso. Pregúntenle al payaso cómo es la vida del artista, por qué hace su trabajo o cómo fue su proceso creativo para crear la obra que vivieron JUNTOS.
La oportunidad de convivencia entre artistas y audiencia genera conciencia.
Detrás de cada hecho bochornoso o patético, como los que suelen ocurrir en la asamblea, no falta otro idiota que lo describe como un “circo”. Detrás de cada circo hay un equipo de trabajadores de las artes que se juegan su vida desde que se para la carpa hasta que se hacen las acrobacias y saltos mortales durante la función. Ese compromiso no se ve en la asamblea. En el circo existe un gran espíritu de cuerpo compuesto por familias muy distintas. No hay la opulencia y comodidades que sí se alojan en la Asamblea Nacional. Sin embargo, entiendo a este tipo de personas porque sé que la ignorancia es atrevida. Si leyeran, fueran curiosos o asistieran de vez en cuando al circo, al teatro o a cualquier acto cultural vivo, tal vez pensarían por sí mismos.
La participación es más importante que el acceso a la cultura para lograr romper la barrera simbólica que separa al artista de su audiencia. Y, para participar con nuestra audiencia, los artistas tenemos que dejar el confort de la caja negra y la cuarta pared, y salir a las calles a conquistar la atención del público con contenidos difíciles y lenguajes atrevidos.
Si los señores asambleístas, alcaldes, funcionarios de cultura, fueran al circo, al teatro o al cine independiente con regularidad, como van al cine del mall, o como van a un bar, estoy seguro de que verían al arte como el eje sobre el que se debe girar hacia una sociedad más sensible y creativa. En mis 20 años de carrera artística, recorriendo casi todo el país y habiéndome presentado en los mejores y peores escenarios, las “autoridades” nunca están ahí. Brillan por su ausencia, así como brilla el banner con el nombre de la institución convocante.
Quienes nos gobiernan, en el mejor de los casos, pueden ser gente preparada en universidades. Aunque no parecen serlo, porque no son gente culta. No lo son, porque nosotros, sus mandantes ecuatorianos, somos una nación inculta, «autodenominada pluricultural» sólo porque descansa en su indiscutible riqueza ancestral y en su patrimonio colonial. Sin embargo, la falta de cultura se vive en todo lado, en nuestro sistema educativo, en el machismo, la xenofobia, en la intolerancia a la diversidad sexual, etc. Nos duele a todos por igual, nos pesa día a día y es donde mejor quedan a la vista las flaquezas de nuestra identidad ecuatoriana. Es tal la incultura dentro de la que estamos sometidos que tenemos los gobernantes que tenemos. Nos los merecemos por giles.
Para nuestros gobernantes los presupuestos de cultura son los primeros en ser reducidos a la hora de enfrentar la crisis y buscar desesperadamente austeridad, después de haber botado la casa por la ventana en la fiesta del despilfarro sin igual del último gobierno, y no haber dejado casi nada como legado al sector cultural. Tan solo quedó un teatro en Loja. Con el presupuesto se podrían haber hecho más de 40 espacios escénicos implementados con las mejores condiciones para las artes escénicas —el palacio contemporáneo Benjamín Carrión de Loja costó más de $20 millones de dólares. Tuvieron que construirlo dos veces porque la primera vez no se veía bien el escenario desde las butacas—.
Si queremos cambiar la sociedad para mejor, llenémosla de arte subversivo, no de arte complaciente y concesivo. El arte escénico debe salir al espacio público, tomárselo, llenarlo de interrogantes y transformarlo para que nos encontremos en nuestra auténtica diversidad contemporánea, reconociéndonos y aceptándonos.
Sea como sea, el arte y la cultura requieren recursos, pero estos siguen siendo recortados. Este año al Ministerio de Cultura se le recortó 46% de su ya antes recortado presupuesto, mientras que a la Casa de la cultura le recortaron el 11%. Así pasa en todo gobierno local: se cortan los escuálidos fondos para cultura.
Como ejemplo: este año no va a haber en Quito su festival “Quito Tiene teatro” —Quito no va a tener teatro—, ni prácticamente ninguna programación cultural para la ciudadanía durante todo su verano por falta de presupuesto. Y porque, además, han ahorcado el emprendimiento independiente de circos, artistas y gestores culturales con la absurda burocracia con que tratan con nosotros, y con la gratuidad.
En buena hora, sin embargo, se han revisto prioridades y se han cancelado eventos “culturales” donde se concentraban los fondos de cultura, como en la millonaria y ultra masiva “Fiesta de la luz” en Quito. La última luz que he visto en la actualidad, la que me hace tener tranquilidad en que Ecuador tiene un mejor futuro fue la noticia de que ya no van se van a destinar fondos públicos desde el municipio de la capital para la elección de su soberana: la Reina de Quito. Ahora Quito no va a tener toros ni reinas. Esa es una visión de futuro que tensa en mi la esperanza de un cambio cultural positivo.
Pero los recientes hechos en Quito sólo son la punta de lanza. Si todo el Ecuador no cambia culturalmente va a seguir confundiendo a un ser execrable como Jaime Nebot con un líder positivo para este país, como el creador de un modelo de gestión admirable sólo por hacer una gestión administrativa no tan corrupta y mucho más eficiente que sus predecesoras. En Guayaquil, si quieres ir a tocar música en sus plazas, te van a ir a callar o a detener. Si bailas en sus calles, te va a caer la autoridad. Si vas a enamorarte al parque con tu novia, te prohibirán los besos. Basta que una mujer se siente en uno de sus parques sin cruzar las piernas, como dama, y también la van a ir a molestar los policías del Ilustre Municipio de Guayaquil.
Merecemos un cambio cultural urgente, y como artistas seguiremos reclamando por el estado de emergencia que vive el sector cultural en nuestro país.
Apoyamos el juicio político al saliente Ministerio De Cultura, Raúl Pérez Torres, por su desastrosa gestión, al igual que la mayoría de los antiguos ministros de esta irrespetada cartera de estado. Los trabajadores de las artes saldremos a una segunda marcha para exigir el cumplimiento de la ley de cultura y buscamos el apoyo ciudadano comprometido para que trascienda el like y se torne en activismo. Este mismo activismo cultural del que soy parte está generando una presión que se está dejando ver en el reciente cambio de la cúpula de los cargos culturales más importantes del país, secuestrados hasta ahora por la élite del partido socialista —quienes se acogen muy bien a la descripción que hizo Nebot de ellos en 1990—.
Raúl Pérez Torres, Camilo Restrepo —presidente de la CCE— y Ronald Verdesoto —director del IFAIC (Instituto de fomento de las artes, innovación y creatividad) y actual presidente del partido Socialista del Ecuador—, son de esta liga de archivillanos de la cultura que afortunadamente está dejando sus cargos de poder. Todo gracias, en parte, a la presión que hacemos los artistas en su contra. Porque hacen pésimo su trabajo.
Tenemos una lista con exigencias claras y propuestas precisas que estamos impulsando en nuestra declaratoria y en nuestra próxima marcha como trabajadores de las artes en día 7 de agosto.
La eliminación de los reinados en Quito, evento que convierte en “cosa” a la “mujer”, ha sido también impulsado fuertemente desde la trinchera del cambio cultural que exige nuestra sociedad.
Sabemos que los artistas somos raros, incomodamos, jodemos y criticamos mucho. Pero ese espíritu rebelde surge de nuestra sensibilidad y de la inconformidad de ver la decadencia de lo que tanto amamos. Con arte luchamos contra la barbarie que se quiere imponer.
Hay algo que si le copio a Nebot y lo hago carne para pelear contra él mismo y toda su estirpe…
-Se acabo esta pantomima de guardar la compostura…