¿No te suena el nombre «Amauta»? A finales de los 70, este original proyecto apareció en la escena musical ecuatoriana con una música sumamente vanguardista. Es tiempo de recordarlo y colocarlo en el lugar que merece.
En memoria de Fernando Albornoz y Tomas Lefever
Formada en Quito a finales de la década de los setenta e integrada por Pedro Pino D’Achiardi, Galo Larrea, Fernando Albornoz, Ángel Cobo y Tomas Lefever, Amauta fue una agrupación poco conocida por el público. Su historia fue efímera, no duró más de tres años, y dejó muy pocas evidencias: unas cuantas grabaciones en baja calidad, pocas notas de prensa, flyers y registros fotográficos de las pocas presentaciones en vivo que lograron.
A más de treinta años de su disolución las posibilidades de descubrir a Amauta son reducidas, por decir lo menos. Sin embargo, en el desorden de información infinita que implican las redes sociales, la casualidad me llevó a un video de YouTube de un programa televisivo de Ecuavisa que mostraba una pequeña reseña y un performance en vivo de una de la banda que me intrigó profundamente.
Lo que muestra el clip no es un proyecto de folclor, tampoco —aunque daba esa impresión por su look e instrumentación— es una banda de rock. De hecho, la música, que en principio suena a una suerte de folclor andino, eventualmente se convierte en una improvisación psicodélica con flauta y guitarra que va encontrando su regreso a los sonidos tradicionales. Necesito saber más. Googleo, y encuentro en YouTube lo que parece un disco de 40 minutos de la agrupación. Me llama la atención que una propuesta tan particular haya pasado tan desapercibida.
Decido entonces ubicar el nombre de la persona detrás del canal que subió el video del programa de televisión, y doy con Pedro Pino —guitarrista, charanguista y uno de los flautistas de la agrupación—, a quien finalmente contacto por medio de Facebook para cuadrar una entrevista. Pedro accede gratamente mi propuesta, pero nos vemos forzados a hacerlo remotamente ya que ahora vive en su país natal, Chile.
Orígenes
El paso de Pedro Pino por la escena ecuatoriana no pasó desapercibido. De hecho, fue integrante de Umbral, una de las pocas agrupaciones locales de rock pop que estuvieron mejor posicionadas estuvo la década de los ochentas. Integrada por Nelson García, hoy tecladista de Wañukta Tonic, y Francisco Prado, nos dejó una de las primeras canciones emblemáticas de la escena independiente, la balada “¿A dónde vas?”. Pero antes de Umbral, la primera inmersión significativa de Pedro en Ecuador fue en Amauta.
Llegó a Ecuador en 1974 escapando del golpe de Estado en Chile. En los años anteriores a ese hecho, se encontraba emprendiendo una carrera musical en su natal Valparaiso a la vez que estudiaba música en la Universidad Católica de esa ciudad. Sin embargo, como es de conocimiento general, el momento político en los primeros años del golpe generó condiciones adversas para estudiantes, intelectuales y artistas, lo que lo obligó a buscar oportunidades en el extranjero.
—No podías ir con barba, con el pelo muy largo. No podías hacer cosas como hablar con otras personas de la universidad, a tener ideas diferentes. No podías tener en tu casa libros de Pablo Neruda, que era comunista. Desde ese punto de vista, no se podía ni escuchar muchas cosas.
De ahí que, tras una temporada corta en Argentina, llega a la casa de un tío en Guayaquil. Al no encontrar una oferta universitaria en música en esta ciudad, decide estudiar arquitectura por tres años. Por motivos personales, abandona sus estudios y decide mudarse a Quito, en donde eventualmente logra revivir su carrera musical.
En la capital se reencuentra con Galo Larrea —un joven guitarrista a quien había conocido en la ciudad porteña— y acuerdan juntarse con otros dos músicos, el guitarrista, Ángel Cobo y un flautista, Fernando Albornoz. En principio, esas reuniones sirvieron para ensamblar un cover de León Gieco, quien en esa época experimentaba con la fusión sonidos andinos en temas como “el que queda solo”.
No satisfechos con el cover, decidieron improvisar en un intento de conocerse musicalmente. Este proceso se extendió algunos meses hasta que finalmente decidieron formalizarlo en composiciones concretas. Coincidían en sus gustos musicales —disfrutaban del rock, del jazz y del folclor latinoamericano— y tenían una base formal en música clásica. Lógicamente, cuando finalmente decidieron componer, el sonido que emergió empieza a materializar una mezcla de sus influencias sonoras:
—En una reunión en un departamento donde yo vivía, propuse una melodía, y era como el tema central, como el comienzo del tema, y uno dijo “¿qué tal si lo acompañamos?, y el otro dijo, “ya,ya, la otra frase acá,” y “hagamos un intermedio” y ese intermedio empezó a sonar como entre pasillo y a música andina, y yo dije: “bueno, pero salgamos a una cosa un poco más experimental.
Entre la vanguardia y la tradición
Según Pedro la decisión de incorporar sonidos andinos y mezclarlos con influencias contemporáneas no fue un proceso intelectual. Más bien fue algo que surgió de la improvisación, de manera orgánica, y fue el resultado de las múltiples influencias que atravesaban a cada uno de los integrantes en aquella época.
Por supuesto, la exploración de la música raíz fue algo que se veía en otros países de la región. De hecho, menciona a los Jaivas y Congreso de Chile o Arcoiris de Argentina como influencias directas. Así mismo, cabe resaltar también que en años anteriores la “nueva canción” chilena, que contó con emblemas de la música Latinoamérica como Violeta Parra y Victor Jara, planteó como uno de sus argumentos estéticos y políticos la exploración profunda y recuperación del folclor de ese país.
Sin embargo, Pedro aclara que lo que distinguía a Amauta de estos referentes fue la conexión con la música raíz de sonidos andinos propios del Ecuador.
—La música Andina del norte de Chile no es exactamente la música otavaleña por decir algo. Son expresiones diferentes. A nosotros lo que nos llevaba era tomar esas raíces, que además nos representaban, tanto a ellos que eran ecuatorianos, como a mi que era chileno viviendo en Ecuador por algún tiempo.
De igual manera, el camino de exploración de Amauta abre un tipo de exploración sobre la música andina distinta a la que se venía proponiendo. Antes que el rescate de la tradición, lo que el grupo pretendía no era ni purista, ni costumbrista. Al contrario, la búsqueda de Amauta apuntaba a encontrar un sentido urbano en la música raíz.
—Teníamos un propósito de plantearle a la gente un estilo de música que intelectualmente vendría a enfatizar que la gente que hace folclor, toca un San Juanito con sus ponchos, sus sombreros y su violín, que vienen tocando el mismo San Juanito los últimos 100 años, está bien, porque ellos lo viven así. Nosotros no podemos tocar así porque sería falso, porque hemos vivido en una ciudad y hemos escuchado a los Beatles y a Bach, entonces el resultado natural de lo nuestro tiene que ser otra cosa.
Para entender en profundidad el sentido de la música de la agrupación, es pertinente entender cómo estaban pensando en ese momento sobre la música que estaban produciendo. Afortunadamente, Pedro ha conservado folletos y programas de conciertos y artículos de prensa en donde se los miembros de la banda explican el sentido estético de su música. En ellos, llama la atención el sentido filosófico que le fueron dando a su propuesta.
Uno de ellos, por ejemplo, describe la interpretación del mundo “tonal” de la tradición andina que eventualmente se convierte en una exploración “atonal”. Es decir, un viaje que parte de la interpretación pero que se abre paso hacia a la exploración del caos y lo desconocido. La intención, como uno de estos textos expone, parte de motivaciones profundamente vanguardistas que se plantean como “un esfuerzo serio e ininterrumpido de romper barreras y ampliar el horizonte de una música latinoamericana cada vez más libre”.
En otro de estos textos, Fernando Albornoz aporta con una frase significativa para entender este proceso de lo que estaba haciendo Amauta en el contexto de la música latinoamericana:
—Hacemos un llamado a encontrar nuestra identidad y nuestro futuro, con la integración de todos los movimientos artísticos como fuerza popular, en base a la ruptura y la reconstrucción de todas las formas y preceptos, y por el resurgimiento de una cultura nuestra a nivel latinoamericano.
La música de Amauta puede entenderse como un encuentro entre los distintos mundos que coexistían en la Quito de esa época y que atraviesan a quienes lo habitan. Una mezcla de sentidos y afectos que materializan subjetividades marcadas por las conexiones y coexistencias entre el campo y lo rural, lo tradicional y lo moderno, lo indígena y lo europeo. Una propuesta profundamente vanguardista que paradójicamente mira al futuro desde el re-encuentro con lo tradicional.
El valor oculto de la propuesta
Una inclusión significativa al grupo fue la del chileno Tomás Lefever, reconocido compositor y director de orquesta, que al igual que Pedro, había llegado al Ecuador escapando de la dictadura. Tomás era mucho mayor que el resto de los integrantes. Sin embargo, reconoció algo muy interesante en la propuesta de esos jóvenes. Su impresión fue tal que solicitó ser incluido como tecladista.
Para Pedro y compañía que alguien de la talla y con la experiencia de Lefever quisiera ser parte del proyecto los honró y emocionó profundamente. De ahí que Amauta, que en principio fue un cuarteto acústico, empezó a incluir otros instrumentos como batería, teclado y bajo eléctrico. Esto hizo que en esa combinación de lo eléctrico con lo acústico se abra la posibilidad de mezclar, con mayor efectividad, las influencias modernas con clásicas y andinas que tenían.
Posterior a la entrevista con Pedro, decidí investigar con más profundidad quién fue Lefever y la información que encontré no fue poca. Resulta que además de músico, fue poeta y ensayista, y no sólo fue reconocido por sus composiciones sino por su influencia como intelectual.
Sin embargo, a pesar de su vasta producción musical y literaria, en la que se incluyen composiciones para cine, televisión, danza y teatro además de poesías y ensayos sobre musicología, su obra no logró un reconocimiento popular y circuló principalmente en los contextos académicos de su país. De hecho, su amigo, el ensayista y musicólogo chileno, Gastón Soublette, en un texto en su honor tras su fallecimiento se refirió a la obra de Lefever en los siguientes términos:
—Podría pensarse quizás que el pobre escenario de un país pobre del tercer mundo, como fue el que Chile le ofreció, no fue suficiente para su gran talento. Sí, podría pensarse eso, pues son muchos los ejemplos de personajes semejantes a él que en Europa han hecho mucha noticia y han pasado a la historia.
Lefever fue, sin lugar a duda, un individuo excepcional que entendió a la música como una forma de expresión capaz de confrontar los dilemas filosóficos de su época. Sin embargo, el contexto en el que desarrolló su carrera no estaba preparado para entender la relevancia de su obra.
Su incursión en Amauta, este proyecto formado por gente mucho más joven que él, es prueba del valor y lo avanzado de la propuesta de la banda para la época y el lugar en el que emergió. Al igual que el resto de la obra de Lefever, lo de Amauta fue una propuesta muy avanzada para su contexto, lo que limitó su repercusión y sostenibilidad.
De hecho, Amauta ni siquiera logró generar una producción discográfica como tal. Las evidencias sonoras de su existencia son el producto de una grabación amateur de tres temas y grabaciones de conciertos en vivo. Sobre el origen de las grabaciones, Pedro cuenta que se dieron por un amigo suyo que les facilitó el uso de su estudio en el que se realizaban producciones de orquestas de cumbia. Como era de esperar, las circunstancias estaban muy lejos de ser las ideales:
—No teníamos las condiciones ni el tiempo que podíamos necesitar por lo que fuimos y prácticamente grabamos de una sola vez los temas sin tener opciones de repeticiones ni correcciones, todos los instrumentos a la vez, sin tener un nivel de profesionalismo tan alto como pudimos alcanzar después en nuestra carrera. Éramos jóvenes y no conocíamos las técnicas para hacer una grabación de la mejor forma.
El resto de registros que se pueden encontrar se hicieron con un micrófono conectado a una grabadora en una presentación en vivo. Este concierto, de hecho, fue el más significativo de la banda. Lo hicieron en dos fechas en el Teatro Sucre junto a Jaime Guevara, con quien Pedro menciona que compartían el gusto por el rock y el folclor andino. Sin embargo, estas presentaciones quizás fueron suficientes para tener un efecto en el devenir de la música ecuatoriana.
A manera de anécdota, recuerda que años después se encontró con una entrevista a Hugo Hidrovo, en donde el músico guayaquileño menciona que por coincidencia durante una visita que hizo Quito asistió a ese concierto esperando encontrarse con un grupo de “emponchados” que tocan “folclor y música protesta”.
Para su sorpresa, lo que vio lo sorprendió gratamente y se convirtió en una de sus influencias para hacer, junto Alex Alvear y Héctor Napolitano, el grupo Promesas Temporales. Curiosamente, si se mira en contexto, los involucrados en esta anécdota, Jaime Guevara, Hugo Hidrovo, Álex Alvear y Héctor Napolitano, se han convertido en figuras precursoras de lo que hoy es la escena independiente ecuatoriana.
Combatiendo el olvido
A finales de los noventa, la inestabilidad política y económica del país hizo que Pedro tome la decisión de regresar a su natal Chile, llevando con él los recuerdos de lo que fue Amauta. Sin embargo, los pocos registros que dejó la banda se resistieron a perderse en el olvido.
En el 2001 un sonidista chileno dedicado a recopilar música fusión latinoamericana para su blog se encuentra con el video de Ecuavisa y decide contactar Pedro telefónicamente para pedirle que le facilite las grabaciones de Amauta. En principio, decide no hacerlo por la baja calidad de estas grabaciones, pero eventualmente accede. Con este material, el coleccionista inventa una carátula y lo sube a red dándole la apariencia de un disco digital.
Años después, en el 2014, alguien encontró el blog y decidió subir el supuesto disco a YouTube. En ese mismo año, la disquera española Munster Records publica una compilación titulada “Invenciones: la otra cara de la vanguardia latinoamericana 1976-1988” en la que se incluye “Variaciones de Amauta”. Esta producción discográfica, que salió en formato de vinilo, CD y está disponible en Spotify, incluye grabaciones de artistas de toda la región quienes en esa época decidieron darle un giro experimental al folclor y a la música latinoamericana.
En la descripción del compilado se habla de estos proyectos como los catalizadores de puntos de giro para la música de la región. Una descripción por demás adecuada para lo que Amauta representa para la música ecuatoriana.
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La exploración urbana de las tradiciones sonoras del continente, aunque latente, no es nueva en el contexto latinoamericano. Sin embargo, hoy persiste un interés de explorar tradiciones regionales desde versiones de sonidos globales como el rock, el hip-hop y la electrónica. El resultado son identidades sonoras que, a manera de poética paradoja, buscan innovar explorando la tradición.
Vale la pena considerar que, por distintas razones geopolíticas, la música de ciertos países de la región ha tenido un impacto limitado por fuera de sus fronteras nacionales. Esta falta de visibilidad regional hace que las memorias musicales de países como el nuestro sean frágiles y vulnerables al olvido. Se vuelve una responsabilidad entonces reconocer las historias escondidas del pasado musical del país.
Con su corta intervención en la escena ecuatoriana, Amauta anunció el camino que asumirían las nuevas generaciones en las siguientes décadas. Hoy resuenan proyectos en los que la exploración de la tradición desde lo contemporáneo es un aspecto idiosincrásico de su sonido. Así, podemos mencionar a Nicola Cruz, Quixosis, Curare, Mateo Kingman como algunos de los representantes de una escena vibrante que cuenta con una amplia diversidad de sonidos e influencias.
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Al finalizar la entrevista, Pedro asume que lo que hicieron con Amauta fue raro y absurdo para la época y el contexto. Sin embargo, es consciente de su valor y trascendencia. Consecuente con esto, ha guardado celosamente las memorias de lo que hizo con ese grupo de jóvenes hace cuatro décadas. A manera de enseñanza, o si se quiere moraleja, considero apropiado entonces cerrar este texto con una de las reflexiones sobre la actitud frente a la música que, según Pedro, él y sus colegas de Amauta heredaron de Violeta Parra:
—No nos encuadremos en algo, seamos capaces de romper los esquemas, más allá que uno esté ligado al rescate del folclor, o de la música de raíz, lo importante es que seamos capaces de romper esquemas.